Si había una palabra, una sensación o expresión que describiese bien ese día de locos sería «montaña rusa emocional»: habían empezado el día con enfados y rabias, seguido de gritos y lamentos y terminado con calma y serenidad.
Como habían prometido durante su inesperada huida de mañana, por la tarde atendieron a todos los medios de forma encantadora y sin dejar de sonreír, se apoyaron entre ellos e incluso fueron capaces de olvidarse de su desgarrada realidad y pudieron vivir felices tan sólo por unos minutos, en su mundo artificial. Era como si nada hubiese cambiado entre ellos cuando en realidad su mundo estaba destrozado.
Y por la noche todo fue igual, habían dejado atrás tormenta y habían vuelto a su noche estrellada. Disfrutaron junto a sus compañeros en esa fiesta de bienvenida, canturrearon con los fans y se sintieron libres, sin preocupaciones ni responsabilidades. Sólo eran dos jóvenes con ganas de comerse el mundo con su música y sus sueños, y nada más.
Pero aún que fueran jóvenes, eso no significaba que se sintieran ese espíritu juvenil. Había sido un día largo para ellos, bien, para Alfred habían sido dos días muy largos y aun que hubiese descansado un poco y estuviese mejor que por la mañana, el cansancio le estaba pasando factura, y Amaia lo notaba. Habían sido muchas las noches a su lado y sabía reconocer a la perfección cuando su compañero llegaba a su límite: activaba su modo bebé, diciendo cosas sin sentido y se reía por todo. Así que cuando Amaia vio al joven apoyado contra una columna riéndose él solo, sabía que ya era hora de irse a dormir. Se lo comunicó a Marta, ya que ella había ido con ellos al evento, se despidió de sus compañeros más cercanos en el tiempo que tardaba en llegar el taxi y cuando este llegó, se montaron y recorrieron las calles nocturnas de Madrid hasta llegar a su destino.
El trayecto era un poco largo ya que tenían que cruzar media ciudad pero al ser de noche, no había demasiado trafico, así que era un poquito más rápido. Madrid era una ciudad que nunca dormía, a diferencia de Alfred, que sólo subirse al coche cayó en un sueño profundo contra el cristal.
Amaia estaba concentrada mirando a través de la ventana, la gran mayoría de luces de los hogares ya estaban apagados, en las calles no había ni un alma y la luz anaranjada de las farolas iluminaba las solitarias calles. Ella sólo podía imaginarse paseando por alguna de esas calles desiertas. Tenía ganas de recorrerse esa ciudad o cualquiera sin que nadie la parase o la reconociese. Des de que había salido de la academia eran pocas las veces que había salido de casa y había hecho vida normal, que había andado con total tranquilidad sin que nadie la mirase fijamente o la apuntase con un móvil. Algo tan sencillo como subir a un autobús o ir al supermercado de la esquina se habían convertido en tareas imposibles por culpa de las masas, y para que mentir, lo echaba de menos.
Detrás de cada una de esas ventanas de la calle había mil historias que contar, personas con problemas, con alegrías y con recuerdos. Cada uno era diferente al otro, cada uno tenía sus gustos pero todos eran personas y eso era lo que importaba. Aún que no pudiese salir a comprar el pan o viajar en metro, ella sabía que a veces, con una sonrisa en un selfieo una firma en un papel podía alegrar el día a alguien. Y eso es lo que realmente valía la pena y uno de los motivos por cual le gustaba ser conocida.
Hundida en lleno sus pensamientos, prácticamente ni se había percatado de que, en una rotonda, el cuerpo relajado de Alfred había caído encima suyo, teniendo ahora la cabeza del chico en su regazo. Dormía plácidamente y Amaia se derretía al ver su carita. Le recordó en la academia, las veces que les habían puesto alguna película, donde Alfred y ella se sentaban de lado y siempre terminaban fundidos en un abrazo eterno.
—Ya hemos llegado —anunció el conductor rompiendo la magia del momento. Marta, que iba de copiloto, le pagó mientras Amaia intentaba despertarlo. Los papeles ahora habían cambiado.
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Nosotros
FanfictionAbril-Mayo de 2018. Después de una mala racha, llega la noche X, la noche en que lo cambió todo entre ellos. La magia desapareció, la complicidad se esfumó y la paz huyó... Pero por contrato, ellos tienen que seguir siendo los de siempre, por lo men...