1. Corazón Melancólico

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     La noche nublada se reflejaba en los ojos de la hermosa joven mientras observaba el panorama con gran calma. El viento frío de París despeinaba sus cabellos negros y refrescaba su tristeza, su extraña y persistente tristeza que llevaba varios días consumiéndola. Marinette deseaba que el cielo pintado de rosa tormenta dejara caer su lluvia por la ciudad, que el agua convirtiera las calles en un paisaje más brillante, más bonito, más nostálgico... más real.

     Un suspiro se escapó de sus labios, y una pequeña nube de humo se disolvió en aire, ¿como podía pretender sonreír en clases? ¿como podía vivir tan tranquila? ¿es que acaso estaba bien estar enamorada de un alumno? No, claro que no, y no había manera de suavizarlo, ella lo sabia, se veía terriblemente mal que una adulta de 26 años estuviera fijándose en un niño de 17. Era tan tonto, tan ilógico, ¿qué le gustaba de él?

     ¿Era su sonrisa y lo lindo que lucia cuando se encontraba feliz? ¿era acaso su cabello rubio que a ella tanto le encantaba acariciar? ¿eran sus ojos claros y verdes, que podía mirar por horas? ¿su timidez, que le generaba ternura? ¿su amabilidad con todas las personas? ¿lo atento y gentil que podía llegar a ser?

      Cayó de rodillas, recostada del barandal de su balcón. Era todo eso y más, ella lo tenia que aceptar y aprender a sobrellevar, sí, estaba enamorada, muy enamorada de un chico que no tenia edad para fijarse en ella, de un chico al que le daba clases.

     Y aunque Adrien no lo sabia, él y solo él, era causante de la melancolía de Marinette.

     Una melancolía dulce y venenosa que intoxicaba a la pobre: lentamente, poco a poco, hasta ir convirtiéndola en un mar de lágrimas todas las noches.

(...)

     6:01a.m

     Los tacones de las botas hicieron eco en el salón de clases cuando la profesora de biología entró. El lugar todavía estaba vacío, era el primer bloque de la mañana y los alumnos no llegaban hasta las 8:30a.m.

      Dejó su bolso junto con sus carpetas sobre el escritorio y se dirigió a la ventana. Había llovido toda la noche y todavía seguía cayendo una suave llovizna. Era una mañana pálida y llena de nubes, pero daba un aspecto romántico a la ciudad; el clima tan helado obligaba a la gente a abrigarse hasta el cuello, y las calles estaban colmadas de charcos que reflejaban al cielo gris y silencioso.

     París todavía dormía.

—Buenos días, profesora —murmuró una voz que se hallaba al fondo del salón. Tal vez, no todo París.

     Marinette volteó y lo vio sentado de último en la primera fila.

—Buenos días —respondió ligeramente aturdida—. ¿Cuanto tiempo llevas allí, Adrien? ¿sabes qué hora es?

     El chico de ojos claros se encogió en su lugar.

—¿La incómodo aquí? ¿quiere que me vaya? Yo no queria...

—No me molestas —aclaró ella sonriéndole y acercándose—. De hecho, me gusta tu entusiasmo académico. Lo que me pregunto es, ¿por qué llegas tan temprano? Es lunes, son las seis de la mañana, y el colegio está vacío. Me tome la molestia de consultar a los otros profesores que te dan clase en el primer bloque los otros días de la semana, ¿y sabes qué? Llegas primero que todos ellos.

—Es que a veces me cuesta dormir y me despierto temprano —explicó él—. A veces ni siquiera duermo, y no importa a que hora baje a desayunar, mi padre no va a estar ahí. Lo que quiero decir es que... me aburro bastante en casa.

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