El principio del fin

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Entre los árboles emerge una chica con ropa harapienta y rota. Arrastra una mochila en la mano izquierda y en la derecha sostiene firmemente un cuchillo. Camina hacia una cabañita que se encuentra a unos metros de distancia. Al entrar deja la mochila en el suelo y comienza a silbar. Aguarda unos minutos para después comenzar a registrar la cabaña.
Tenía un fuerte olor a humedad y el suelo bajo sus pies rechinaba. Al entrar a una habitación comenzó a escuchar ruidos, como si alguien le diera golpecitos a la madera con la punta de los dedos. A simple vista la habitación parecía vacía, solo había una cama junto a un ropero y una mesa de noche, pero se seguia escuchando ese sonido.
Entonces la chica se acercó a la cama y se agachó para poder ver debajo de la cama. No había nada ahí, pero ahora podía escuchar ese ruido más cerca.
La chica se puso de pie y comenzó a caminar hacia el ropero. Una vez estuvo frente a él los sonidos se detuvieron. Apretó el mango del cuchillo en su mano y rápidamente abrió la puerta del ropero. Dentro se encontraba una pequeña rata gris que, al ver a la chica salió corriendo.
La joven dió un respingo por la sorpresa para después seguir registrando la casa. Encontró una lata de piña en almíbar que estaba en una repisa alta, por lo que tuvo que acercar una silla del comedor para alcanzarla, la guardó en su mochila y después salió de la cabaña.
Caminaba entre los bosques hacia las vías del tren que se veían allá a lo lejos.
Llevaba ya tres días siguiendo las vías del tren y al fin encontró algo. Parecía ser una caseta o una cabina de control.
La chica entonces caminó hacia la construcción con el paso más apresurado mientras sacaba su cuchillo y al poner la mano en la perilla de la puerta escuchó un ruido detrás de ella. Era metálico y familiar, alguien cargando un arma.
-Date la vuelta- ordenó la voz grave y rasposa detrás de ella. La chica obedeció apretando la mandíbula.-Levanta las manos y suelta ese chuchillo.
Entonces la chica logró ver al dueño de la voz. Era un hombre en sus treinta y tantos, una frondosa y obscura barba se confundía con su bigote. Tenía un revolver que apuntaba a la cabeza de la chica.
El hombre comenzó a caminar hacia ella, y cuando estuvo suficientemente cerca le puso el arma en la frente.
-Maldita sea.- dijo en voz baja al sentir el frío del arma en su frente.

El hombre entonces comenzó a ver con detenimiento la cara de la chica. Tenía ojos color miel, pestañas largas y obscuras, cejas pobladas pero delgadas, piel clara y mugrienta, sus mejillas tenían unas cuantas pecas y estaban enrojecidas, sus labios rosas entre abiertos apenas dejaban ver sus dientes.
Entonces comenzó a ver su cuerpo, pero su ropa se lo impedía, entonces comenzó a tocarla sin dejar de apuntarle. En los hombros, luego en los brazos, en los muslos, las piernas y finalmente comenzó a tocar su vientre y poco a poco fue bajando su mano.
-No me toques imbécil- la chica dió un paso hacia atrás.
-Quítate la ropa.- ordenó el hombre apretado más el arma ahora contra el pecho de la chica.
-No.- la chica bajó las manos.- deja de apuntarme. Me iré y ya.
El hombre se rió y miró a la chica casi con ternura
-Las cosas no funcionan así.

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