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A la mañana siguiente, cuando despierto, tengo muy buena compañía en la cama. Mientras la luz se filtra por las ventanas, veo a Paul durmiendo a placer, sonrío instintivamente. Que discusión más estúpida la que ocasioné. En cuanto piso el suelo, Picky está a mi lado, trae el hocico mojado, lo cual quiere decir que a bebido agua del váter, ¡Que asco!

—Te lo dejo pasar solo porque nos hemos dormido y tienes tus necesidades. —Susurro en voz baja.

La orilla del váter está húmeda, la seco con un poco de papel para poder sentarme, una vez que me he desocupado, salgo de la habitación con Picky, siseo para que no ladre. En la cocina, dejo caer en su taza croquetas y agua, de inmediato se pone a comer. Busco entre todas las cosas para preparar el desayuno, muesli para mí y omelette para mi amor. Cuando tengo todo listo, me tomo un momento para buscar mi helado y las papas, me inclino tanto como puedo para tratar de hallarlos, sin embargo, no encuentro nada, tal parece que se lo tragó la tierra. Aunque, puede que en mi tragadera sin remedio, me los haya acabado. Voy a dejarlo por la paz, en primera porque tengo hambre, y ya luego porque mi espalda no coopera. Busco una libreta para hacer la lista de cosas que debemos comprar, en su mayoría estoy segura que serán para mí.

Media hora más tarde, pongo el omelette en el microondas para que se caliente, lo he hecho demasiado pronto. Miro el reloj y me pienso la idea de despertar a Paul, puesto que el tiempo avanza y tenerlos planes que cumplir para hoy. Escucho a Picky ladrar y mover la cola justo en la entrada a la cocina, mi esposo entra no sin antes dejar algunas caricias en su cabeza, el peludo regresa a su lugar más que satisfecho.

—Buenos días, señor dormilón. —Me mofo.

—Buenos días, señora no despierto a mi marido —me dice en el mismo tono, sonrío como idiota. Él besa mi frente, pero sin tocarme. —Voy a lavarme las manos. —Continúa su camino hasta llegar al lavadero, suena la alarma del microondas. Entonces, él dice: —¿Qué desayunamos hoy?

—Búscalo tú, y lo sabrás —tiro de mi taza y  el vaso de jugo. —Está justo allí.

Se seca las manos en la toalla y la deja en su lugar, para luego ir por su plato.

—Vaya, creo que este ha quedado mucho mejor que el de la última vez.

Se mofa, antes de tomar un tenedor del depósito y pinchar su alimento. Ruedo los ojos, no se me da mucho la cocina, en un intento por ser atenta y buena esposa, acabé por hacer una mezcla que terminó por parecer vómito, no siquiera yo me atreví a probarlo.

—Y mejorado, no te burles, Zimmerman. Que he cogido con claridad el tonito.

—Pero si no dije nada malo, mi vida —se hace el inocente. Pongo un mohín de "como tú digas". Se sienta en la silla de mi lado y empieza a comer.

—Paul.

—¿Uhm? —murmura evitando abrir la boca, puesto que tiene comida dentro.

— ¿En serio no has escondido mis chuches tú? Ya los busqué por todos lados, y no aparecen.

—No, pero de todos modos no le des tantas vueltas al asunto. En nada, nos vamos al supermercado para abastecer todo —dice la verdad, entonces, todo le cae a Nancy. Es la única que se mantiene aquí, y noooo me he tragado todo eso. Pero le he de preguntar, solo para sacarme la duda. —De verdad que sabe muy bien.

Sonrío sin separar los labios, para continuar con mi muesli. Yo acabo de primera. Voy al baño para darme una ducha, no tardó casi nada. En cuanto salgo, él entra con su ropa en mano. ¡Tengo el vestidor para mí sola! Una vez que me he colocado la ropa, voy al tocador para darme una ayudita, he notado espinillas y unas manchas en mi cara, cosa del embarazo. Busco el móvil para revisar las famosas redes que he de manejar para mantener el contacto con mis lectores. Leo un par de comentarios, ellos son tan especiales, río y me emociono. Aprovecho para hacer una publicación.

LA CHICA DE UN ZIMMERMAN (TWO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora