Primer compás

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12 de octubre del 2000

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12 de octubre del 2000

Medio vaso de mentiras, medio vaso de secretos. El cóctel perfecto con el que envenené a mis padres.

Quise pensar que éramos una familia feliz, pero viví con una venda en los ojos. La venda de la ingenuidad, esa que se cae cuando creces. Antes éramos tres bombillas iluminando toda una habitación. Un padre, una madre y una hija. El padre llevaba en brazos a la hija, la madre hacía coletitas a la niña y la niña pintaba casitas, soles sonrientes y a su familia.

Hasta que las bombillas empezaron a perder intensidad y mis ojos se acostumbraron a esa luz sin percatarse del cambio. Ya no me aupaban, ya no me decían te quiero, ya no me daban besos en la frente. Ya no era su niña, sino su hija. Mi madre se agarraba al recuerdo vistiéndome como a ella le gustaba, peinándome como quería. Sacaba unas notas impecables, volvía a la hora que me pedían a casa e iba a misa todos los domingos. Mi padre se desprendió más rápido de mí: ya apenas compartía momentos conmigo, y yo, en un intento desesperado, empecé a tocar música por él, para que me escuchara a través de la notas aunque no lo hiciera en las palabras, hasta que dejó de oírme. Soy silencio para él. Mis deseos por iluminar sus vidas fueron vanos. Me sobrecalenté y mi bombilla estalló.

Y entonces conocí a un chico que lo volvió a iluminar todo. Esas partes oscuras de la habitación, esos escondites que habían quedado ocultos. Si no les conté nada a mis padres fue porque yo tenía 16 años y él 21 y era el hijo del director de la academia de música. Y porque lo sentía como algo solo mío.

Gerard me devolvió ese cosquilleo que me recorría al reír cuando era pequeña, los besos en la frente, los te quiero y los abrazos. Las risas interminables y los juegos de niños. Me hizo descubrirme a mí misma, mis miedos y sobre todo mis deseos, incluido el sexo.

Por primera vez decidí por mí misma. Me acosté con él varias veces. Siempre tomábamos precauciones, no tenía por qué pasar nada, pero pasó. Nosotros fuimos el 2% o el 3%, según la estadística que mires. ¿Qué ocurrió? No lo sé a ciencia cierta. Pero supongo que el condón era defectuoso o se rompió mientras teníamos sexo y no nos dimos cuenta. El caso es que después de varias semanas salieron dos rayitas acusadoras en el test de embarazo.

Los secretos y las mentiras crecían como el bebé en mi vientre. El vaso se desbordaba, solo era cuestión de tiempo que mis padres se percataran del charco que había a mi alrededor. Decidí decírselo. No mentiré: se lo "conté" a mi madre sabiendo que mi padre lo descubriría después. Soy así de cobarde.   

Al otro lado del silencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora