|Cap.3|El nuevo miembro de la familia|

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Habían pasado dos semanas. Los cambios en Camila se podían notar considerablemente. La primera semana después del accidente en su dormitorio, comenzó a experimentar dolores desgarradores de cabeza que la obligaban a quedarse todo el día tendida sobre su cama con las persianas bajas. Como si se tratara de un vampiro indefenso.

En la segunda semana empezó la alta fiebre, el calor de su cuerpo subió unos grados y le era difícil mantener la conciencia despierta, sus párpados le dolían y sus uñas habían dejado marcas en las palmas de sus manos por haber apretado con tanta fuerza. Su madre entraba al cuarto cada 6 horas para guiarle al baño y darle una ducha, mientras que su hermana no menos preocupada se sentaba a su lado pero mantenía las distancias por el calor que irradiaba su cuerpo.

Las luces de su habitación se mantuvieron todo el tiempo bajas, ya que cada esplendor de luz empeoraba su situación.

Lo único que lograba calmar el remolino en su interior era una dulce voz rogando que se tranquilizara, que todo pasaría pronto. A veces sentía caricias en sus mejillas, causando que el calor de su rostro disminuyera un poco.

Lo cierto era que esas dos semanas pasaron muy rápido para ella ya que casi nunca estaba consciente y cuando lo estaba, era por poco tiempo.

En uno de esos emíferos lapsos de tiempo percibió las discusiones que sus padres mantenían en voz baja.
Su madre alegaba la posibilidad de llevarla al hospital pero por otra parte, su padre encontraba peligrosa esta opción.

El ignorado cambio en la chica era que su sentido del oído se había desarrollado notablemente y alcanzaba a escuchar hasta las conversaciones más inaudibles que se producían en la casa. Esto le molestaba excesivamente ya que cada agudo ruido producido entre dos objetos inundaba su cabeza.

Un estruendo retumbó por todo el dormitorio, su hermana había tropezado al entrar a la habitación y se acercó a Camila con un gesto esperanzado.

—¿Cómo te sientes?

—Me siento como un excremento, la verdad. Blanda, marrón, como si me hubieran expulsado en el acto de la defecación. ¿Cómo me ves tú?

—Demasiada información no deseada. Pero te veo mejor, estás volviendo a hablar como una persona no-normal.

—¿Una persona no-normal?¿Y qué soy yo?¿Un alienígena viviendo entre humanos?

—Una persona normal simplemente diría "Me siento como la mier —Su hermana la interrumpió

—¡No lo digas!

—Como si me hubieran cagado" —continuó con una sonrisa de lado, molestando a su hermana.

La mayor murmuró algo inaudible y suspiró cerrando sus ojos.

Su hermana adoptiva, Melissa, era la segunda hija de la pareja adulta. Había llegado al orfanato con cinco años y fue adoptada a los 8 años de edad cuando Camila tenía 12 años recién cumplidos.

Al principio se odiaban, como cualquier niño al que le robaban la atención de sus padres. Pero meses de convivencia les hizo abrir los ojos para darse cuenta de que en vez de captar la atención de sus padres hacían todo lo contrario. Sus padres cansados y rotos por el hecho de que sus dos mayores tesoros no se llevaran bien empezaron a distanciarse cada día. Hasta que un día al abrir la puerta de la habitación de sus hijas, las encontraron compartiendo comida mientras observaban la televisión con un gran entusiasmo. Al parecer las niñas habían hecho las paces, y ellos pudieron dejar caer el estrés y el dolor que llevaban en sus hombros.

Su madre contaba que con su hermana había sido más fácil hablar y que no había costado tanto, a diferencia de Camila, con ella había surgido ese chispazo al segundo.
Al final siempre agregaba "Pero a ambas las amo por igual"

Experimentos Fallidos|Camren Donde viven las historias. Descúbrelo ahora