La maleza cubría casi todo el terreno, haciendo casi imposible caminar a quien se aventurara en esos rumbos. La tierra oscura y resbalosa que en algún momento habían sido duros suelos de piedra, estaba ahora cubierta de pequeñas plantas de tonos verdes iridiscentes que decoraban todo el lugar. A donde quiera que se mirase se veía infestado de pequeñas y hermosas flores blancas y amarillas, que anunciaban la llegada de la primavera, de igual manera que los claros cielos y el radiante astro amarillo en lo alto del cielo.
Una figura silenciosa se deslizaba entre los helechos. De haber sido de noche, su presencia no habría sido siquiera notada, más su pelaje blanco como la nieve, no le ayudaba a pasar desapercibido. Al realizar un pequeño brinco, evitando así un mohoso tronco en el suelo, muchos pájaros que estaban tranquilamente entre las plantas, echaron a volar hacia los árboles, viendo entonces la presencia del felino níveo que se deslizaba entre la maleza.
El blanco ser se detuvo un momento a contemplar cómo su acción había interrumpido el pacífico silencio que inundaba todo el lugar y dirigió su centelleante mirada hacia los pájaros que ahora posados en las ramas de los árboles, parecían burlarse de él con sus agresivos graznidos. Pero después de unos momentos contemplando su obra, perdió el interés en los seres alados y continuó avanzando entre los helechos con indiferencia.
Nunca había sido raro que animales se pasearán entre los árboles y los helechos que crecían en ese lugar, ni siquiera cuando aquella explanada no estaba lleno de árboles, ni si quiera cuando aún no era parte del bosque; sin embargo, hacía mucho tiempo que aquella parte del bosque no contaba con la presencia del gato níveo q ahora caminaba entre la maleza del bosque, en donde solo se escuchaban los susurros del viento.
Los crujidos en el suelo cuando él felino pisaba eran casi imperceptibles, y el gato ajeno a todo, continuó caminando, hasta que una sombra tapo de su vista el brillante sol que se alzaba en el cielo, sin embargo, al levantar su grisácea mirada, pudo apreciar que la sombra no era proyectada por uno de los grandes árboles que abundaban el lugar, sino por una gran pared de piedra, que se alzaba majestuosamente en medio del bosque. Las enredaderas se entretejían unas a otras, luchando por llegar a la cima de la pared y lo que alguna vez habían sido losetas brillantes, ahora eran solo piedras una sobre otra.
Cualquiera que hubiera visto aquella pared que se alzaba en medio del bosque, sin ninguna razón aparente, hubiera pensado que lo que miraban sus ojos carecía de sentido, pero el felino blanco sabía más que eso.
No le costó mucho caminar a lo largo de la pared grisácea, lado a lado, protegido de la potente luz solar a la sombra del monumento. Mas en cuanto dio la vuelta, el brillo del sol lo cegó por un momento, para luego poder contemplar la majestuosa vista que se encontraba frente a la criatura.
No hay palabras capaces de describir el espectáculo que se presenciaba frente al gato, puesto que en esta tierra no existe un adjetivo que pueda describir la gran belleza que se alzaba frente a sus ojos. El bello felino no era ajeno a este tipo de cosas y a lo largo de su vida, había visto cosas impresionantes y magníficas, pero incluso para el, este lugar irradiaba algo tan grande y hermoso como las estrellas del cielo.
Frente a el, en toda su gloria y majestad se alzaba un hermoso castillo de piedra, tan alto que tocaba el cielo. Las hermosas losetas de piedra apiladas una sobre otra formaban un arte imposible de describir. Los muros y los torreones se mostraban imponentes frente a todo lo que estaba cerca, tan altos como las montañas, pero era una grandeza hermosa como lo que nunca se ha visto, grande como el sol.
Había hermosos arcos de piedra mostrando las entradas, casi invitando a todos los que se acercaran a entrar y disfrutar de las grandezas que el lugar tenía para ofrecer. Las ventanas irradiaban brillos, detrás de los hermosos marcos de madera. Después de todo, el castillo no era un lugar con rejas y aprisionado, sino un lugar con ventanas y libertad.
