Bajo la luna sonriente

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Había ruido y movimiento a donde quiera que voltearas de carretas que iban deprisa con sus cargas diferentes y carruajes negros tirados por grandes caballos, incluso se observaban esas extrañas maquinas que siempre llamaban la atención de cualquiera ¿Y cómo no mirarlas? Si eran una novedad; rugían como un animal, pero se trataba de solo hierro y metal, Alfred había leído de ellas y Arthur le había explicado que esas máquinas, no eran más que solo un paso más a la modernidad.

Alfred recordaba que la primera vez que había acompañado a Arthur a la cuidad, su emoción no podía ser contenida. Era excitante por fin salir de la mansión y conocer los alrededores. Los ojos enormes de Al se maravillaban con todo, las personas que caminaban por las calles, los edificios altos de grises colores, los jardines, las luces, los niños correr, la comida, los dulces y su favorito, una golosina que Arthur le había comprado en un parque tranquilo, algo llamado helado. Era frio y se derretía en su boca dejando una sensación graciosa en la lengua, además había de diferentes sabores siendo su favorito el que mezclaba todos.

Arthur también se había dedicado a llevar a Alfred a los grandes museos que recolectaban conocimiento del todo el mundo, enseñándole a Al que el mundo era inmenso y desconocido. Tenía mucho que aprender.

Y podía seguir explorando todo lo que quisiera, siempre y cuando acatara las palabras de Arthur.

El ojiverde le había dicho a Alfred que, si deseaba salir con él a las ciudades, tenía que usar algo.

—¿Y qué es? —. Preguntó Al con ojos enormes y dedos ansiosos, quería salir de una vez de la mansión.

Alice que observaba en silencio la escena en el vestíbulo miró a Alfred con una ceja arriba, pensaba llamar la atención del pequeño, pero Arthur habló primero.

—Es una sorpresa que me ayudara a protegerte. Así que cierra los ojos y dame tu mano.

Contestó Arthur frente al pequeño Al y este sacudiendo los brazos emocionado tomó aire para inflar su pecho y se quedó quieto por fin, haciéndole caso al ojiverde.

Al sintió como Arthur tomaba su mano con cuidado, el pequeño creyó que sentiría peso en su palma, pero, no fue así, lo que sintió fue como algo se deslizaba en su dedo medio, era liviano y pequeño.

—Puedes abrir los ojos.

Alfred vio primero a Arthur con una rodilla en el suelo y luego, lo que estaba en su dedo. Era un anillo negro como el carbón que, hacia un tipo de trenzado como adorno, además estaba grabado con símbolos que Alfred no podía leer.

—Este anillo te ayudara a pasar desapercibido.—Comenzó a explicar Arthur cuando Alfred observaba el grabado.—Tus rasgos de dragón quedaran ocultos ante ojos curiosos y humanos. Nadie podrá ver tu verdadera apariencia a no ser que tenga ojos especiales. —Dijo con una sonrisita.—Así estarás a salvo de personas malas.

——¡Ah! ¡Ya veo!.— Alfred se echó a los brazos de Arthur y le agradeció con un abrazo.—Gracias Arthur.

—Ejem, Amo Kirkland, el carruaje los espera.— Dijo Alice y Arthur le dio unas palmaditas a Alfred en la espalda.

—¿Te parece si ahora nos marchamos?

—¡Si!

Alfred lo recordaba muy bien, como aquella vez su corazón emocionado se impacientaba por llegar, pero ahora, ahora que era un jovencito y los viajes se volvieron rutina, Alfred había perdido esa emoción.

El tumulto de personas, el ruido y los edificios tristes ya no eran nada para él. La comida era solo comida y las golosinas ya no eran tan dulces como antes.

Cría de DragonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora