Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española; "La muerte es el término de la vida". Así de sencillo se han dignando a resumir la fase más temida por el hombre. Sin importar el lugar, la edad, la cultura o el tiempo, la muerte será siempre la incógnita más compleja y aterradora, admirada por el ser humano. Es por esto que debe ser analizada desde estos tres puntos de vista, para mí, indispensables: el biológico, el cultural y el espiritual.
Este abrupto fin a la existencia parecería más fácil de digerir partiendo de un punto meramente físico y terrenal. Somos seres vivientes cumpliendo el ciclo más básico de la naturaleza, de la vida. Aprendí esto cuando apenas estaba cursando la educación primaria. El fin del ser humano se reduce a cuatro simples palabras: Nacer, crecer, reproducirse y morir. No hay persona que no pase por este proceso, en ese preciso orden. Es lo que todas las razas, religiones y géneros tienen en común: el fin de la vida. Todos morimos de la misma manera. Nuestro cuerpo se apaga, se llena de bichos y se descompone, para volver a la tierra y comenzar un ciclo nuevo.
Si lo vemos desde el lado científico (mezclado con un poco del sentimentalismo típico de mi persona), en realidad nunca morimos. Al fallecer entramos en un círculo vicioso y perfecto en el que una parte de nosotros, la afamada materia, se transforma pero nunca llega a destruirse por completo. Según esta teoría; somos infinitos. Nuestras moléculas, aunque afectadas por la tragedia, seguirán esparcidas por el planeta eternamente, aún después del fin de nuestros días.
Aun así, mi sangre mexicana se niega a aceptar estos complejos conceptos. Para mí, para mi madre y para mi abuela, la muerte no es un hecho científico, sino un ritual sagrado y perfecto. "El fin", para nosotros, mi pueblo, no es nada más que el comienzo de una nueva historia.
Misteriosa, como cuento de terror y bellísima como mil sonetos de amor, se presenta la preciosa calavera a nuestras vidas. Cada palabra dicha sobre ella debe ser respetuosa, para no provocarle ningún coraje y evitar así que se lleve a quien uno más quiere. De igual manera, hay que saber cotorrearla, contarle chistes y ofrendarle gente en broma, para que no se olvide nunca de que es nuestra amiga.
Así vamos cargando flores de cempaxúchitl en nuestro sarape, adornando altares con papel picado, incienso, y el perro negro que no debe faltar nunca para la caprichosa niña. Muerte, muerte bendita, en tus brazos entregamos el cuerpo y el espíritu. Vivimos enamorados de ti, mujer de huesos.
Los hombres le coquetean todos los días, trabajando peligrosamente, viviendo entre la corrupción y el narcotráfico. Las niñas le admiran. Es la única mujer heroína que conocen, la única que siempre triunfa sobre esta sociedad machista y marchita. Nadie se le escapa, por más vivaracho que sea. Ella es fuerte, justa y equitativa. Ojalá se nos permitiera vivir de igual manera a nosotras sin ser reprimidas.
México nos formó con la muerte como nuestra hermana, nuestra amiga. ¿Cómo abandonar a aquella de quien hacíamos muñequitas cada 2 de noviembre sin falta alguna? Desde pequeños nos acostumbramos a admirar la belleza inaudita de la muerte, ya fuera en la casa, la escuela o la televisión. Así pues, la muerte estará siempre presente en México. Tanto le amamos que hasta la llevamos representada en la sangre de nuestra bandera.
Al mismo tiempo, mi ser viene a dividirse ante otra ideología. Esta me rige de forma benevolente, a pesar de que me causa moretones en la conciencia casi todos los días. Soy católica. Así como crecí con la muerte encima de mí, también me formé con una familia creyente. Es complicado llevar esta vida tan contrariada y distinta.
Mi alma se consuela en la religión que profeso, así como la mayoría de las personas que creen en Dios, Dioses o el conocido Buda. Me refugio en que hay una vida después del más allá. Un lugar tranquilo y lejano de todo dolor, y maldad, me espera. Este paraíso es el que me motiva a seguir el buen camino, y el que me saca la enfermedad del egoísmo del cuerpo. Voy guiada por la Biblia andando un tramo lleno de espinas modernas, metálicas y corroídas. En cuanto de fe se trata, el problema no es la muerte, sino la vida.
La muerte para el espíritu no es más que una simple puerta, el último paso para la purificación divina. Es lo que nos librará de todo lo malo en este mundo (que vendría a ser la gran mayoría de lo que aquí existe). Es en este punto donde me vuelvo vulnerable y le llego a temer al final de mi travesía. Dios ha de juzgarme por cómo me he desarrollado, y si no lo he hecho bien, me espera una horrible caída al inframundo. Aun así, trato de seguir positiva. ¿Qué bien me haría concentrarme en el último trago del agua de la vida? Prefiero disfrutarla, hidratarme mientras pueda, para que mis aguas se reflejen en las lágrimas que llorarán las nubes cuando ya me encuentre bajo tierra, bien dormidita.
Sin importar que tanto me dedique a desmenuzar las creencias y misterios sobre la última etapa de nuestra existencia en esta tierra, el punto será siempre el mismo: la muerte es la parte más importante de nuestra vida y a la vez, no importa tanto como el hecho de dedicarse a vivirla. Así que, no te preocupes, ella igual vendrá sin preguntarte, sin tocar la puerta. Dediquémonos mejor a aceptar que la muerte es un hecho natural, para nada egoísta, y por tanto es sagrada. Amémosle, pues hemos de pasar con ella toda la eternidad, toda nuestra muerta vida.
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Mi fin en la tierra, México y mi cielo.
Non-FictionEn este ensayo hablo sobre mi visión respecto a la muerte.