Aquella mañana, como todos los días; y puesto que ya se había hecho rutina desde hacía tres años, me levanté dos horas antes de lo que se supone debía levantarme, tomé una ducha e intenté alisarme con el cepillo el cabello que me caía a cortos mechones sobre el rostro en ondulaciones que insistían en hacer frente a mi habitual estilo. Me coloqué el traje nuevo, ese cuyo capricho me llevó a gastar tres quincenas en un almacén de prestigio, me calcé los zapatos y antes de salir, inspeccioné que todo mi material de trabajo se encontrara en el portafolio junto a la puerta, el cual tomé por el manguillo de cuero y salí del departamento entre la penumbra que ofrece un farol cuya luz ha sido bloqueada por la descuidada copa de un abedul sobre la acera. Saludé con un asentimiento a un caballero que caminaba en dirección opuesta a la mía y proseguí mi propia ruta a paso prudente.
Revisé el Cartier sobre mi muñeca apenas unas manzanas después para comprobar que mi tiempo era el adecuado, y para cuando mis suelas se posaron sobre la madera de la estación, el tren de las 06:35 horas ya anunciaba su sonido de vapor a lo lejos. Lo esperé de pie y, como era habitual, a su llegada me adentré en el segundo vagón y avancé cuatro compartimentos a mi izquierda, allí estaba, al igual que siempre, aquel hombre de firmes facciones que lograba arrancarme la cordura en silencio. Le saludé con discreción, me senté frente a él mientras respondía el gesto y supuse, que proseguiríamos callados el resto del viaje para mantener la rutina. A excepción de que, en aquella ocasión, ese último requisito de rutina se vio menguado por algo más.
Llevábamos algunos minutos callados, el aire comenzaba a volverse denso a medida que el ferrocarril ascendía sobre la meseta noroeste, y por la ventana apenas lograba distinguir siluetas de maleza tras la niebla blancuzca que se aferraba al vidrio como una novia a su prometido. Miré discretamente al hombre frente a mí, el cual se encontraba exhorto en una pequeña astilla sobre el filo de la mesilla que nos separaba, y aprovechando aquel nimio comportamiento distraído, me atreví a mirarle más detalladamente. Seguí el borde de su mandíbula y subí por su recortado cabello dorado hasta su frente; la cual se advertía levemente fruncida gracias a la concentración de su dueño, dibujé sus pobladas cejas de un color más cobrizo que su cabello; la elegante curva respingada de su nariz y los profundos y tenaces ojos cerúleos que escudriñaban con severidad cualquier cosa sobre la que se posaran y en los cuales me gustaba perderme cada que necesitaba recordarle. Descendí a sus angulosos pómulos y la línea de bronceada piel que dirigía a un par de labios de bellas proporciones, seguido por el varonil mentón que sobresalía juiciosamente de la boca y terminaba descendiendo en el cuello, protegido por el dobladillo de una camisa clara de buen corte que sentaba de manera espléndida sobre la anatomía de aquel hombre y se deslizaba por los anchos hombros y pecho hasta que aquella hermosa ilusión se cortaba por el filo de la mesa que día con día menguaba mi camino; aquel camino por el que todos los días tomaba el tren dos horas antes de lo que debía.
Subí la vista para observar una última vez aquellos ojos antes de que dedicara las dos horas restantes del viaje a leer u observar a la niebla detrás de la ventana. Sin embargo, aquella ilusión se desinfló de repente al encontrarme con aquella mirada de frente a la mía; había advertido mi intromisión visual y aquello no formaba parte del diario, fui consciente de que mis dedos comenzaron a tamborilear sobre mis rodillas. Él no despegó su mirada de la mía.
-Creo que nunca me he presentado. -Dijo.
Arrugué el entrecejo levemente al escuchar su tono calmado. -No, me parece que no. -Atiné a decir.
-Chris Hemsworth, un placer. -Me tendió una mano que yo apenas fui capaz de responder de manera poco elegante.
-Tom Hiddleston. -Respondí.
La plática consiguiente se llevó sorprendentemente amena por los primeros minutos, tiempo después, cuando naturalmente la conversación de dos desconocidos finalmente concluye al no poseer más datos los cuales compartir, se agotó; su mirada nuevamente se posó en la mía. -¿Eres casado, Thomas? -Me preguntó.
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Un Vagón en Noviembre (One-Shot)
Fanfiction'Los labios de Chris se acercaron a los míos. No fui capaz de responder ante aquel comportamiento, y cuando mi consciente comenzaba a perder la rienda de la situación, su voz murmuró muy sutilmente. -¿Puedo hacértelo, Thomas?'