Portia no estaba lista para escuchar eso. Las palabras de Jasper retumbaban como campanas en sus oídos.
Afianzó el borde de su falda con el puño derecho, ocultándolo para que él no se diera cuenta de la terrible situación en la que la estaba poniendo.
—Es mi última oferta. No puedes decir que no —dijo con voz firme, autoritaria. Sólo la utilizaba cuando se encontraba verdaderamente enojado o quería que Portia le obedeciera.
—No entiendo por qué tengo que ir. Tú bien sabes que toda mi vida está aquí.
La familia de Portia Dinapoli había vivido en Arizona desde antes de que ella naciera. Sus padres habían emigrado para obtener mejores oportunidades, las cuales sí encontraron, pero conforme el tiempo pasó dejó de ser suficiente para ella.
Por eso había buscado hombres como Jasper: millonarios o lo suficientemente ricos como para darle un favorable nivel socioeconómico. Cuando lo conoció a él, le prohibió que siguiera viéndose con otros hombres y que se comprometiera a mantener una relación informal, siempre y cuando fuera el único.
Ahora ella vivía en una de las zonas residenciales más exclusivas en Phoenix. Jasper le había comprado un penthouse sólo para ella, el cual disfrutaba a cada momento del día. Asistía a la Universidad Gran Cañón y, por supuesto, era él quien se la pagaba.
Entonces ahora la dejaba entre la espada y la pared, dándole una opción que en realidad no podía tomar.
—Tienes que venir conmigo porque el mundo cree que eres mi novia. No puedo irme y llegar a Chicago sin pareja, sería extraño después de tanto tiempo —explicó. A pesar de que estaba siendo arbitrario, Portia se dio cuenta del tono medio dulce en su voz—. Sé que no quieres irte, y créeme que yo tampoco. Detesto Illinois.
—¿Entonces? —Bufó. Aunque ella quisiera demostrar una persona madura, no lo era. Apenas tenía veintidós y seguía siendo una niñita burlona.
—Son negocios, Portia. Si no te vas conmigo, mejor te olvidas de todo lo que tienes.
Se levantó del sofá con rapidez. Sus pies descalzos chocaron contra el embaldosado frío mientras se acercaba a Jasper, quien se mantenía inerte con los brazos cruzados sobre el pecho y esa mirada aceitunada que, en un momento distinto, la habría puesto de rodillas.
—¿Estás amenazándome?
—Sí, eso es lo que estoy haciendo. Lo que tienes no ha sido gratis y lo sabes.
Portia evitó que sus ojos se cristalizaran. Tres años se había dicho que tenía que poner sus deseos por debajo de los de Jasper si quería tener beneficios.
Él le gustaba, por supuesto que sí. El hombre era condenadamente atractivo, pero con el tiempo se había dado cuenta que el hombre era un maniaco y un controlador. Si estaba solo era porque ninguna mujer lo podía soportar, por más interesada que fuera.
—No he visto a mi familia desde hace mucho tiempo... Y viven aquí, en el mismo estado.
—Si no los has visto es porque no has querido. Tienes el transporte y el tiempo.
En parte tenía razón. Hacía mucho tiempo que Portia había perdido el contacto con sus padres y su hermano menor, Holden. No quería que la cuestionaran por el camino que decidió tomar.
—Unos cuantos kilómetros no son nada. Podrás visitarlos cuando quieras —suspiró. Jasper nunca la había privado de nada, le daba la libertad que a ella le correspondía, exceptuando las citas—. ¿Vienes o te quedas?
Aquella última oración no la dejó con muchas opciones. Más grande eran su mezquindad y su ambición.
—¿Qué hay de la escuela? —Dio un par de pasos más para quedar mucho más cerca de él. Sus respiraciones podían chocar una contra la otra.
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CHICAGO ©
ChickLitLos caprichos de una niña mimada y el corazón de un hombre enamorado nunca pudieron haber formado una peor conexión. Portia lo tenía todo gracias a él. Jasper sólo la deseaba a ella.