Capítulo único

22 5 2
                                    

Mi corazón palpitaba cargado de un cúmulo de emociones. La felicidad embargaba cada rincón de mi otrora patética existencia, curvando los dedos de mis pies y haciendo que una estúpida sonrisa bordeara mis labios.

Era asombroso, casi magnífico, lo que dos simples palabras podían crear. Mi cuerpo se estremecía al borde del paroxismo, mis manos temblaban febrilmente sosteniendo las suyas.

De sus preciosos orbes caían libremente lágrimas de felicidad, velando una mirada cargada de cariño, esperanza, miedo y un profundo afecto, rogándome en gritos silenciosos que acabara con su suplicio.

Me acerqué lentamente, conteniendo la respiración, con el corazón galopando frenéticamente. Cerré los ojos ante la cercanía. Sentía como el aire salía a borbotones acelerados entre sus labios, disminuyendo la distancia a cada segundo. Y pronto, tan de repente, todo dejó de importar.

Siempre conservaré en mi memoria ese momento arrancado a los brazos de la eternidad como el más grato de todos mis recuerdos.

Electricidad recorría mi cuerpo, iniciando un despliegue de luces y colores que creaban constelaciones. Y fue tan solo un simple roce, sintiendo sus suaves labios contra los míos.

Un momento fugaz y etéreo, un lugar en el que no había alguien más que nosotros dos abriendo nuestros corazones uno delante del otro luego de años de silencios forzados, de cadenas impuestas por nosotros mismos, de prisiones creadas para arrebatar nuestra libertad.

Años que atravesaban nuestra infancia, adolescencia, juventud y la ahora incipiente adultez, entre estallidos de cañones y soldados de juguete. Años que transcurrieron con una máscara ocultando nuestros rostros, confundiendo nuestras verdaderas esencias con otras que el resto del mundo aceptaba. Capas sobre otras capas, creando madejas de hilo imposibles de desenmarañar.

Y finalmente, gracias a él, fuimos libres. Gracias a él y a esas dos mágicas palabras que hicieron implosionar nuestros mundos, sumiéndonos en un caos de emociones y felicidad. Un magnífico caos.

Nuestro caos.

Aquel caos en el que podíamos estar a salvo de todos y de todo, lejos de la escrutadora mirada ajena, lejos de aquellos dedos señalándonos. Lejos de todo aquello que este pueril mundo lanzaba en contra nuestra.

Su mirada hizo que mi alma despertara, su tacto me hizo perder el norte. Yo era la brújula y él la magnetita. Yo el barómetro y él la tempestad. Y juntos éramos todo. Éramos caos y armonía, paraíso y averno, guerra y paz, música y silencio. Éramos los polos opuestos, las dos caras de una misma moneda. El valle y la montaña, la luz y la sombra.

Un todo absoluto que había comenzado en la infancia.

Sí, nos enamoramos sin darnos cuenta. Ya desde niños nos sentíamos atraídos por la fuerza gravitacional del contrario, girando traslacionalmente uno alrededor del otro. Dos simples planetas dependientes mutuamente, sin estrellas o satélites rodeándonos. Claro que hubieron meteoritos intentando desviar nuestros trayectos, pero al final los destruíamos y cada victoria hacía que nuestras órbitas se acerquen. Y estábamos tan cerca que un simple y suave roce logró dar vuelco a nuestros mundos individuales y convertirlo en uno solo. Un choque tan etéreo pero a la vez tan potente que nos convirtió en una estrella solitaria en un nuevo universo.

Atesoro en mi memoria esos momentos que compartíamos, esas sonrisas cómplices, esos guiños que lanzábamos cuando creíamos que nadie veía, sí, ni siquiera nosotros mismos lo vimos hasta que fue casi demasiado tarde.

Siempre estuvimos juntos, de la única manera que conocíamos, aspirando a algo más, algo tan vago que no podíamos definirlo. Y cuando por fin pude encontrar esa definición, me horroricé y sé que él también lo hizo. Porque era algo inimaginable, algo tan impensable.

Pero aún así, la semilla de la incertidumbre quedó plantada en nuestros corazones y por primera y única vez nuestras órbitas se alejaron, tan solo un poco, pero eso casi nos destruyó. Lloré amargamente durante días, con el corazón desgarrado, sin poder comer o dormir, pensando que le causaría repulsión, que me creería una escoria. Porque a pesar de todo yo continuaba anhelando entre los pedazos de mi roto corazón ese algo al que tan drásticamente le pudimos dar definición. Y me sentía tan, tan culpable. Infinitamente culpable por desear ese algo.

¡Qué tontos fuimos! Porque él compartía las mismas cavilaciones que yo, pensaba que lo aborrecería, que despreciaría a ese ser que para mí era completamente cristalino, pero…

Y ese pero marcó un antes y un después en nuestras vidas. Un punto de inflexión. Porque en ese momento él se convirtió en el más valiente de los dos. Se liberó de sus ataduras para rescatarme a mí de las mías. Lo hizo paulatinamente, paso a paso, y cuando finalmente me lo confesó todo ese fatídico día, no pude hacer más que gritar mi libertad a los cuatro vientos y estrecharlo entre mis brazos durante tanto tiempo que pareció una eternidad, uniendo finalmente nuestros corazones en un suave roce.

Y después de tantas luchas, primero contra nosotros mismos, luego contra las personas a quienes queríamos y finalmente y hasta que la muerte separe nuestros cuerpos, contra todos los demás, nos queda la inmensa felicidad de proclamar al mundo que nos amamos.

Nos amamos como jamás dos seres humanos pudieron amarse antes. Nos amamos, no solo en cuerpo, aunque innumerables veces hayamos sido uno solo. Porque lo hacemos de corazón, de mente y por sobre todas las cosas, de alma.

Así que ahora sonrío, sosteniendo su mano contra la mía, observando con embeleso el dorado brillo metálico rodeando su anular. Y él sonríe, mirándome como en aquel día, mientras lentamente coloca la alianza en mi respectivo dedo, creando nuestro cosmos personal, un cosmos que ni la entropía puede detener, porque los cuerpos mueren, pero nuestras almas están tan enlazadas que se han vuelto una sola, que flotará eternamente en ese caos creado por nosotros.

Y así, como en aquel día, en el que con dos palabras cambió nuestros mundos, me siento alegre, con gozo, exultante.

En definitiva, me siento el hombre más feliz del universo.

FelicidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora