A veces echo de menos el pasado.
A veces prefiero lo malo conocido a lo desconocido.
A veces prefiero estancarme en un momento por un tiempo y desconectar.
Y hoy, más, a veces echo de menos la felicidad.
Recordar momentos geniales, o no tan geniales,
recordarlos porque, todo era mejor que esto,
esto otra vez, ese vacío, esa caída en picado de un quinto piso,
ver como te vas derrumbando y no poder hacer nada,
No tenemos alas, nos espera el suelo con los brazos abiertos.
Y es que, a veces es lo que toca,
tocar fondo, lo más profundo posible.
Y, ¿cuánto nos tenemos que engañar?
Y, ¿cuánto quieren los demás que los engañes?
Por qué lo piden, por qué piden que actues normal,
que tus días sean buenos, que esa sonrisa no desaparezca,
que obedezcas, como siempre,
hacer como si nada y no sentir nada,
porque es así como nos quieren.
Como un robot sin sentimientos, que, como tal, tan perfecto.
Ni un fallo de comportamiento,
ni un fallo de sentimiento,
todo como debería ser
y como quisieran que fuese.
