Aquel parque era un pulmón verde para un distrito mayoritariamente lleno de fábricas y comercio mayorista, con poca presencia de casas y departamentos habitados por gente muy humilde. De día era un escape para las personas que practicaban algún modesto deporte, también para las familias que buscaban un momento de paz con sus seres queridos, o parejas de novios y amantes cuyas manifestaciones amorosas pululaban en diferentes zonas del parque. Pero de noche era un asunto completamente diferente; grupos de personas ingresaban al parque, ya cerrado, para beber alcohol, consumir drogas, e incluso consumar actos carnales. Todo esto, bajo el amparo del manto de oscuridad que cubría las áreas verdes. Entraban a diferentes horas a lo largo de la noche, por un agujero en la malla de gallinero que se encontraba en cierta parte del perímetro, haciendo así un quite a la vigía del anciano guardia que custodiaba de noche la única entrada autorizada del parque. Pero había una zona del parque que nadie muy pocos se atrevían a visitar en penumbra, era un pequeño cerro de no más de setenta metros de altura y en cuya cima se encontraba un mirador al que se podía ascender por un camino de tierra bien delimitado. La razón era que se tejían aterradoras historias acerca de lo que ocurría de noche en aquel cerro, las historias iban desde sonidos de llantos de bebés hasta apariciones espectrales y susurros de estos mismos.
Estas historias nacían de leyendas urbanas narradas por las personas que habitaban el sector, ya que durante los tiempos de la dictadura, aquel parque era un vertedero y se decía que ahí se desechaban los cuerpos de algunos de los detenidos desaparecidos asesinados por el régimen imperante en el país, para ser procesados o incinerados junto con toneladas de basura. Un grupo de tres amigos ingresan al parque una noche para disfrutar de unas cervezas compradas a un vendedor sin escrúpulos, ya que ellos eran menores de edad, ninguno superaba los dieciséis años. Era la primera vez que entraban al parque de noche, estaba de moda, y era perfecto para evitar la presencia policial que se paseaba por las plazas del sector confiscando bebidas alcohólicas. Estos tres amigos conocían bien las historias que rondaban aquel cerro, pero en la imprudencia de la juventud y quizás para presumir luego la historia de su valentía decidieron subir aquel camino de tierra hasta el mirador. Ya en la cima dieron rienda suelta a saciar su sed de alcohol, entre conversas y bromas fueron pasando las horas sin alguna novedad más que el sonido de grillos y las risas del grupo. Todo cambió cuando uno de los efectos secundarios del alcohol se apoderó de la vejiga de uno de los chicos, y decidió éste, buscar algún lugar con más privacidad para poder orinar.
Encontró entonces un árbol cerca del camino de tierra que terminaba al llegar al mirador, comenzó entonces a “regar” el tronco, cuando de pronto un sonido sollozante proveniente de la copa del árbol lo puso en alerta, y cortando su inspiración dirigió la mirada al lugar de donde provenía aquel lamento, sin poder ver algo en especial aparto prontamente la vista. El leve llanto se detuvo, y el muchacho, más asustado que con ganas de orinar subió su bragueta y a paso firme pero apresurado se dirigió a la zona del mirador dónde se encontraban sus amigos. Pero al llegar allí no los vio por ninguna parte. Quedó pasmado por un par de segundos; un escalofrío recorrió desde su cuello hasta la espalda baja, sacudió sus hombros para eliminar aquella sensación. Intentó conservar la calma y convencerse de que era una típica broma de sus amigos, teoría que halló su fin cuando en el suelo, cerca de donde se encontraban compartiendo hace unos momentos, estaba una de las botellas de cerveza rota con el líquido esparcido en el suelo.
El muchacho se acercó a la botella para recogerla, en ese momento se dio cuenta al levantarla y tocando sin querer el líquido esparcido, que estaba caliente. Metió dos de sus dedos en una de las mitades de la botella para analizarlo, era espeso e intentando focalizar la vista en la oscuridad notó lo que le pareció ser sangre. Nada de todo el líquido que se encontraba en el piso o en la botella tenía olor a cerveza, todo era aquella sustancia roja y espesa. Entró este joven en pánico, soltó la botella y se dirigió rápidamente al camino de tierra para alejarse lo más posible de esa zona. No sabe si fue por el pavor del momento o si en verdad era así, pero mientras bajaba por el camino escucho llantos y susurros amenazadores de los que poco podía distinguir que decían, y un viento helado y gélido parecía barrerle los pies como expulsándolo del cerro. El sudor frio comenzaba a bajar por su frente mientras corría, los llantos, los susurros y el viento comenzaban a hacerse más fuertes. Ya faltaba un cuarto de camino cuando tropieza y golpea su cabeza contra una roca que delimitaba el camino. Pasó la noche, y el muchacho es despertado por el viejo guardia nocturno del parque, lo hace volver en sí y luego recibe un regaño de éste. Una vez recobrado el conocimiento en su plenitud el chico pregunta por sus amigos entregándole sus descripciones al guardia, él le comenta que se encontraban en el puesto de vigilancia esperando una ambulancia junto a su compañero del otro turno, no estaban mal heridos, pero habían rodado un poco por las faldas del cerro magullándose en la caída. Aliviado, el joven acompaña al guardia hasta el puesto, ahí los encontró, pensó en preguntarles que les pasó pero recordó lo que había vivido en la noche y sin decirles una palabra los miró y vio en sus ojos, algo perdidos, que para los tres las palabras sobraban acerca de lo que pasó durante la noche.
Se mantuvieron en silencio mientras esperaban a la ambulancia que los llevó al servicio de atención médica en donde luego fueron recogidos por sus padres. Transcurrieron dos semanas y no habían vuelto a verse o hablar desde ese día. Uno de los muchachos que rodó por las faldas del cerro se suicidó a la tercera semana, sin dejar una carta o explicación alguna de su acto. Los otros dos se encontraron en el funeral de su amigo, no se hablaron salvo para decirse <> y preguntar sólo por cortesía cómo se encontraban. Con el tiempo perdieron el contacto y no supieron más el uno del otro. Para el muchacho que se encontró con la desaparición de sus amigos aquella noche y con la botella de cerveza con aquel liquido rojo, siempre fue un misterio dónde quedó aquella evidencia de lo sucedido, ya que no encontraron dicha botella. Se consuela al saber que aquel parque ya no existe, vio su fin cuando el terreno fue adquirido para la construcción de una fábrica de acero que ahora se encuentra abandonada, el metal que se producía allí se corroía y oxidaba al parecer un líquido rojo que le brotaba por las noches del metal y las paredes, sólo se llegó a la conclusión de que era producto de factores ambientales ya que su composición resultó desconocida pero mostraba altos niveles de hierro.
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Leyendas de Japonesas De Terror
Horor⚠ADVERTENCIA⚠ Si eres una persona sensible o simplemente no te gusta el terror, aún estas a tiempo de retroceder y dejar le leer esta historia. ¿Así que has decidido seguir leyendo? Me agradas mucho #399 (10/12/18) #106 (12/12/18) #121 (17/12/18) #1...