Aquella chica pasaba de nuevo delante de mí, sin decir nada. Intentaba saludarla siempre pero las palabras subían por la garganta y se quedaban en la punta de la lengua. Nunca salían. Me preguntaba el por qué quería saber quién era de aquella forma que lo quería. A lo mejor era el hecho de creer que se parecía tanto a mí o a lo mejor era que parecía que podía gustarnos lo mismo. De todas formas no encontré respuesta.
Entré en clase y el día pasó muy rápido. Siempre le había caído bien a la gente, me había forzado a ser como ellos querían que fuera, porque sabía que no encajaba y eso me daba miedo. Me daba miedo quedarme solo, tanto miedo. Y a pesar de ello me acostumbré a estar rodeado de personas pero sentirme solo. La gente me decía que tenía suerte de ser como era sin importarme nada y de estar acompañado siempre y yo solo sonreía y respondía alguna tontería. Era el protocolo a seguir y a veces no podía controlarlo. Seguramente le hice daño a mucha gente por ello, pero me hacía más daño a mí. Hablé con mis mejores amigos y la respuesta parecía tan fácil para ellos: cambiar. Así todo mejoraría pero era más fácil decirlo que hacerlo.
Me paré unos segundos delante de la puerta de casa; no quería entrar. Sabía que a esa hora mis padres no estarían en ella, pero también sabía que acabarían llegando en algún momento. Tenía una relación complicada con ellos. Yo sabía que no me querían y aunque en el fondo me dolía, era fácil para mí que pareciese que me daba igual. No se excedían conmigo normalmente, pero me hacían sentir mal con sus comentarios y su indiferencia. Poco a poco había ido creando una barrera protectora contra el mundo. Me ayudaba a olvidar pero me cegaba, lo sabía.
Entré en casa. Mi habitación seguía igual a como la había dejado esta mañana. La cama estaba por hacer y había ropa por el suelo. Dejé la mochila en una esquina y me senté delante del ordenador y lo encendí. Se había convertido en una rutina. Lo encendía, jugaba hasta que me gritaban que parase, hablaba un rato por WhatsApp y me dormía. Hacía tiempo que se había vuelto aburrido pero no había nada más que hacer así que era más fácil hacerme creer que era lo que más me llenaba. También quedaba con amigos a veces, pero me costaba menos quedarme en casa. Mi habitación era como una fortaleza y como fuera de ella estaba la realidad no me gustaba salir.
Estaba en medio de una partida cuando sonó mi móvil repetidamente. Alguien me estaba mandando mensajes y aunque no me apetecía mirar quién era, paré y respondí. Era una amiga mía que quería salir un rato. Le dije que quedábamos en media hora y continué con la partida. Al haberla acabado me peiné, cogí las llaves y el móvil y me fui. Nos encontramos en la puerta del instituto, el sitio donde quedaba con todo el mundo y fuimos a un parque para poder hablar con calma. Mis amigas solían recurrir a mí para que les aconsejase sobre los problemas que tenían. Yo les hablaba con seguridad, les acariciaba la mejilla y les decía que todo iba a salir bien. Ellas se lo creían, me sonreían y agradecían mi ayuda; yo volvía a casa y pensaba sobre lo que acababa de hacer. Podía ayudar a todo el mundo con sus problemas pero luego no sabía aplicarme nada a mí.
Cuando volví a casa mi madre ya había llegado. Fui rápidamente hacia la habitación, deseando que no me hubiese visto, pero lo había hecho. Me llamó y me acerqué a ella, preguntándole qué quería. Me preguntó dónde había estado, le respondí la verdad y volví a mis cosas. Era un poco tarde, pero había quedado con unos amigos para jugar. De todas formas eso sería lo máximo que hablaríamos, seguro.
Aquella noche no dormí nada. Me levanté dos veces para ir al baño a lavarme la cara y estuve dando vueltas en la cama toda la noche. Miré el reloj varias veces, pero no avanzaban las horas. Seguí dando vueltas, cerrando fuerte los ojos, deseando dormirme. Cuando los abrí ya era por la mañana. Era viernes, último día de clase de la semana. Nunca esperaba con ansia el fin de semana, de hecho, a pesar de que no me gustaba ir a clases, prefería ir y estar entretenido unas horas.
