Parte I

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Hacía ya dos años que Laura y Fabricio eran novios y tocaba dar el siguiente paso: Vivir juntos. Hacían un gran equipo. Ambos eran felices, se terminaban mutuamente las frases y buscaban emoción en el sexo. Tenían un alto contador de series y de películas juntos, algunos recitales y muchos bares. Por cuestiones de tiempo, rara vez se veían por la semana, pero dedicaban el finde para estar juntos. Ella de Lanús, él de Nuñez. Ella progresista, el algo más conservador. Ella de Boca, él de River. Sus diferencias no habían logrado detener las emociones que sentían al verse.

Al principio, Laura experimentó un inexplicable rechazo por Fabricio, pero con el tiempo ese sentimiento mutó a algo parecido a la necesidad hasta que eventualmente se transformó en amor. Cuando se conocieron, ella era taciturna, alejada y desconfiada. Él logró llegar a ella de casualidad a través de una de las populares aplicaciones de citas y cuando la conoció, supo que no querría dejarla ir. Lau se había alejado de su familia y de sus amigos. Muchos se perdieron por el camino y otros a voluntad desaparecieron, dejándole como legado un enredo de pensamientos y soledad.

Laura conocía bien cómo era la sociedad y no iba a dejarse llevar por un poco de cariño y contención. Todos ocultan algo, en especial los hombres. Esa mentalidad la mantuvo encerrada dentro de sí por lo menos durante un año, hasta que finalmente comenzó a vomitar muchas mierdas que venía aguantando y se ablandó de verdad ante Fabricio, quien sin apuro se había mantenido detrás de ella sosteniéndola si lo necesitaba. Luego, ella fue quien se interesó de verdad por él y comenzó a saber más de su historia. Sorprendentemente, él resultó ser más reservado en eso que ella. Una y otra vez repetiría la frase "al pedo hablar del pasado" cada vez que hubiese hablar de sus padres, quienes habían fallecido. Comprendía, en ese entonces, que se debía tratar de una fibra sensible en él y que con más tiempo, le ocurriría como a ella. No iba a ser ansiosa si él no lo había sido.

Laura trabajaba en la recepción de una obra social por el centro de la Capital Federal y Fabricio alquilaba equipos de música y era percusionista. El muchacho parecía tener muchos amigos de noche y ninguno de día y era llamativamente próspero con la música, pero jamás llegando a ser popular más que entre sus pares.

La deliberación por la casa fue extensa. Ella quería que el baño no esté en la habitación, que tenga un comedor amplio y él que tenga balcón y una bañera grande con buena ducha. Ambos coincidieron que Caballito sería un buen lugar para comenzar una nueva vida por su versatilidad para moverse por infinidad de lugares dentro de la Capital como el gran Buenos Aires. Consiguieron un departamento en Rivadavia y Campichuelo y a los pocos días ya tenían mudadas sus cosas allí. Ella se mudó con pocas cosas y recibió algunos muebles de regalo, mientras que él se llevó un arsenal de equipos, amplificadores y variedades de tambores que plagaron la casa.

Para finales de 2017, la casa ya se encontraba radiante de pintura, armoniosamente decorada y ellos con todas las cuentas al día. Los problemas comenzaron unos meses después.

Fabricio comenzó a trabajar muy de cerca con un contacto en un club de Floresta, cerca de Nazca y Rivadavia, al cual le alquilaba equipos seguidos o a veces él mismo tocaba. Al principio, no tenía problemas con que Laura vaya, pero con el tiempo comenzó a no darle importancia si lo hacía o no y hasta manifestaba un dejo de molestia con su presencia, casi como si lo limitara. Ella había sido engañada en el pasado, por lo que no le costó demasiado trabajo pensar que la convivencia había erosionado la relación o que tal vez hubiese otra mujer en el medio. No pudo encontrar ninguna evidencia, aunque tampoco la agenda de ambos les permitía demasiado tiempo para inseguridades, por lo que ella las calmó durante un tiempo más. Luego de tres meses, insistió tanto en ir que Fabricio no tuvo más remedio que aceptar. Sorpresivamente, Laura no se encontró excluida del grupo como creía, disfrutó de un buen show de percusionistas donde su novio tocó dos canciones y se fue contenta de haber compartido nuevamente una salida con él. El ambiente y las vestimentas eran variadas y con mucho rock. Sólo le extrañó un grupo de tres personas detrás del escenario con unos sobretodos negros que entraban y salían de un camarín. Comprobado que no habían mentiras, aparentemente, en las cosas que decía, decidió calmarse y seguir con sus propias cosas. Ésta mala sangre le había costado concentración en sus clases de teatro por Abasto y la había puesto a la defensiva, devolviéndola a recuerdos enterrados. Le costó un tiempito más salir de eso. La siguiente discusión fueron las mascotas: Fabricio no quería saber nada con tener en la casa pero ella sí, en particular un gato. Él, particularmente no quería gatos:

  - Pero, Fabri... ¿Qué tenés contra los gatos?