Los jardines estaban llenos de flores exóticas, de colores que jamás ha visto el ojo humano, llenando el lugar con sus exuberantes fragancias, y sus alegres colores; y los árboles frutales que invadían la huerta, eran símbolo de vista y de alegría, de que la muerte no puede conquistar el lugar. El castillo no era un lugar oscuro y frió, sino que era cálido y hermoso, irradiando alegría y belleza a dondequiera que se mirase.
El níveo felino bajo por la colina dirigiéndose hacia el hermoso castillo, y caminando por sus anchas puertas de madera oscura, talladas tan hermosamente que era casi imposible creer que algún ser humano hubiera sido capaz de haber hecho un trabajo tan espléndido.
Las losetas de mármol del piso resonaban con cada paso que la hermosa criatura daba, inundando los bellos pasillos con sus ecos, que resonaban por todo el castillo, y el silencio era tal, que casi podía escuchar los latidos de su propio corazón.
Sin embargo, a pesar de la belleza deslumbrante del lugar en el que ahora caminaba, podía sentir que algo andaba mal. Que algo no estaba correcto. Y con cada paso que daba, más se daba cuenta de lo que pasaba y una sensación de opresión comenzó a inundarle el pecho.
El silencio. El silencio era la respuesta de todo. El silencio era lo que estaba mal. El error era el silencio, que predominaba en el castillo. No solía ser así. El silencio no solía reinar aquellos hermosos pasillos, que ahora tristes cantaban solo en susurros.
Ya no había niños, corriendo y riéndose, ya no había lores, discutiendo en la cámara del consejo, ya no había damas en los pasillos, contándose chismes. Ya no había gente, caminando tranquilamente en los pasillos. Ya no había animales relinchando en los establos. Ya no había servidumbre caminando de un lado a otro con cosas. Ya no había puertas que se abrían y cerraban indicando la presencia de alguien. Ya no había canciones que se cantaban en la sala real y en sus conciertos. Ya no había charlas animadas en las salas. Ya no había banquetes. Ya no había coronas. Ya no había música. Ya no había risas. Ahora solo quedaban los ecos del silencio.
El felino blanco cruzó los umbrales del castillo, encontrándose en el jardín, más en ese lugar, también reinaba el silencio. No habían más que unas cuantas lagartijas tomando el sol en la fuente. Ya no habían alegres jardineros que efusivamente realizarán su trabajo. Ya no habían chicas que alegremente charlaran entre las flores. Las enredaderas y las hierbas pululaban por doquier, al igual que los susurros del viento.
El bello gato continuó avanzando hasta encontrarse en el final del jardín, colindando con el bosque, pero antes de salir de este, volvió el rostro hacia el hermoso castillo de piedra. El ser volvería, el lo sabía, pero también sabía que quizás nadie nunca regresaría. Sabía que quizás nadie recordaría los esplendores de aquella majestuosa construcción. Porque así era como estaba. Olvidada.
Pero seguía ahí. Aún estaba ahí. Él hermosos castillo seguía ahí. Algo roto, pero no derrumbado. Vacío, pero no inhabitable. Dañado, pero aún hermoso. Y no importaba cuánto tiempo pasará, el castillo seguiría ahí, y no importaba si sobre el cayeran rayos, tormentas o incluso tiempo, siempre sería hermoso. Y quizás algún día, alguien sería capaz de recordarlo y de volver a apreciar el esplendor de lo que alguna vez fue. Con este pensamiento en mente, el níveo felino se sumergió en la espesura del bosque.
Después de todo, lo que queda entre nosotros no son imperios destrozados, ni reinos caídos, simplemente son castillos olvidados.
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Castillos olvidados
Short StoryDespués de todo, lo que quedan no son imperios caídos ni reinos destruidos, simplemente, son castillos olvidados. Historia dedicada a mi papá por el Día del padre