Capítulo 4: Mecánica

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Tomó impulso y saltó hasta quedar a dos metros de distancia. Con su espada señaló al ser frente a mí.

En un rápido movimiento una mano grande logró rodear mi cuerpo y jalarme pero antes de llegar a su lado un estruendo se escuchó y fui empujada hacia la fuente donde me impacte con fuerza. El aire faltando en mis pulmones.

La imagen se movía lenta, sólo pude ver como el monstruo miró el muñón donde ahora faltaría su mano que estaba cerca de mí.

El joven me tomó de los hombros sacudiéndome lento.

-Estarás bien- me aseguró- pero necesito que te mantengas aquí.

Me senté como pude, encarándolo. Parece mucho más joven de cerca. Un cabello achocolatado y unos brillantes ojos esmeraldas era lo que identificaba de primeras de él.

-No puedo dejar que te la lleves... su olor... hace mucho que no pruebo una así.

Empezó a caminar hacia nosotros. Sin reparos, el chico me alzó del piso instándome a correr jalando de mi brazo. A trompicones le seguí consiguiendo varios rasguños con las hojas que estaban por ahí pero el que más dolió fue un corte hecho en la mejilla.

La tierra temblaba con los pasos que daba. Giré mi cabeza hacía él. Venía con una paz imperturbable y una sonrisa de oreja a oreja.

Estas carreras me hacen darme cuenta de que el lugar de demasiado grande, mas de lo que parece.

El chico se detuvo cerca de la reja, por donde había entrado.

-Saldrás por ahí- me dijo.

Fruncí el ceño.

-Ya lo intenté, no puedo salir de aquí- explique con la ansiedad carcomiéndome. Temiendo que en esa esquina termine todo.

-Saldrás, te lo aseguro- de su espalda sacó un extraño libro. Lo abrió sin ver en qué página detenerse, dejando que las hojas pasaran sin mirarlas hasta detenerse- a mi señal.

El ser se acercó con mayor velocidad hasta lanzarse contra nosotros. En cámara lenta vi como su boca se abría con anticipación a devorarnos. Un metro y medio de profunda oscuridad y dientes desgarrándonos sin piedad, disfrutando nuestro sabor. Sentí su asqueroso aliento envolviendo mi cuerpo. Quería vomitar y salir corriendo pero mis pies no me respondían.

Una extraña palabra fue pronunciada en susurro y el monstruo quedó congelado como las hojas.

El chico mantenía su mano en dirección al ser con una débil luz irradiando de ella.

-Corre- al ver que no me movía añadió rugiendo- ¡Ahora!

Fue cuando mis piernas reaccionaron y corrí lo poco que faltaba para la reja. Cuándo toqué la primera rama el susurro de las hojas cayendo me despidió junto a un horrible rugido.

Salí de ahí con la respiración agitada. Mis piernas de gelatina me hicieron caer sin miramiento contra el asfalto.

Me costó recuperarme pero logré levantarme y emprender un camino lento a casa. Sólo cuando pasé cerca de un coche me di cuenta de mi aspecto.

Dos cortes enmarcaban mis mejillas, uno horizontal y otro vertical. Mis brazos tenían más rasguños de los que emanaban sangre que golpes y mi camiseta blanca quedó manchada por completo de la sangre que indicaba el lugar de otros cortes y del rostro. Traté de limpiarme pero el ardor de mi mano me hizo recordar que su situación era igual.

Ambas tenían también rasguños.

-Parezco una asesina.

Solté mi cabello oscuro dejando que cayera los lados de mi rostro y caminé con la cabeza gacha evitando cualquier mirada curiosa. Aunque fuera muy difícil.

Pase por el primer puesto de ropa que me topé y compre una camiseta sin probarla.

La pagué con dinero que había guardado en mis pantalones. La bolsa junto a mi paga se habían quedado en la mansión y ni loca me regreso por ella.

Me interne en el primer local con posibles lavabos que me encontré. Tuve la maravillosa suerte de que solo había una persona ocupando un cubículo. Entre en el otro y me cambié rápidamente la camiseta cuidando que no se manchara, quedaba un poco floja pero no me importaba en absoluto.

Salí una vez asegurándome de estar sola.

Salí y me acerqué al lavabo. Lavé mi rostro para retirar todo rastro de sangre y lo sequé con papel, lave mis costados y los seque con las partes "limpias" de mi otra camisa. La doblé de una manera en que no resaltara mucho las manchas evitando cualquier mirada.

Cada movimiento era rápido y mecánico, me reusaba pensar en lo ocurrido porque en cuanto pasara volvería a convertirme en gelatina y dudo siquiera poder cruzar por completo la calle.

En cuanto salí, tire la camiseta en el primer gran bote de basura que encontré.

Llegué a casa encontrándomela vacía, aunque ahora necesitaba a mi madre más que nunca, debo aprovechar que no está para desinfectar mis heridas sin problema.

Subí las escaleras con rapidez adentrándome al baño. Saqué el botiquín de primeros auxilios. Tomé algodón y lo empapé de alcohol, por los nervios el frío líquido escurrió hasta mi codo. Mi mano temblaba y regaba el suelo. Estaba rozando mi límite, mi cordura. Acomodé el espejo y me vi con claridad.

Los rasguños volvían a sangrar pero no escurrían demasiado. Mi respiración errática y mis ojos comenzaban a picar. Apreté el algodón entre los dedos de mi mano herida logrando que el alcohol volviera a escurrir con más cantidad y como resultado ardiera en proporción. Mi memoria trajo de nuevo lo sucedido.

Casi muero. Estuve a nada. Pero se sentía como un sueño. De esos en los que se sienten tan asquerosamente reales. Exageradamente real.

Su aliento. Su boca. Los golpes. La pequeña persecución. El extraño cielo. El chico, ¿Salvándome?

Lloré.

Mis lágrimas caían a cantaros. Trataba de callarme pero no podía. El sentimiento pudo conmigo doblegándome con mi mano ''sana'' afianzada al lavabo. Apreté tanto el algodón que prácticamente quedó seco, el ardor me importaba un comino.

Tapé mis ojos soltando el blanquecino material, notando aún más el ardor por la parte derecha de mi cara. Mi rostro se empapó en lágrimas. Necesitaba el desahogo. No podía creer lo que pasaba. Debía estar loca. Mucho mas que loca.

-¿Aria?- me paré en seco conteniéndome de nuevo- ¿Ya llegaste?

Carraspeé buscando aclarar mi voz por algunos gritos contenidos.

-S-sí, en el baño.

Me levanté con rapidez tirando el ahora inservible algodón y mojando uno nuevo. Buscando mi reflejo, limpie mi herida. Fruncí el ceño. La sangre se limpiaba con el algodón pero no había rastro de herida alguna, es más, ya no había ardor, ni nada.

Escuché a mamá subir las escaleras. Tire el algodón, lo cubrí con papel higiénico, lavé mi rostro y mis manos retirando el alcohol y cualquier rastro de suciedad y sangre.

-¿Qué haces?- preguntó abriendo la puerta.

Me miró extrañada. Centró su atención en el botiquín y en mi aspecto.

-¿Qué te pasó mi vida?- se acercó abrazándome.

Sin reparos la abracé de vuelta. Lo necesitaba. La necesitaba. Ella es mi paz.

"Todo estará bien"

FénixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora