Está sonando mi despertador, es muy temprano, pero aún así entran cientos de rayos de sol por mi ventana. Desde la cama, oigo la televisión del salón.
Me doy la vuelta, dispuesto a dormirme de nuevo, cuando recuerdo que hoy es el día. Hoy, me marcho de viaje a Italia.
Salgo de la cama dando un enorme salto. Me doy una ducha rápida, me visto, y velozmente bajo la escalera.
— ¡Buenos días, mamá!
— Buenos días, cielo. ¿Estás emocionado?
— La verdad es que sí, he estado deseando este día mucho tiempo, y al fin ha llegado.
Termino de desayunar mientras charlo con mi madre, y en cuanto termino, subo a darme un último retoque al pelo antes de marcharme.
Bajo con mi maleta y espero sentado en el sofá a que mi hermano aparezca para llevarme al instituto.
— ¡Tete! Vamos a llegar tarde.
— Ya voy, ya voy. Deja de meterme prisa.
Mi hermano apareció por el pasillo, y después de despedirme de mi madre, tomamos rumbo al instituto.
— Espero que me llames todos los días, eh.
— Claro que sí, Tete. Eso no lo dudes. Pero pisa el acelerador que tengo unas ganas inmensas de llegar ya.
— Sólo es un viaje, ni que te fueras a recorrer el mundo.
Ignoré las bromas y piques de mi hermano durante el resto del camino.
Cuando llegué, me despedí de él con un fuerte abrazo.— Te echaré de menos.
— Yo también, nos vemos en una semana.
Mi hermano se marchó y yo me quedé con mi maleta esperando a mis amigos.
— ¡Raoul!
— ¡Nerea! ¿Llegarás algún día a tiempo?
— Lo siento, me he dormido.
— Qué raro en ti. ¿Dónde están los demás?
— Aitana y Roi están en la cafetería. Cepeda y Ana estaban ya llegando. Y de Agoney y Miriam no tengo ni idea.
— Bueno, pues vamos al autobús y les esperamos dentro.
Dejamos las maletas en el maletero, y nos buscamos un sitio cercano a la escalera.
Nuestros amigos no tardaron en llegar, se fueron sentando a nuestro alrededor, excepto Agoney.
—Nerea, ¿te importa si Miriam se sienta contigo y yo me marcho con Agoney?
— Claro que no. Márchate con él si quieres.
Di un pequeño beso en su frente y busqué el asiento de Agoney.
Le encontré sentado al fondo, sólo, con los ojos cerrados y sus cascos.
Di un leve toque en su brazo.
— Hola, Raoul. ¿Necesitas algo?
— No, la verdad es que no. Sólo quería saber si te importa que me siente contigo.
— Claro que no, siéntate.
Retiró la mochila que tenía apoyada en el asiento, y me senté.
— ¿Qué estás escuchando?
— Purple Rain.
— No conozco la canción, ¿puedo?
Agoney me tendió sus cascos y comencé a escuchar.