Entre risas y más canciones, llegamos al barco en el cual recorreríamos el mediterráneo visitando diversas ciudades de Italia.
— Ago, ¿te puedo hacer una pregunta?
—Claro, dime.
— ¿Con quién vas a dormir en la habitación?
— En el folio pedí que me pusieran sólo, pero con el desorden que suele haber en las excursiones, no tengo ni idea de con quién me tocará.
Reí y bajé del autobús decidido a buscar a Nerea, pero no la veía por ninguna parte.
Me la encontré metida casi al fondo del maletero, intentado coger su maleta como podía, ya que casi pesaba más que ella.
— Gracias a dios que has llegado, Raoul. Llevo más de cinco minutos intentado sacar mi maleta de aquí. ¿Me ayudas?
Reí y tiré de su maleta hasta fuera, y lo mismo hice con la mía. Quedaba otra al fondo, que supuse que era de Agoney, así que también la saqué y me quedé con ella hasta que él apareció.
— Gracias por coger mi maleta.
— No las des.
Ambos esbozamos una leve sonrisa y reunimos con el resto del grupo.
— ¡Ago!
— ¡Miriam!
Parecía que no se habían visto en años, y eso que habían venido juntos de casa.
Estábamos riendo y hablando cuando la profesora llamó nuestra atención para poder repartir los camarotes.
— Bien, todas las habitaciones son de cuatro excepto una, que es de dos.
Pusieron en una a Cepeda, Roi, Alfred, y Ricky.
Estos dos últimos no eran de nuestro grupo, pero eran majos.
En la habitación de las chicas, pusieron a Nerea, Miriam, Mireya, y Mimi. Tampoco eran de nuestro grupo pero nos caían muy bien.
A Aitana y a Ana las mandaron a un camarote con otras dos chicas con las que casi nunca había hablado.
— Bueno, el camarote de dos es para Raoul y Agoney.
Miré a Agoney y le sonreí. Pensé que su reacción sería diferente pero solo me devolvió una fría sonrisa.
Todos subimos al barco y nos pusimos a buscar nuestro camarote, aunque con lo grande que era, estaba resultando imposible.
— ¡Raoul, espera!
Esa voz me resultaba familiar. Me giré y le vi venir corriendo hacia mí con todo su equipaje.
— Sólo hay una tarjeta y la tienes tú.
— Es verdad, lo siento mucho. ¿Puedo preguntarte algo?
— Claro, dime.
— ¿Te molesta que vaya en el camarote contigo? No ha parecido hacerte mucha ilusión compartirlo con alguien.
— No me molesta, pero preferiría ir solo, la verdad. Aunque de todos los que podrían haber ido conmigo, tú eres el que mejor me cae.
Ambos reímos y eso me reconfortó un poco. Después de un buen rato dando vueltas, llegamos a la habitación.
— ¡Es enorme!
— ¡Me pido la litera de abajo!
— Jo, Ago. Esa la quería yo.
— Haber sido más rápido. Venga, vamos a dejar el equipaje y a marcharnos con los demás.