  - No los quiero, me da bronca verlos. Dejan pelos, molestan, me dan miedo.

  - ¿Miedo? ¿Los gatos? ¿Qué te hicieron alguna vez?

  -No importa que me hicieron, no los quiero y punto. ¿O me vas a obligar a estar atento a algo que no quiero? No me podés forzar.

  - Pero... No es justo para mí. Yo también quiero ser libre en mi propia casa.

  - Y lo sos. Vas y podés hacer lo que querés todo el tiempo, nunca te digo nada y considero que somos felices. Yo no puedo obligarte a no hacer algo, es como contradictorio creo. ¿Es un capricho o una necesidad el gato? Fijate vos mejor quién está forzando a quién.


Y así, quedaron sepultadas las posibilidades de adoptar un animal. Un aire gélido estaba comenzando a rondar la casa. Ellos estaban pocas horas allí y cada vez menos todavía juntos. Si bien eran por responsabilidades de ambos, se sentía. Visto y dado que por un tiempo iba a ser así, Laura decidió tomar algunas clases de canto para ayudarse con la voz en el teatro. Eran los miércoles de 7 a 9 y las primeras dos sesiones le vinieron genial como catarsis. Sintió que se sacaba una angustia inexplicable de encima. Lo que parecía libertad absoluta resultó ser, agudizando la vista, una puja de poderes muy sutil en la cual ella solía salir perdiendo, hasta con la comida. Él siempre encontraba una manera de hacerle ver que estaba equivocada y ella no lograba encontrar a veces palabras para responderle o peor, quedaba convencida de estar en lo incorrecto. Cantar le quitó un poco de frustración encima. Hacia la tercer clase, la profesora le suspendió por asuntos personales, por lo que ese día regresó del trabajo a la casa. Primero pasó por el mercado para comprar bebidas para la noche. Cuando llegó, notó que ninguna luz salía por debajo de la puerta y un ruido rítmico leve se podía percibir. Laura acercó la cabeza a la puerta antes de abrir y pudo oír un tenue coro grave colándose entre los sonidos de lo que parecían ser tambores. Evidentemente, Fabricio se encontraba practicando alguna canción, por lo que entró al hogar con sus llaves. Todo estaba oscuro. Las persianas bajas, las cortinas corridas y ninguna luz encendida. El sonido ahora se escuchaba con algo más de intensidad y el coro no parecía ser una grabación. Hacía mucho frío. A la derecha de la entrada, un pasillo conectaba al comedor con la habitación y el baño. Del último parecían provenir los sonidos. Una parpadeante y suave luz amarilla se escabullía por la madera. Laura se fue acercando a la puerta lentamente, mientras la música hipnotizante proseguía. Al abrir el picaporte, el ritmo se enmudeció. Al entrar pudo ver un camino de dos filas en el piso hacia la bañera compuesto de seis velas, tres de cada lado y a su novio sobresaltado, emergiendo del agua desnudo.

  - ¿L...Laura? ¿Qué hacés a ésta hora acá?

  - ¿Yo? ¡Qué estás haciendo vos! ¿Por qué está toda la casa oscura? ¿Vos tenías música puesta? ¿Y por qué hiciste un camino de velas?

  - ¿Música? No sé de qué hablás yo sólo estaba en la bañera.

  - Escuché tus tambores, escuché voces y me asusté. ¿Qué son éstas velas? Parece como si estuvieses haciendo una macumba.

  - Es... Es una forma de meditación que me enseñó mi abuela. Es para atraer buenas vibraciones y reencontrarse con uno mismo.

  - ¿Desde cuándo creés vos en eso? Jamás me dijiste que creías en la espiritualidad, es más me dijiste que sos ateo.

  - Y lo soy, pero... Pero creo que hay cosas que la ciencia no puede explicar, nomás. Boludeces de uno.


Laura se cansó de hablar a la luz de velas y fastidiada, prendió de golpe la luz. Fabricio lanzó un leve quejido y se tapó los ojos con las manos, como si se le estuvieran quemando. Sintiéndose extraña y asustada, la muchacha salió del baño y cerró la puerta detrás de ella. En cuanto lo hizo se encontró de nuevo con la casa a oscuras y volvió a escuchar un tenue ritmo provenir de los rincones. Sentía que los ojos la engañaban, creía ver a la tiniebla moverse. A toda prisa atravesó el pasillo y prendió las luces del comedor. Todo fue silencio. Se giró hacia el baño y se encontró con Fabricio, desnudo, mirándola con desaprobación mientras se dirigía a la habitación. Al pie del sillón que estaba frente de la tele, se encontraban posicionados los tres tambores.

Nunca Llueve un LunesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora