TAEHYUNG
29 de diciembre. Año 10 (en versiones L, O y E)
Me quité los zapatos, lancé mi mochila lejos de mí y entré en el salón. Mi padre estaba allí, como era de esperar. Ni siquiera pensé cuánto tiempo había pasado sin verle o de dónde había venido. En un abrir y cerrar de ojos me encontré con los brazos de mi padre. No recuerdo exactamente qué ocurrió después. No recuerdo qué me golpeó primero; si fue el olor a alcohol, sus insultos o la bofetada en la cara. Ni siquiera pude entender qué había ocurrido. Su respiración era entrecortada y su malaliento se mezclaba con el olor a alcohol. Sus ojos estaba inyectados en sangre y su cara estaba cubierta por una barba mal cuidada. Me abofeteó con su enorme mano. Mientras se impacientaba por saber qué estaba mirando, me volvió a abofetear. Después, me elevó en el aire. Aunque sus furiosos ojos rojos infundaban miedo, el terror que ya dominaba mi cuerpo me impidió llorar. Ese no era mi padre. Sí, era él; y a la vez no era él. Mis pies temblaron en el aire. Lo siguiente que recuerdo es mi cabeza golpeando con fuerza la pared y cayendo al suelo. Parecía que mi cabeza iba a explotar. Empecé a ver borroso y después sólo había oscuridad. Lo único que llenó mi cabeza fueron los jadeos de mi padre intentando respirar.
SEOKJIN
2 de marzo. Año 19 (en versiones L, O y V)
Un olor húmedo nubló mi olfato mientras entraba con mi padre en el despacho del director. Hacía 10 días que había vuelto de Estados Unidos y el día anterior me enteré de que repetería curso debido al cambio en el sistema educativo. “Por favor, cuide bien de él”, dijo mi padre mientras descansaba su mano sobre mi hombro, haciendo que me encogiera inconscientemente tras notar su firme tacto. “El colegio es un lugar peligroso. Las normas son imprescindibles”, dijo el director mientras me observaba directamente a los ojos.
Cada vez que el poderoso señor hablaba, sus arrugadas mejillas y las comisuras de su boca temblaban dejando entrever el oscuro color rojizo que se escondía en el interior de sus negruzcos labios. “¿No es cierto, Seokjin?”. Dudé en responder ante esa inesperada pregunta, haciendo que mi padre apretase con más fuerza mi hombro. Me apretaba con tanto ímpetu que noté cómo se contraían los músculos de mi cuello. “Confío en que lo harás bien”, dijo el director mientras sus ojos amenzaban a los míos sin piedad y mi padre aumentaba cada vez más su fuerza sobre mi hombro. Cerré mis puños con fuerza – la presión que ejercía su mano era tan intensa que pensé que los huesos de mi hombro no aguantarían intactos por mucho tiempo. El sudor frío y los temblores incontrolables tomaron el control de todo mi cuerpo. “Tienes que responderme. Seokjin, tienes que convertirte en un buen estudiante”, dijo el director mientras me observaba con cara de pocos amigos. “Vale”, balbuceé con gran dificultad a modo de respuesta.
Mi agonía se esfumó en un segundo. Escuché el intercambio de risas entre mi padre y el director. Era inacapaz de levantar la cabeza y lo único que podía hacer era observar los zapatos marrones de mi padre y los negros del director. Sus zapatos brillaban, a pesar de desconocer de dónde provenía esa luz. Aquel brillo me inundó de miedo.
JIMIN
30 de agosto. Año 19 (en versión L)
Mientras Hoseok hyung hablaba por teléfono yo me dediqué a jugar con el polvo del suelo que cubría con su sombra. Él me sonrió con una expresión que decía, “Park Jimin, has crecido mucho”. La distancia desde casa hasta el colegio era sobre 2 horas caminando. En autobús no llegaba a la media hora, y si caminábamos por la calle general tardábamos únicamente 20 minutos. Aun así, hyung siempre insistía en caminar por rutas que nos obligaban a atravesar callejuelas sinuosas, escalar leves pendientes y cruzar pasos peatonales. El año pasado me cambiaron de colegio tras salir del hospital. El colegio estaba lejos de mi casa y era un lugar donde no conocía a nadie; pero pensé que estaría bien, sobre todo porque estaba acostumbrado a cambiar de colegio y porque tampoco sabía si tendría que volver al hospital. Pensé que no sería un gran problema.