Delito

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Capítulo 5

Después de mucho tiempo una corriente de viento frío azotaba la ciudad a puertas del otoño.

Era media tarde, iba de vuelta a casa andando a paso tranquilo viendo a varias personas cerrar sus ventanas y niños entrar a casa para ponerse bajo el abrigo de su hogar. El cielo continuaba azul pero el sol se había ocultado tras las nubes que sólo le permitían asomarse débilmente por breves minutos; algo bastante diferente a esa mañana, en la que los rayos terminaron achicharrando la piel de quien se atreviera a andar descubierto.

Me aferré a las mangas de mi camiseta y me abracé los codos en un intento por amortiguar el frío, en esa posición me sentí vulnerable. No había olvidado para nada lo que pasó con Álex esa mañana, después de las dos eternas horas de clase con el maestro Ross salí casi corriendo del aula e incluso choqué con un par de compañeros al pasar por la puerta. Creía que ya nada podía ser peor después de la vergüenza de sentir veinte pares de ojos a mis espaldas sólo por culpa suya, pero realmente lo peor era terminar recordándolo a cada instante.

Álex era un completo idiota.

Ya había llegado a la calle en la que se encontraba mi casa, pero aún me faltaban unos cuantos metros por llegar, solía caminar un par de cuadras después de bajar del autobús.

Desde la distancia me fue inevitable mirar hacia la casa de los Hansson, aquella parecía lucir igual que cualquier otro de esos días, pero rápidamente reconocí una figura masculina sentada en la ventana de la segunda planta. Era ese chico.

Sentí un pequeño sobresalto y la piel se me erizó al darme con la sorpresa de que él también me estaba observando con la misma mirada curiosa de antes.

Sus ojos estaban tranquilos mientras su cabeza descansaba en el marco lateral de la ventana. Su ropa era oscura, llevaba una camiseta de mangas largas y unos pantalones negros que yo solo alcanzaba a ver hasta la rodilla. Sus labios eran gruesos, y rojizos. Ya no tenía las ojeras tan marcadas como con las que lo había visto la primera vez, pero seguían allí. Determiné entonces que no eran por cansancio, ya que aún conservaba un poco de ese semblante desganado y melancólico.

Cerró y abrió los párpados de una manera excesivamente lenta provocándome un leve escalofrío, tanto que por un momento creí que no estaba viendo a una persona. Seguí caminando con la mirada puesta en él, desafiante. El chico tampoco había dejado de mirarme ni un segundo desde que le puse los ojos, hasta que súbitamente una mano con un cigarrillo entre los dedos apareció desde su muslo derecho, el que yo no alcanzaba a ver desde abajo, y terminó en sus labios. Le dió una pequeña calada y entreabrió muy poco los labios para dejar que el humo se desvaneciera.

Levanté una ceja sin premeditarlo, pero automáticamente luego de eso él levantó ambas hacia mí.

Me atemoricé. Era como ver a una estatua y hacerle gestos sin esperar a que respondiera.

Ya había llegado a casa, busqué rápidamente mis llaves en el bolsillo de mi chaqueta y abrí la puerta. Mamá se encontraba sentada en la sala con las piernas cruzadas pasando de canal en canal con el control remoto. Su cabello marrón caído en preciosas ondas sobre sus hombros y su nariz respingada la hacían ver de perfil más hermosa de lo que ya era en realidad, y verla así me recordaba a las incesantes repeticiones de papá por decir que ambas éramos como dos gotas de agua, aunque yo lo negara la mayoría de las veces.

Cuando caiga la luna. (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora