Alejandra estaba en el hospital recuperándose de la neumonía que sufría. Tuvo que ser intervenida hacía dos semanas cuando después de cubrirse la boca para toser vigorosamente, notó su flema mezclada con algo rojo y se alarmó lo suficiente para consultar al médico.
Su sala era la sala número seis, ubicada en la segunda planta del hospital general de la ciudad de México. Ella se encontraba acostada en la camilla con las sabanas azul clara, con suero intravenoso, y le habían retirado el tubo para respiración hacía dos días porque ya podía respirar sin ayuda. A la sala llegó el médico que la atendió, con unos guantes azules y una mascarilla, sin mencionar su flamante bata y pijama quirúrgico que siempre usaba.
—Buen día, señorita Ortiz, ¿Cómo sigue su dolor? —preguntó el doctor Torres.
—Bien, doctor, puedo respirar mucho mejor y ya no me duele el pecho.
—Excelente, veo que el antibiótico está siendo efectivo. Pronto será dada de alta para que pueda ir a casa.
Alejandra sonrió.
Pasó una noche más ahí, hasta que apareció su alta, y se pudo ir a casa, satisfecha.
Una semana después, comenzó a tener síntomas gripales. En su trabajo se quejó de sufrir dolores de cabeza y fiebre intensos, así que el día siguiente se reportó enferma. En casa, mientras sus dos mejores amigos, Samuel y Gabriela la cuidaban, ella empeoró notoriamente. Los primeros días, solo era eso, y la fatiga que no la dejaba funcionar en su trabajo. Pensó que descansar le sentaría bien. Pero solo era el comienzo de lo peor.
En cama se encontraba sudando, y su cerebro comenzaba a funcionar incorrectamente. Deliraba y no decía frases coherentes. Por ratos, se limitaba a quedarse con estupor. Llegó hasta el punto de quedarse catatónica. Samuel sospechaba que la neumonía había vuelto, pero cuando él, junto con Gabriela, llevó a Alejandra a consulta médica, el doctor les explicó que la neumonía que sufrió Alejandra era bacteriana, y que esa enfermedad que estaba sufriendo ahora, era viral, por lo que los antibióticos serían inútiles.
La condición de Alejandra iba agravándose progresivamente. Esa semana, durante su estadía en el hospital, no dormía, y siempre atacaba a las enfermeras que le mostraban el agua. La privación de sueño le intensificó las alucinaciones, una más aterradora y vívida que otra. En su último día de vida, los médicos fueron testigos de su muerte entre convulsiones y sialorrea. La hora de la muerte fue a las nueve de la noche. Todos los médicos tenían protección antiséptica.
El doctor Torres se quedó estupefacto cuando llegó el doctor Nuñez, de Patología, a decirle que su paciente, la misma que había dado de alta un mes antes, había muerto en el mismo hospital. Fue a su consultorio para decirle la causa de muerte revelada en la autopsia.
— ¿Rabia? —dijo el doctor Torres impactado.
—Rabia. Según lo que observé, ella sufrió encefalitis, lo que explicaba su comportamiento errático.
—Eso no es lo único raro—dijo con un tono más sombrío.
— ¿Qué podría ser peor? —inquirió el doctor Torres.
—Hay otros cinco muertos en este hospital. Pero hace años que no tenemos ratas acá, y las trampas en la ventilación parecen funcionar bien. Nunca salen a las habitaciones para morder a los pacientes.
Ambos se miraron estupefactos. ¿Cómo fue que empezó ese brote de rabia? Tendrían que declarar cuarentena, y contactar con la Organización de Sanidad Animal en París en caso de que encontraran un animal rabioso suelto por ahí.
—En ese caso, no hay tiempo que perder—dijo el doctor Nuñez, para finalmente, salir tras esa puerta.
El doctor Torres tomó el teléfono, tecleo y marcó a un investigador privado, un viejo amigo de la infancia. Sí alguien podía armar ese rompecabezas mental, y evitar un desastre sanitario, era él.
—Bueno, ¿Héctor?
— ¿Adrián? ¡Viejo! ¿Cómo has estado?
—Pues, no se si bien. Pero, ahora, necesito que me hagas un favor.
— ¿Qué clase de favor?
El doctor Torres espió para cerciorarse que nadie estaba escuchando esa conversación.
—Hubo un brote de rabia en el hospital. Debo detenerlo antes de que las cosas se salgan de control, y necesito de tu ayuda para eso. Sospecho que alguien tuvo que haberse cargado a la mi paciente para que muriera así. Dudo que fueran ratas las que transmitieran la infección. Necesito que vengas mañana al hospital. Estamos cortos de tiempo antes que la OSA sepa algo y nos cierren.
—Cuenta conmigo.
Colgó.
El doctor Torres se sobresaltó cuando llegó la enfermera a recordarle sobre su paciente con gastroenteritis viral.
—Manda al interno para que vaya a darle sus medicamentos, por favor.
—En seguida doctor.
La enfermera se marchó dejando a Adrián Torres solo en su consultorio.
Al día siguiente, tras la puerta del hospital llegó un hombre joven y de aspecto fornido, con un abrigo café, y un paraguas —afuera estaba lloviendo—con una mirada vidriosa y seria. Era el centro de atención en ese momento.
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Paciente de la sala 6
Short StoryCiudad de México Una paciente recién recuperada de una neumonía tiene una recaída seria en enfermedad, y muere en circunstancias aterradoras y misteriosas. Hector Alvarez, detective privado, debe llegar al fondo de ese misterioso brote en el hospita...