Sign of the Times

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Desde la primera vez que pisé esta tierra, me di cuenta de lo frágiles que pueden llegar a ser los humanos. De donde yo vengo, no existen las cosas que aquejan a las personas de este mundo.

Honestamente, yo solía ser bastante altanero, no me importaban mucho los demás, nadie, ni siquiera los de mi propia especie, no congeniaba con sus pensamientos e ideales, tal vez por eso mi familia pensó que sería buena idea, exiliarme con los humanos, convivir un poco con su desgracia. Según ellos, eso me enseñaría a valorar más lo que era, lo que tenía.

Pensé que sería un tontería, ¡eso no me haría cambiar! Si no me preocupaba por los de mi propia especie, ¿por qué me preocuparía por alguien que no era como yo?

Ya se había tomado la decisión, me llevarían hacia el portal que conecta la tierra de los humanos con la mía, y la cerrarían hasta que aprendiera un poco. No me rehusé, creo que una parte de mi quería eso, salir de mi mundo y alejarme de todos ellos, unas vacaciones no me caerían mal. El portal se cerró, dejándome a mi suerte para que, en palabras de mi familia, "madurara".

Una vez estuve fuera, pude sentir una oleada de sensaciones nuevas, probablemente porque, algo que me caracterizaba, era el ser demasiado sensible a la energía. En casa así era, pero la diferencia era que allá, podía suprimir esa habilidad. Aquí, por lo que me di cuenta, me era imposible. Esa fue la primera vez que pude sentir la miseria y tristeza humana, y no comprendí como es que esos sacos de huesos, podían contener tanto dentro de esos cuerpos tan frágiles. ¡Era horrible!...

Tiempo después, y muy a mi pesar, (pues una parte de mí no quería cambiar, quería seguir siendo ese altanero al que nada ni nadie le importaba), comprendí que, así como son frágiles, también son fuertes, tanto como para sobreponerse de sus penas y dolores.

Con el pasar del tiempo, encontré la forma de analizar a los humanos: escribiendo todo lo que observaba de ellos, pude incluso, hacerme pasar por uno de ellos, conociéndolos, estudiándolos. Ellos y sus emociones cambian con el pasar del tiempo, ellos envejecen (al contrario mío) y aprenden... bueno, algunos.

Un día de esos en los que el ambiente bullicioso de la ciudad en la que vivía me hartó, decidí alejarme de la cantaleta humana y perderme en el bosque. La tierra de los humanos, puede llegar a ser misteriosa y hermosa, aun cuando ellos no puedan verlo, entendí entonces lo que mi familia trataba de decirme... valorar lo que tenía. Tomé mi cuaderno y mis bolígrafos y emprendí la marcha. Al adentrarme al bosque, respiré profundamente el aroma a savia de árbol, entorné mi vista hacia el espectáculo que tenía frente a mí. Comencé a caminar, provocando el crujir de las hojas secas debajo de mis pies.

Pronto encontré un lugar donde sentarme y comenzar a escribir; los minutos pasaban y mi mente, se perdía en el análisis que hacía ese día, hasta que la calma que me envolvía, se vio interrumpida por un sollozo. De no ser por mi naturaleza, tal vez nunca lo hubiese escuchado, pero siendo yo, pude hacerlo.

Normalmente me mantengo alejado de todo este tipo de situaciones, pero por alguna razón, aquel llanto hizo que cerrara mi cuaderno, me levanté y fui a echar un vistazo. Caminé, examinando detenidamente el lugar para localizar la fuente del sollozo, hasta que lo volví a escuchar, estaba muy cerca, así que corrí hasta dar con una pequeña cueva junto a la colina que daba a la ciudad. Me tomé mi tiempo antes de acercarme a la entrada y asomar la cabeza, sólo para encontrarme con una chica pelirroja que ahoga el llanto entre sus manos.

Una especie de extraño magnetismo (que jamás había sentido), me llamaba, así que entré a la cueva. La chica se sobresaltó al escuchar el ruido que provocaban mis zapatillas deportivas. Me observó casi asustada, con sus ojos verdes anegados en lágrimas. Trató de alejarse, pero todo lo que pudo hacer, fue contraer su cuerpo contra la pared de roca de la cueva.

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