33. ¿Todos tienen tarifa plana?

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Ana estaba en la cocina, iba en pijama aún, sacó cuatro tazas del armario y empezó a preparar el café, no sabía lo que iban a querer sus amigos así que sacó una caja de galletas y pan por si se hacían tostadas.

—Buenos días...

El bostezo que acompañó a las palabras de Amaia hizo que Ana sonriera, la miró de arriba a abajo, iba descalza y tenía todo el pelo recogido en unan coleta alta, llevaba una camiseta de Alfred de color blanco, de las que utilizaba para entrenar, y unas braguitas.

—Buenos días..
—¿Y Aiti?
—Se está duchando.
—Ay, a mí también me apetece darme una ducha.
—Normal.

Ana soltó una carcajada y miró a los ojos de su amiga, alzando las cejas.

—Dios mío... Nos oísteis...
—Nosotras y medio Madrid, Amaia.

La risa aumentó en el pecho de Ana mientras veía como una Amaia avergonzada se apoyaba en la encimera y se tapaba la cara mientras se ponía roja.

—¿Tan exagerado fue?
—"No pares, joder", "Amaia, Amaia..."—imitó sus voces entre jadeos y gemidos.

Alfred entró en la cocina con cara de circunstancia, vio a Amaia con una sonrisa tímida, roja como un tomate y a Ana sin parar de reír, se las quedó mirando durante varios segundos y se acercó a Amaia para abrazarse a ella como si fuera un bebé.

—¿Qué pasa?
—No pongas cara de niño bueno, que de bueno no tienes nada.

Ana seguía riéndose cuando apareció Aitana con el pelo mojado y completamente vestida.

—Hombre, la pareja...
—¿Pero, qué os pasa?

Amaia se acercó a su oído.

—Nos escucharon.
—Joder...

Entre burlas y bromas se pusieron a desayunar en la cocina, Alfred le dijo a Ana que le había robado un cigarro la noche anterior, Amaia y Aitana se pusieron a hablar de cosas poco importantes mientras cogían fuerzas para la conversación que debían tener y que era realmente importante.

—Tengo que llamar a Anahí.—dijo Alfred cuando la cocina se quedó en silencio mientras cogía las tazas vacías de todas ellas y se ponía a fregar.
—¿Para?
—Hay que disimular, no puede saber nada de esto, tiene que pensar que estoy de su lado.

Amaia guardó silencio y miró a Aitana, esta le cogió la mano.

—Y tengo que irme a casa, tengo que hablar con mi madre de una cosa.—Alfred no les dijo nada de lo que le había encargado a María Jesús, podía ser una baza muy buena con la que jugar en solitario, no quería que Amaia se involucrara más de lo que ya estaba.
—Alfred...

Amaia no le miraba, no quería que se fuera tan pronto, no ahora que se habían vuelto a ver después de semanas en las que ambos lo habían pasado tan mal.

—Sabes que es lo que debo hacer.

Carlos se había despertado hacía bastante, pero no se había levantado, tenía sueño, se acostó muy tarde, demasiado tarde. Ver cómo Amaia salía corriendo detrás de Alfred, ver cómo le mandaba un whatsapp diciéndole que se fuera a casa solo, que ella se quedaba con él, a pesar de que estuvieran todas sus cosas allí...
Cuando llegó no pudo evitar acariciar la funda de la guitarra de ella, estaba allí, encima de su maleta, inerte pues solo ella con su voz y sus dedos en las cuerdas le insuflaba vida, sabía que iba a pasar eso, era lo correcto, se amaban, si, era amor, siempre lo había sido a pesar de los miedos, y Carlos lo tenía claro, o eso creía, porque no pudo evitar sentir una soledad demasiado fría en todo su cuerpo cuando asumió que no debía sentir lo que estaba sintiendo, ella le gustaba, le hacía sentir demasiado bien, le hacía sentir más él que nunca... Tenía miedo de lo que sentía, pues sabía que no iba a llegar a ningún lado, pero no se iba a alejar, era su amiga y con todo lo que estaba pasando...

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