Fuente Lóbrega

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La noche quería introducirse en la cabaña, pero una luz estratégicamente situada lo impedía. El exterior estaba bañado por la luz de la luna y, aunque estaba despejado, hacía mucho viento. El bosque de alrededor de la casa luchaba por mantenerse en pie. No había ni un alma en el lugar, sólo la del inquilino que luchaba por mantener la luz dentro de la casa.

No podía salir de la habitación de la entrada. Una mesa, dos sofás desgastados, varias sillas, estanterías y una chimenea que no se encendía. Era muy básica y estaba muy polvorienta. Si iba al dormitorio o al establo – Antaño lleno pero hoy en día vacío y oscuro. – cabía la posibilidad de que desapareciera. Tenía que esperar a que amaneciera y no se podía arriesgar a dormir. Llevaba ya dos semanas allí y no había conseguido encontrar nada ni nadie, parecía que estaba lejos de la civilización. Se le estaban acabando los víveres, pero por suerte podía encontrar algunos frutos en el bosque cercano. Su problema más grave era mucho mayor. Se le habían acabado las cerillas. No podría mantener durante mucho tiempo más la luz dentro de la casa y eso era un problema.

Esa noche notó algo raro, las ventanas del dormitorio estaban demasiado convulsas incluso para la cercera que había. Algo estaba intentando derribarlas para entrar. No se podía permitir ir a comprobarlo, era demasiado peligroso. Lo más sensato era quedarse en el recibidor a que pasase la noche. Unos momentos más tarde, pudo oír con claridad lo que parecía el único animal en semanas. Un aullido lejano. Eso le tranquilizó, ya que desde que había llegado a esa casa no había visto a ninguna persona, animal o cosa andante. Ni siquiera un triste insecto. Bueno, realmente el primer día, cuando llegó, en el establo había una vaca y varios pollos, pero la primera noche desaparecieron. Esa noche estuvo cerca de desaparecer él también.

Mientras dormía, tuvo un sueño raro. Veía un mundo a su alrededor. El mundo iba bien. Todo parecía normal, había un sol radiante en el horizonte, la gente paseaba plácidamente por los alrededores. Pero de repente... Un manto negro, oscuro como el petróleo, se precipitó desde las montañas. En poco tiempo había cubierto todo el cielo. Tras esto, empezó a cundir el pánico en la gente. Corrían hacia las casas, algunos se quedaron petrificados por el miedo. Los primeros, fueron los afortunados, ya que los segundos, en cuanto fueron alcanzados por el manto, fueron absorbidos por él. Cuando el manto consiguió entrar en la primera casa, se despertó. Sintió una presencia en la habitación y, no supo muy bien por qué, pero encendió rápidamente una cerilla. Un viento frío y cargado de humedad sacudió la habitación como si intentara salir por todos los recovecos de la casa. Tras esto, encendió una vela y fue corriendo a ver el resto de la casa. Todo parecía en orden, salvo que los animales ya no estaban allí. No habían dejado rastro alguno. Cuando fue al recibidor, volvió a sentir ese viento y la puerta de la entrada vibrar. No había nadie allí.

Lo peor de la vida nocturna era el poco tiempo disponible para salir a buscar comida. Por las mañanas tenía que darse prisa en buscar algo. Unas moras por aquí, un tubérculo sospechoso por allá... Era lo poco que podía comer. El agua no suponía ningún problema, a unos escasos minutos de la casa había un estanque del que manaba agua y este alimentaba a un río. El agua era la más deliciosa que hubiera probado jamás.

El mayor problema fue cuando la primera semana hubo una tormenta. No pudo salir por la mañana y tuvo que resguardarse en casa. La luz esos días no fue demasiado problema debido a los rayos, pero durante esas noches hubo corrientes de aire en todos los lugares de la casa. Era un suceso muy extraño. Esos días no pudo dormir. Cuando por fin se fue la tormenta, durmió todo el día y consiguió despertarse ya de noche. En un momento creyó que seguía soñando, pero, cuando se dio cuenta de que estaba despierto, se exasperó por intentar encender una cerilla. En ese momento notó algo que se oponía a hacerlo, pero utilizó toda la fuerza de su cuerpo para encender la cerilla. Cuando la ténue luz iluminó cálidamente la habitación, sintió un viento mucho más fuerte que los habituales en la habitación. Se cayó la silla que había en la habitación, se cayeron también los cuadros que había y la puerta estalló hacia afuera. Ese fue el último día que intentó dormir por la noche.

