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La lúgubre serenata sonaba por todo el patio de la mansión decorada de un negro sin vida

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La lúgubre serenata sonaba por todo el patio de la mansión decorada de un negro sin vida. Hombres y algunas mujeres también vestidos de la misma tonalidad, escuchando las palabras del clérigo oficial de la Yuda.

Yuda.

La mafia más temible, atemorizante y sanguinaria del último siglo en la gran Corea del Sur, llegando a expandirse hasta en varios países. Sedes y aliados en cualquier parte del mundo; China, Japón, Tailandia, Estados Unidos, Rusia, Alemania, algunos de las naciones en donde su poderío llegaba hasta dominar todo el territorio ajeno.

Cómo toda mafia, la Yuda tenía un Don, el mayor líder de toda esa red negra, era el gran Park Seokjin, tataranieto del Park que fundó y dio origen a la Yuda hace un siglo atrás.

Park Seokjin era temido y amado, odiado por miles y querido por otros. Muchos decían que él era el Don por lo que la Yuda buscó y mereció hace tanto tiempo.

Aunque el odio, la venganza y más, constituían a la familia Park, Seokjin no fue del todo así. Su padre, no orgulloso de eso, forzaba por demás al dulce corazón de su hijo. Quería que ese cálido y gentil ser, se vuelva un desalmado hijo de puta.

Oh, pero Jin era más que eso, y saber desconfíar de su padre, lo salvó de ser así, o al menos, en su totalidad.

Sin embargo...

Cuando nació Jimin, el corazón  de un Seokjin con apenas once años, se ablandó por completo, las altas disciplinas y castigos que su padre tuvo el lujo de darle a su hijo fueron inservibles, todo lo malo se había ido con la llegada de Jimin. Lindo, ¿no?

Jimin a la edad de cinco años, el padre Park, el Don en ese entonces, al ver que Seokjin, a sus dieciséis años, no dejaba su lado humanitario, tomó la horrible decisión de poner en juego a su otro hijo; Jimin.
Para que mi lector o lectora tenga una mínima idea sobre ese hecho, el pequeño descendiente de la Yuda, a tan corta edad empezó a experimentar lo que un veterano retirado hubiera experimentado y visto a lo largo de su vida.

Pero eso es otra historia en el que ahora no es el momento de contar.

En este instante, Jimin estaba destrozado.

Totalmente destrozado.

Lágrimas incontrolables salían de sus ojos rojos, hecho un manojo de dolor y afligición.

—Con estas palabras, nuestro Don Seokjin, tocará la gloria en el descanso eterno. Se pide por favor hacer un minuto de silencio para honrar al querido Don. —ante lo pedido, los presentes hicieron silencio, pudiendo escuchar los hipidos de Jimin— Entre nos,  hermanos de la Yuda, haremos que su legado siga vivo, y juraremos hacer justicia al malnacido que arrebató la vida de Kim Seokjin, la sangre será derramada en el honor del Don.

La gente con la frente en alto, asintió lentamente por las palabras del cura. Jimin, por su parte, sintió un escalofrío recorrer todo su cuerpo, y sintió miedo, no era momento para que él saliera.

TID: JUDAS | YOONMINDonde viven las historias. Descúbrelo ahora