Solo con darle un beso, empecé a sentir que me tele-transportaba al paraíso.
Separamos nuestros labios mientras nos mirábamos a los ojos.
Ahí donde estábamos podía percibir como brillaban. Y eso resaltaba el color jade de esas hermosas esferas que le permitían ver el mundo. Algo que no duraría mucho más.
Volví a fijar la mirada en sus carnosos labios. Que en ese momento se me antojaron violetas. Maldije el frío que hacía.
Levantó una de sus manos y la posó en una de mis mejillas para darme un último beso. El beso de despedida. No me volvería a dar otro.
Pensar y saber eso me destrozaba y rompía el corazón.
Miré sus ojos por enésima vez antes de que se cerrara. Noté como su mirada se apagaba. Lo peor de todo fue que vi una lágrima rodar por su mejilla.
Yo que no quería que llorara en ese último momento. Y no lo conseguí. No conseguí evitar que esa noche terminara todo.
Su cálida mano resbalaba por mi cara. Cayendo. Mientras mi cuerpo acogía la angustia y los fríos brazos de la impotencia me envolvían. Cubriéndome de pies a cabeza.
¿Por qué todo tenía que acabar ahí? ¿Qué habría pasado si yo hubiese estado en su lugar? No sabía qué hacer.
Decidí cerrar los ojos, despejar mi mente y prestarle atención en ese último momento.
Pero; para mi desgracia, cuando abrí los ojos ya era demasiado tarde. Se había ido. Sus pulmones dejaron de recibir oxigeno. Su corazón dejó de latir. Ya sí que no podía hacer nada.
Nunca antes había sentido lo que era perder a alguien importante.
Algo frío empezó a recorrer mi mejilla. Llevé una de mis manos, y la punta de mis dedos se mojaron. Estaba llorando. No me lo creía.
Yo, que nunca antes había llorado por nada. Y, en cambio, cuando ya no me quedaba nada, lloraba.
Sí, ya no me quedaba nada. Lo único que tenía se había esfumado hace unos segundos.
Por eso no sabía lo que era perder algo importante. Nunca había tenido nada. Y, la verdad, no sé qué es peor.
Solté sus frías manos. Dejándolas en el húmedo suelo, y me tumbé a su lado.
Sentía como su cuerpo se enfriaba más con aquella fría noche.
Yo sentía ese frío. Pero no me importó. No me importaba nada.
Volví a coger una de sus manos. Noté que mis ojos empezaban a cerrarse. Y, no recuerdo la razón, pensé que para mí también se había terminado todo.
Que, a pesar de lo que había sucedido en esos últimos segundos, volvería a estar a su lado.
Pero, para mi mala suerte o cómo quieras llamarlo, solo tenía sueño y me estaba durmiendo.
Cuando desperté, estaba un hospital, y su cuerpo ya no se encontraba a mi lado. Si no que estaba en una maldita plataforma metálica, incómoda y helada.
Mientras que yo me encontraba en un lugar cálido y acogedor, y mis sentimientos corrompiéndome. Y, la verdad, no sé qué es peor.