Única parte

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—Listos o no, allá voy.

Dix despegó la frente del árbol, la corteza la sintió fría y húmeda. Estaba atardeciendo, el cielo presentaba tonalidades anaranjadas mezcladas con violeta y vetas de azul. Cerca de una nube que parecía un trozo de algodón sucio, un punto brillante titilaba como la luz de una vela. La primera estrella de la tarde, la que indicaba, junto con la Luna llena, el inicio de las escondidas.

El bosque no era muy frondoso, tenía una extensión de unos cien metros, o eso decían quienes se adentraban en él. Dix había escuchado decir a un viejo que si cruzabas por entre medio de ciertos árboles, encontrabas un sendero que llevaba a una cueva que escondía un tesoro incalculable; otros agregaban la variación de que al final se encontraba una cueva, donde morada de una bestia sombría. Fuera cual fuese la verdad, Dix se sintió frustrada al no dar con ningún sendero ni cueva alguna. No obstante, prefería no arriesgarse. 

Caminó por varios minutos, buscando y rebuscando entre los arbustos, dentro de los agujeros en la corteza, debajo de las rocas, arriba de los árboles (Dix se enorgullecía de ser una gran escaladora), hasta incluso en un charco. Siempre era lo mismo, ellos elegían los lugares mas inhóspitos. Recordó que Rodry se había escondido en un panal de avispas gigante, y Lyara dentro de un hormiguero. A Dix la asustaron y ella les tiró la bronca por un rato hasta que los tres rompieron en carcajadas. Pensar en ellos le provocaba cierta nostalgia.

Un ruido resonó a su izquierda, el de una rama partiéndose. Rápidamente se volvió hacia allí, creyendo ver algo desplazándose detrás de un árbol. Dix se acercó al lugar, procurando fingir que iba por pura casualidad. Dio un rodeo, conteniendo el aliento, y cuando estuvo cerca, brincó.

—¡Te encontré!

El árbol no se inmutó ante su declaración, al igual que el sapo que se encontraba observándola con sus ojos saltones. Dix soltó un bufido y se dio la vuelta para reanudar la búsqueda. Entonces sintió que le golpeaban con suavidad la nariz.

—No, yo te encontré...

A la voz risueña le siguió una carcajada cantarina. Dix dio un salto hacia atrás y profirió un gritito al tropezarse. En frente suyo estaba parado un niño con una camiseta llena de polvo y unos pantalones igual de sucios. Iba descalzo y el cabello parecía tenerlo mojado.

—No es justo—masculló Dix.

El chico sonrió y le tendió una mano. Dix la rechazó y se levantó como pudo.

—No pude evitarlo—decía el chico, conteniendo la risa—, es que verte hacer pucheros al encontrarte con el sapo, estando tan convencida...

—Ya.

Dix se sacudió la tierra de su ropa. El chico seguía mirándola. El cielo se iba oscureciendo cada vez más.

—Me llamo Bransen.

—Dix.

—Un gusto, Dixy—el chico vaciló, antes de continuar—, gracias por encontrarme y, eh, perdón por asustarte.

Dix se sintió por alguna razón culpable. Sacudió la cabeza y se volvió a un lado.

—Ya. Esta oscureciendo y no me queda mucho tiempo antes que la luna brille.

La voz de Dix sonó más seria de lo normal. Tal vez era porque le había llamado "Dixy". Un amigo suyo solía llamarle así.

Dix miró para los costados, buscando. Se detuvo. Caminó un paso y después reanudó la búsqueda. Detrás, silenciosamente, le venía siguiendo Bransen.

EscondidasWhere stories live. Discover now