Esta noche el viento no era lo único que parecía fuera de lo normal. Además de la luna llena, parecía haber más luz de la que se esperaría, como un aura que se veía en el horizonte. Ello, sumado a los aullidos que se oían, hizo de esta noche la más extraña de todas ellas. Intentó comer un poco para distraerse, pero al poco rato la extravagante noche que estaba teniendo le hizo empezar a tener verdadero miedo. La luz del horizonte se iba haciendo cada vez más fuerte. El viento también crecía. Las ventanas cimbreaban cada vez más, la puerta de la entrada parecía que iba a caer en cualquier momento, el tejado de la casa parecía que iba a echar el vuelo en cualquier momento. Los aullidos se oían cada vez más fuertes. Sin embargo, dentro de la habitación no había el más minimo viento.

Decidió que lo mejor sería hacer unas cuantas fuentes de luz más, por si ocurría algo que no podía preveer. Sin embargo, dada la escasez de recursos, no pudo hacer nada más que arrancar un trozo de madera de la puerta de la habitación y con unos trapos y algo parecido a aceite en la cocina hacer una antorcha. Sin embargo, llegado un momento, la ventana de la habitación cedió. En ese momento, encendió la antorcha milagrosamente antes de que se apagara la vela y ésta consiguió aguantar. Ahora en la casa había más viento, pero este no conseguía apagar la antorcha. Cuanto más cerca estuviese algo de la antorcha, menos se notaba el viento. Y sin soltar la botella de aceite, en aquel momento, tuvo una idea. Iría a ver qué era esa luz que se veía en el horizonte.

Respiró hondo tres veces y, antes de empezar a respirar la cuarta, abrió la puerta y salió corriendo hacia la luz. Su idea funcionó. Alrededor de la antorcha no había prácticamente viento. Siguió corriendo hacia la luz mientras los aullidos se hacían más fuertes. Al poco rato pudo discernir que la luz salía de la zona de la laguna y que conforme se acercaba, el viento era mayor, así como los aullidos, que llegaban a ser tan intensos que dolían los oídos. Los últimos cien metros fueron los más costosos. Aunque la antorcha ni se inmutaba del viento, a el le estaba empezando a costar ir hacia el estanque que, sin duda, era de donde procedía todo el viento.

Cuando por fin pudo discernir el manantial, lo contempló. Era el propio estanque lo que brillaba. Emitía una luz muy fuerte, de color blanquecino azulado. No fue capaz sin embargo de discernir la fuente emisora de los aullidos, que parecía estar detrás de unas rocas. En ese momento se percató de que seguía con la botella de aceite en la mano, así que la vació y la llenó de ese agua. Le sorprendió ver que seguía brillando. Así que decidió ir con la botella a investigar mientras dejó abandonada la antorcha al lado de la laguna. Se decidió a ir detrás de las rocas, pudiendo comprobar que el viento ya ni le afectaba. Conforme se acercó a las rocas, el sonido disminuyó, hasta que cuando se acerco a ellas, que ya no se escuchaba nada. Estaba desconcertado, no había visto ninguna sombra ni nada por el estilo huyendo, y ni mucho menos se había movido de sitio, así que si había algo, tenía que estar allí. Hurgó un poco entre las rocas, pero no encontró nada. Después de un buen rato buscando en vano, decidió que lo mejor sería volver a casa. Conforme se alejaba el aullido volvió a oirse, pero esta vez lo ignoró.

Mientras volvía a casa, ocurrió una cosa, apareció una nube en el horizonte y, se fue acercando poco a poco a la luna hasta que la consiguió tapar. No tuvo tiempo a reparar en un importante detalle. El agua de la botella empezó a perder brillo, hasta que ya estuvo a punto de apagarse. Era demasiado tarde, ya no daba apenas luz. El manantial también dejó de brillar. Tras unos segundos de completa oscuridad y ante la imposibilidad de encender una cerilla, sólo notó un poco de presión en todo su cuerpo. Desapareció para siempre.

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