Textos sin sentido.

Capítulo 11. ¿Rabia?

Volví a sentarme en la obscuridad de mi corazón, me rompieron el corazón, aún que... Ya estaba roto, pero habría jurado que me había recuperado y estaba listo para levantarme de nuevo y ser feliz. 

Llegué a casa y pasé a mi cuarto directamente, ya era el atardecer, casi anocheciendo y yo tomé el diario de mi cajón, busqué un bolígrafo rápidamente, mis padres se fueron por unas horas y estaba preparado para escribir las vivencias de un día más.

Salí de mi cuarto, dirigiéndome al jardín, ya se veían las hojas moverse por las brisas del otoño, vi el árbol favorito que yo apreciaba desde mi niñez, y como siempre, me senté en su sombra, mi cabello se movía al compás de las hojas.

Tomé el diario, abrí el candado y pasé las hojas de éste hasta la última escrita, y en la nueva, comenzaba otra historia. Tomé el bolígrafo, le quité el capuchón con mi boca, y comencé a escribir las malas vivencias de hoy, tantas cargas que llevé y que sigo llevando, las injusticias que veo y en las que soy un esclavo de la impotencia, en el desprecio de los demás, en los silencios terribles que siento cada noche y que mis padres nunca comprenden, en las luchas interiores que llevo desde mi infancia, en las traiciones, en los engaños y mentiras que me someten cada día, en mi perdición por encontrar el camino por el que mi corazón siente que está perdido...

 Sequé una lágrima que caía por mis pómulos, ya que escuché la puerta abrir, escuché que me llamaban mis padres, y era hora de levantarme y demostrar que soy el hijo perfecto como siempre. Me levanté, sonreí, cerré el diario, lo guardé debajo de mis pantalones, y fui a sonreír falsamente.