Capítulo 5: Ignorar

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Después de tranquilizarme lo suficiente, mamá me guió al sofá.

Yo aún tenía mi cabeza apoyada en su hombro. No quería que me soltara porque sentía que con eso llegarían todos los recuerdos haciéndolo algo real, y es imposible.

Los monstruos no existen, al menos no de esa forma. Las hojas no flotaban, era el constante viento que las mantenía. El cielo era rojo por el atardecer. Iba a llover. El chico estudia teatro o quiere ser ilusionista y todo era una broma muy bien elaborada.

Y así, me esmere buscando respuestas lógicas, aunque estas no tuvieran mucha conexión o sonaran creíbles. Cualquier cosa era buena en esta situación.

-¿Porque llorabas? - cuestionó mamá.

-Me encontré con unas chicas de regreso a casa... Eran de la secundaria.

- Ay mi niña -consoló mamá - eres mi hija, sólo mía, ¿De acuerdo?- besó mi cabeza y me acurrucó en su pecho.

No era ni por asomo lo que en verdad pasó, pero no podía decírselo. Además esto era mucho más fácil de manejar que lo otro.

Desde pequeña he sufrido bullying por parte de todos y desprecio por la familia debido a mi apariencia.

Todos decían que yo era producto de una infidelidad, que yo era una cosa recogida de la calle. Nadie le creyó a mamá y tuvo que aguantar los insultos por parte de la familia.

Todos, inclusive mi padre le dijeron que me abandonara, que me dejará en adopción pero mamá se negó a ello. Harta de todos decidió que era mejor que nos mudáramos lejos de ellos.

¿Papá?, él se quedó. Hasta donde sé, nunca me quiso y al poco se volvió a casar con otra. A pesar de todo, espero que sea feliz con ella. Es un buen hombre y me trataba bien hasta que recordaba que soy su hija.

Todo por mi apariencia. No me parezco a ninguno de mis padres.

Mi piel clara, cuando ellos son ligeramente morenos. Mis ojos azul zafiro cuando los de ellos son marrones y cabello rojizo, cuando ellos lo tienen negro. No me parezco a nadie de la familia, salvo a mi muchos tátara abuelos por mis ojos azules.

Un gruñido se hizo escuchar por encima de mis pensamientos. Mamá rió por lo bajo.

-¿Tienes hambre?

-Quizá- respondí sin moverme de su pecho.

-Para alegrarte comeremos lo que quieras- me aparto para mirarme a los ojos- ¿De qué tienes ganas?, comida china, pizza, tacos... ¿Tamales?

Su sonrisa hizo que las lágrimas desaparecieran como vapor. Como si nada malo pasara.

-Mm...- musité meditándolo. Tenía un lugar en mente pero la llevaré ahí en su cumple la próxima semana- China.

-Perfecto.

Nos levantamos y nos fuimos a bañar. La verdad es que, al menos yo, si necesitaba un baño. Para lavar la tierra, despejar la mente...

Al secarme logré verme por el rabillo en el reflejo del espejo. Nada. No tenía rastro de ninguna cicatriz. El agua se llevó tierra y rastros de sangre. A penas y se veían los moretones y los rasguños no eran más que líneas de expresión en mis rodillas.

Suspiré. Chance y sobre exageré mis lesiones. Quizá no eran graves. Quizá... todo es mi imaginación.

Sequé mi cuerpo y lo más que pude mi abundante cabello. Me vestí casual. Una blusa a cuadros gris y negros, junto a un pantalón negro.

Anudé las agujetas de mi tenis grises y bajé por las escaleras cepillando mi cabello con mis dedos.

Al terminar, mi madre ya me esperaba sonriente con un vestido veraniego y su cabello trenzado a un lado.

-Mi niña hermosa- dijo acercándose.

Acomodó mechones de mi cabello a los lados enmarcando mi rostro.

-Siempre lo amé... creí que había parido a un hada- rió.

-Oh, mamá- hice una mueca de lado alejándome de ella para salir de casa con sus pasos siguiéndome.

-En serio, aunque no sé si las hadas son mamíferos o vivíparos.

-Por Dios- Sonreí cerrando la puerta con candado.

Empezamos a andar con los brazos entrelazados. Como mejores amigas. Como siempre lo hemos parecido. Hablamos sobre su idea de que yo era un hada y demás recuerdos de bebé.

Llegamos al lugar y comimos entre anécdotas y como nos fue en el día.

Le conté que ''las chicas'' me habían robado mi paga y los postres que me había regalado Doña Ofelia. Mejor que se lo diga ahora que tengo la coartada hecha a que me atrape con la mente en blanco.

-Hay que hacerte un retoque- comentó mientras comía tocando las raíces de mi cabello- se está asomando.

-No hay problema- le reste importancia- pronto se acabaran las clases.

-De acuerdo.

Terminamos, dejó la paga y nos fuimos cuando el sol ya se había ocultado por completo.

Discretamente aceleré el paso para no quedarnos mucho tiempo en la calle. Sé que no estamos lejos de casa pero aun así no estoy nada cómoda.

Llegamos sin tantos contratiempos, en parte porque mamá conoce mi inquietud a la oscuridad y también aceleró el paso.

Nos dimos las buenas noches y cada quién fue a su cuarto.

Me cambié por un pijama de vestido, trencé mi cabello y me acosté de lado en la cama. Me le quede mirando a las numerosas hebras de mi cabello. Recordar lo que viví de pequeña me dolió a pesar de ser necesario.

Lo peiné lentamente desasiendo la trenza entre mis dedos. Mi extraño cabello.

Cuándo digo que lo tengo rojo, no me refiero al típico rojo similar a una naranja o ese que se aprecia al ver el fuego, no.

Cuándo digo que es rojo, me refiero a un rojo, ROJO. Como el de la bandera, el de una fresa o cereza, el de la noche buena. Uno intenso y vivo. De esos que se conseguirían a penas con un tinte.

De pequeña lo amaba. Amaba mi apariencia. Mi piel, complexión, ojos, labios y por supuesto mi abundante cabellera lacia. Como dijo mi madre, me sentía un hada.

Luego llegaron las discusiones que escuché por accidente entre mis familiares, exigiéndole a mamá que me dejara.

''Ella no es mi hija''

''Ella no es mi nieta''

''Ella no es mi sobrina''

''Ella no es mi prima''

"Ella no es mi hermana "

Les escuchaba decir.

He recibido regaños por parte de los profesores porque creían que me teñía. Cansada por las numerosas explicaciones que les teníamos que dar decidí darle una solución a mi problema. Teñirlo de negro, aunque se ve como castaño rojizo es mucho más aceptable.

Aunque últimamente mis retoques no duran nada. Cada vez se me cae más rápido, es eso o mi cabello crece de manera acelerada sin llegar a notarse.

Mi sueño empezó a hacerse notar. Me quede dormida con la imagen de una niña sonriendo en brazos de una mujer que la amó sin importar nada. Ignorando los problemas que estaban por avecinarse sin reparo.

La infancia suele ser perfección porque normalmente hay ignorancia en ella.

La ignorancia a veces es perfección... y no lo sabíamos. 

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⏰ Última actualización: Sep 20, 2018 ⏰

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