Las primeras tres horas pasaron muy lentas. Había tenido física, castellano y filosofía. En realidad ninguna clase me gustaba lo suficiente como para que pasase rápido, pero había algunos profesores que nos dejaban más libertad y sus materias se hacían más amenas. Ahora tocaba educación física pero no había venido el profesor y todos los alumnos estaban en el patio haciendo lo que querían. Me separé de mis compañeros y los observé desde una esquina. ¿Cuántos de ellos me caían bien realmente? Cinco, puede que seis. Apoyé mi espalda en la fría pared, intentando pensar en otra cosa. En ese momento la chica que veía en los pasillos apareció en mi mente. No recordaba cómo era su cara exactamente, así que la imaginé como pude y la imaginé triste, muy triste. Aquella chica a la que no era capaz de hablar caminaba siempre mirando al suelo. Tenía el pelo rosa, siempre en la cara. Quizá por eso no la recordaba bien. Aun así, cerré los ojos y bailé con ella. En aquel momento se acercó una amiga, la chica con la que había quedado el día anterior. Estaba gritando cosas que no entendía y su cara pasó a formar parte de la de la chica de los pasillos. Abrí los ojos. Era molesta. Ella solo sonrió y continuó hablando, sin importarle si a mí me importaba lo que decía. Sonreí a cada cosa que me contaba, hasta que por fin se fue. Cerré de nuevo los ojos y volví a la misma escena, el baile, pero sonó el timbre. Me levanté de aquel sitio. Ahora tocaba patio de nuevo.
El resto del día fue más de lo mismo. No había clases interesantes así que me las pasé mirando la libreta, esperando que se apuntasen las letras solas y que el timbre de final de clases sonase. Un par de compañeros vinieron a preguntarme si me pasaba algo, que por qué no estaba riendo como siempre. No dije nada, estaba cansado de eso. Una lágrima amenazaba con salir, pero tampoco quería mostrarme débil.
Ya había sonado el timbre cuando el profesor se acercó a mí y me dijo que esperase abajo un momento, que tenía que darme fecha para una reunión con mis padres. Todo el mundo se habrá ido a casa, me dije, pero justo donde me dirigía para esperar estaba la Chica de los Pasillos sentada. Por un momento en mi cabeza pasó la típica frase de "ha debido ser el destino". Me senté a su lado y no dije nada. La miraba por el rabillo del ojo. Quería hablarle pero me había quedado bloqueado. De todas formas ella no debía estar esperando que yo dijese nada, ni siquiera me conocía. Ese pensamiento hizo que soltara un suspiro y ahí cruzamos miradas. Ella me sonrió dulcemente y yo me quedé embobado con esa sonrisa. No me lo había planteado, pero quizá la respuesta que buscaba al principio no era tan difícil. Seguí sin moverme y ella se levantó y se fue. Cerré los ojos y bailé con ella. Me gustaba.
Aquel fin de semana probablemente había sido el más aburrido de mi vida, pero la vuelta a clase del lunes había sido más insoportable. La gente estaba muy emocionada porque el sábado sería la fiesta de final de curso y todo el mundo hablaba de con quién iba a ir, de la ropa que llevaría y de lo bien que se lo pasarían.
La semana había pasado muy lenta pero no había sido tan mala como la anterior pues varias clases se estaban dedicando solamente a la preparación de la fiesta. Ya era jueves. Varias chicas me habían preguntado si quería acompañarlas al baile, pero ni siquiera tenía claro si quería ir así que todas se llevaron un no como respuesta. Viernes. Sin duda fue el mejor día. Me había encontrado la Chica de los Pasillos un par de veces y nos habíamos sonreído. No tenía claro si ella lo hacía por amabilidad pero sí tenía claro que cada vez que lo hacía no podía pensar en otra cosa que en su sonrisa. Entonces me decidí: iría a esa fiesta y se lo diría todo.
Sábado. Me quedé sentado en la cama. Estaba tan nervioso que me había planteado muchas veces el ir o no. Me levantaba constantemente de la cama en ademán de ir a la fiesta, pero al segundo volvía a sentarme. Mi madre entró en la habitación y me dijo que llegaba tarde. Respiré hondo, cogí mis cosas y fui al instituto. No iba especialmente arreglado y tampoco estaba preparado para ese baile, pero sabía que ante todo debía intentar disfrutar y aclarar las cosas en mi corazón. Ya dentro y con la música tan alta que apenas escuchaba qué me decían mis amigos, busqué la chica de los pasillos con la mirada por todas partes. Ya me había dado por vencido cuando vi que las puertas se abrían y entraban varias chicas y chicos, entre ellos, ella. La música había cambiado a una más lenta y se había creado un aura romántica increíble. La Chica de los Pasillos y yo cruzamos miradas. Mis amigos me llamaban y me decían algo pero yo no podía apartar la mirada. Se empezó a acercar a mí e hice lo mismo. Nos perdimos un par de veces entre la gente, pero al momento volvíamos a encontrarnos y ella me sonreía. Parecía que el tiempo se había parado en el momento que la tuve delante. Estaba preciosa. Mi corazón y mi respiración se aceleraron. Esa canción, ese momento, parecía hecho solo para los dos. Le tendí la mano y esta vez, sin necesidad de cerrar los ojos, bailé con ella.
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Bailar contigo
Short StoryUn chico preso de la realidad, harto de todo. Una chica pelirosa que se encuentra por los pasillos. Un baile.