Nunca fallaba.

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El pelo moreno de Emma ondeaba suavemente con la brisa del atardecer. Observaba a un turista despistado que miraba el mar desde una zona prohibida, y que, a pesar de los carteles de aviso, él no consideraba peligroso.

«Turistas-pensó ella con asco- Siempre haciendo caso omiso de las advertencias ». Echó un último vistazo al coche rojo del turista, un Jaguar impecable, asegurándose de que sería fácil escapar con él. El turista era más joven de lo que había aparentando, tal vez dieciocho. El chico tenía el pelo corto, rizado y abundante, de un color azabache intenso. Lo veía de espaldas, escondida detrás de una roca, agazapada como el guepardo que va a cazar a su presa. Desde allí distinguía las formas de sus hombros y espalda. Era esbelto y ágil y no parecía en absoluto preocupado por estar en un sitio prohibido. Se sorprendió admirando fascinada su agilidad y elegancia al pasar de una roca a otra, desafiando la altura y el oleaje. Decidió pasar a la acción, cohibida. No sacó ningún arma, ya que podía empujarlo fácilmente para hacerlo caer. Repasó su plan mentalmente, pero fue por rutina, porque sus planes nunca fallaban. Salió sigilosamente de su escondite, y corrió deprisa, sin hacer ruido, hasta llegar al acantilado. Nada podía delatar su presencia. Se acercó despacio al cuerpo del chico, estiró las manos y... Y él la estaba mirando, fijamente. Tenía sobre ella una mirada infinita, profunda... Violeta. Emma solo se preguntó si llevaría lentillas. Pestañeando, se preguntó como podía haberla descubierto. Aquella era la primera vez. Nadie podía oírla. Ella nunca fallaba. Pero allí estaba él, mirándola, interesado. Quería empujarlo, pero algo la retenía irremediablemente.

-¿No vas a matarme? -Dijo él.

Ella dio un bote y se sonrojó. ¡Nadie podía sorprenderla, descubrirla y mucho menos hacerle sonrojar! El chico soltó una risita y miró a Emma, burlón. Irresistible.

-En ese caso... -él se acercó a su oído, susurrando- Un placer haberte conocido.

Y el chico saltó a la playa, rápidamente. Corrió hasta su coche, lo arrancó, miró a Emma (provocando que el corazón de ésta ardiera) y se marchó. Ella empezó a despejarse y a sentirse impotente. Solo pensaba en dos cosas. La primera era, literalmente: «Guapo, guapo, guapo, peligroso, guapo, guapo... ». Y la segunda, era que sus hermanas de iban a enfadar mucho al saber que ella había fallado. Porque ella nunca fallaba.

Aparcó en el garaje, en la plaza que tenía reservada. Se bajó de él y salió al jardín, sabiendo que le esperaba una reganiña. Abrió la puerta delantera, entrando en el amplio salón blanco con ventanas de cristales. Sus hermanas, Sandy la mayor y Angy la pequeña, levantaron la cabeza.

-¿Y bien?- dijo Sandy.

- Se me ha escapado.

El rostro de Sandy reflejó la incredulidad más absoluta.

- Perdona. ¿Qué?

- Lo que has oído. Se me ha escapado, Sandy, él no era normal. No es como los demás. No es un híbrido normal. No es como los que cazamos. Ha debido haber algún error.

- Yo no cometo errores, