CAPÍTULO 1

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La noche que observamos la estrellas transcurrió con una rapidez que nunca había presenciado. Después de verla escurrirse por la oscuridad me sumergí en una pequeña depresión que cada vez se hacía más y más grande, pensaba que no la volvería a ver nunca mas. Que la mujer que mas me había hecho sentir en tan poco tiempo no volvería a aparecer en la oscura vida que llevaba.

Pero no fue así.

Me la volví a encontrar, en el mismo parque, en el mismo banco y en la misma posición. Tumbada en la hierba mal cuidada, observando las estrellas como si esa fuera su única misión. Sus preciosos ojos grises estaban cerrados, su cara reflejaba una gran paz y su cuerpo estaba relajado.

Me acerqué a ella tambaleándome hasta caer rendido a su lado. Al parecer, la chica sin nombre estaba tan relajada y sumida en sus pensamientos que no notó mi presencia hasta que decidí hablar.

-Hola.- La saludé arrastrando el pequeño "hola" que le había susurrado.

-Hola.- Me saludó de vuelta.

Abrí la boca para hablar pero ella me la tapó con un dedo haciéndome entender que debía estar callado.

-No hables, solo observa.- Me dijo mientras señalaba las preciosas estrellas que cada vez las veía mas grandes. No entendía muy bien si el efecto que producía la chica sin nombre en mi era por qué estaba más borracho y drogado que una cuba o estaba completamente enamorado de ella. Opté por la segunda. La chica sin nombre creaba un efecto en mi inigualable, me hacía querer ser mejor persona, dejar las adicciones y centrarme en llevar una vida sana.

No se cuanto pasó, segundos, minutos, horas. Lo único que sabía con certeza era que no quería separarme de esa preciosa chica de ojos grises que hacían perder la poca cordura que me quedaba.

La chica sin nombre se levantó dispuesta a desaparecer entre la oscuridad como ya había hecho otras veces.

-Espera.- La detuve cogiéndole la mano.

-¿Si?.- Me dijo.

-¿Puedo besarte?.- Le pregunté esperanzado.

Ella me miró. Me miró durante segundos que parecían horas, me miró con esa mirada que nunca había visto y que no volvería a ver en otra persona.

Me cogió de la mano y me acerqué a ella. Nuestras miradas seguían conectadas, eso debía ser lo que nos hacía tan especiales y tan nosotros; no apartar la mirada. Le cogí la cara y la acerqué a mi con ternura. Tenía que admitir que yo no era la clase de chicos que trataba a las mujeres como un auténtico príncipe azul, no las trataba mal pero tampoco ponía ternura o amor cuando las besaba.

Pero ella era diferente, todo en mí se revolvía al verla o al tocarla. Ella me hacía ser otra persona.

Cuando lo único que separaba la distancia de nuestras caras era el aire que bailaba a nuestro al rededor decidí juntar nuestros labios creando nuestro propio oxígeno, un oxígeno que me hacía vivir. Una batalla de lenguas comenzó en el interior de nuestras bocas que poco a poco se fue tranquilizando y con los segundos se convirtió en un lento vals.

La chica sin nombre se separó de mi depués de unos minutos besándonos.

Nos volvimos a mirar, nadie dijo nada.

-Dime que has sentido lo mismo que yo.- Le supliqué rompiendo el silencio.

Ella solo me miró y se dió la vuelta. Me dedicó una mirada recargada de sentimientos, sentimientos que no podía descifrar.

-Por lo menos dime tu nombre.- Le dije. Ella paró en seco.- Mi nombre es Keanu.- Le dije presentándome.

La chica sin nombre no se giró. Pero aun así, respondió a mi pregunta deleitándome los oídos con su precioso nombre.

-Keanu, bonito nombre. Ya entiendo por qué te llamaron así.- Me dijo riendo.- Eres como la brisa a veces fría y otras veces caliente.-

-No has respondido a mi pregunta.- Le dije evitando el tema de mi nombre. No me gustaba que la gente hablase sobre mi pasado, vivíamos en el presente y es lo único que importaba. Además, el tema de mi familia era muy delicado, hacía mas de 10 años que no les veía.

-Agar. Mi nombre es Agar.- Me dijo volviendo a caminar.

-¡No te vayas!- Le grité suplicando.

Agar siguió su camino entre la oscura noche. Como todas las noches me quedé dormido en la hierba observando las estrellas y pensando en ella, con un sentimiento de miedo. Miedo por no volverla a ver.



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