Querido Joe,
Te escribo esta carta porque sinceramente cada día te necesito más. Las horas, los minutos y hasta segundos en este lugar son eternos. Tengo mucha hambre y para estas alturas el uniforme me queda holgado de lo mucho que bajé de peso, puedo rodear todo mi brazo con tan sólo mi mano. Duele demasiado, y esta ropa que me cubre no me abriga, el frío es tanto que lastima. Mis manos tiemblan al igual que el resto de mi cuerpo y mi estómago vacío necesita por lo menos un pedazo de pan, pero no, no esta noche. La fila para la cena de hoy era interminable y se hicieron las nueve, la hora en que debemos estar todos adentro amenazados a muerte. Aunque en estas instancias ya no sé si quiero vivir, no sé si lo merezco tampoco. Todos los días me pregunto qué hice mal, por qué a mí, por qué a nosotros. ¿Serán mis decisiones, mis elecciones, mis errores o mis aciertos? ¿Será mi familia, la manera en que me criaron? ¿Serán ellos? O seré yo... Vivo con esta duda insufrible y devastadora. Pero en fin, hace ya dos meses que estoy acá y no hubo un día que no piense en vos. En vos y en tu hermosa sonrisa, en tus abrazos, y en tus manos tibias tomando las mías. Me acuerdo las tardes escabulléndonos por el parque y besándonos como si no hubiera un mañana, recuerdo como nada nos podía detener. Si estábamos juntos éramos los mas fuertes del mundo, lo sé. Y tus palabras de aquel día se repiten una y otra vez en mi cabeza "El amor que nos tenemos genera una fuerza irrompible entre nosotros. Juntos somos fuertes, juntos podemos contra el mundo". Nunca las voy a olvidar Joe, aunque lamentablemente ya no te pueda ver, el sentimiento sigue intacto.
Perdona si mi letra no es la mejor, o si tal vez se me escapa algún error de ortografía. Está muy oscuro en este lugar y están todos durmiendo, tuve suerte de poder encontrar una pluma y un pedazo de papel que estaba tirado seguramente a algún escritor se le habrá caído, o a otra persona que tal vez quiso escribir como yo una carta a un familiar, o al amor de su vida que lo espera en casa con una bebida caliente como siempre a la vuelta de trabajo en las noches de mucho frío. Hoy es una de esas noches, sólo que de acá no me puedo ir, no puedo volver a casa, ya ni siquiera tengo un hogar que me reciba con los brazos abiertos, ni una madre con quien dormir cuando la tristeza abunda y la única manera de calmarla es acostándose a su lado. Todavía recuerdo el olor de mi madre, ella siempre llevaba un perfume dulce con un aroma parecido a la vainilla. Su rostro era angelical, su mirada daba paz, y sus brazos eran tan cálidos. A veces sueño con ella y con mi hogar. Es reconfortante por lo menos volver, en las pocas horas que logro dormir, un rato a estar allí. Se siente tan real, allí hay tanta paz. Es un mundo perfecto y a veces siento que ya no quiero despertar. Si tan sólo pudiera hacer que una cosa se cumpla en este momento sería esa, y poder vivir para siempre en ese sueño donde soy feliz, donde estoy en paz, donde vuelvo a ser quien algún día fui.
Despertar en esta realidad escalofriante es agotador, nuestra rutina es siempre la misma. Comienzo a oír gritos, no entiendo lo que dicen pero el abrir un poco los ojos logro ver por las rendijas la escasa luz de sol que entra y me doy cuenta de que es la hora de arrancar de nuevo un día interminable. Diariamente me levanto de mi litera, me pongo el uniforme y nos dejan tomar un té de vez en cuando antes de comenzar a trabajar. Luego de eso son aproximadamente unas once horas en nuestro sector, pasando frío, hambre y trabajando sin parar hasta la hora de volver a dormir. El miedo circula entre nosotros cada día, cada hora. Un pequeño paso en falso, un pequeño error y nuestras vidas podrían terminar. Tal cual como en el borde de un abismo, estamos entre el límite de pisar esa roca que sabemos que al pisarla nos espera una caída muy estrecha hasta nuestro fin, o seguir parados en el mismo lugar mirando el abismo desde allí. Rogando por no caer, y viendo como otras personas trágicamente lo hacen y llegan a su fin.
Ay Joe, como quisiera en este momento poder tenerte conmigo y recordarte lo mucho que te amo, abrazarte y escuchar tu dulce risa una vez más. Como quisiera por lo menos que leyeras esta carta, y que pudieras saber lo que estoy viviendo y cuánto te extraño. Pero es imposible porque ya no estás, te ví irte adelante de mis ojos y no pude hacer nada. Quedé paralizado, sin habla, sin poder moverme ni emitir ningún tipo de sonido alguno. Los soldados te trajeron a la fuerza al medio de nosotros y comenzó a sonar música clásica mientras te desnudaban. Violentamente te pusieron un cubo de lata sobre la cabeza y soltaron los feroces pastores alemanes sobre vos. Primero te mordieron en la ingle y las pantorrillas y luego te devoraron delante de nosotros. Tus gritos de dolor se repiten cada noche una y otra vez en mi cabeza. Recuerdo tu última mirada, tus ojos ya sin vida. Porque tu muerte fue mucho antes que eso, hace tiempo que ya no estabas viviendo, hace tiempo te habías ido de acá. Vi a mi amor morir enfrente mío tal cual a una película de terror. Sólo que el protagonista era yo y la trama mi realidad. Nunca voy a poder olvidar esto, nunca te voy a poder olvidar. A veces sólo espero que llegue el día en que muera de hambre, o tal vez de frío y así poder estar con vos. Verte de nuevo y estar en paz, por la eternidad.
Siempre tuyo, Philippe.
"Triángulos rosas", escrito por Constanza Lopez Romero. Basado en la historia real de Pierre Seel. Sobreviviente del holocausto, reclutado por su homosexualidad al igual que el amor de su vida Jo al que vió morir adelante de sus ojos.
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Triángulos Rosas
Non-Fiction¿El amor es capaz de superar cualquier obstáculo? ¿Cuánto vale aquel amor? ¿Cuánto vale la vida de ese amor? O no vale nada...