Primer Estadio.

609 64 16
                                    


Primer Estadio: 

Capítulo 4/Cuatro:

—Quédate está noche.

—Sabes que tengo que irme...— dijo el español al tiempo que abrochaba los últimos dos botones de su camisa.

—No vuelvas hoy a ese lugar. No sería la primera vez que no llegas a dormir. Solo dile que te quedaste trabajando toda la noche.

La cama revuelta y la mujer que yacía en ella con una sonrisa pícara hizo a Javier reír un poco.

Aún con los zapatos perdidos por algún lugar de la habitación y el cabello revuelto, el hombre se inclinó y besó los labios de su amante.

—No quiero volver, pero si no lo hago se pondrá pesado de nuevo.

—Déjalo que vuelva a su pista de hielo, que practique hasta que se dé cuenta que ya no es el chiquillo que podía andar dando saltos; que se entretenga con alguno de sus amigos, quizá encuentre un amante y así nosotros podremos pasar un poco más de tiempo juntos y hacer travesuras...

—Ojalá lo encontrara. Pero por el momento, debo ir...— dijo tan cerca de los labios de Marina que casi podía saborear nuevamente el sabor de estos.

La mujer tomó a Javier de la camisa, impidiendo que se alejara y tiro de él hacia adelante. El español tuvo que clavar una rodilla en la cama, entre las piernas de ella, al igual que una de sus manos cerca de la cabecera para que su peso no cayera sobre su amante.

Ambos compartieron otro beso. Húmedo y sucio, de esos que son censurados y que sólo Marina había sabido darle al abogado hasta hacerlo perder la cabeza y lo poco que le quedaba de cordura.

Tibias y delicadas manos se acercaron a la camisa ya arrugada en ese punto, y jalaron con la fuerza suficiente para que los pequeños botones pertenecientes a esta salieran volando en todas direcciones.

—Sé que no era tu camisa favorita. No te la regalé yo— murmuró la mujer mientras Javier se dedicaba a besar su cuello.

—No, fue Yuzuru. Creo que por algún aniversario.

—No digas su nombre mientras estás conmigo. Recuerda que soy yo quien te lleva al cielo, Fernández— dicho eso, Marina desabrocho los pantalones oscuros del español y sonrió cuando Javier no opuso resistencia en su cometido.

Que fácil había sido convencerlo para quedarse aquella noche. Marina probablemente no sabía lo importante de aquel día y Javier lo había olvidado entre sábanas sucias y besos descarados, pero cierto corazón nipón no; y si la distancia del español y su indiferencia no habían roto ya aquel enamorado corazón, la decisión de Javier de quedarse fuera de casa esa noche, si lo hizo.

*          *          *

Lo que alguna vez fueron grandes velas adornaban la mesa principal de la preciosa casa que el matrimonio Fernández compartía.

La vajilla que Patrick y Evgenia le regaló a la pareja el día de su boda, descansaba perfectamente acomodada en el comedor; en el centro, una botella del vino favorito del español.

La molestia llegó a Javier casi de inmediato.

Yuzuru había compartido la cena con alguien más en su propia casa. ¡Que descaro!

Con paso veloz se adentró al comedor y levantó la delicada servilleta color perla que hasta donde recordaba, el japonés solo usaba en fechas importantes o grandes eventos, y que cubría con cuidado el plato.

To the stars who listenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora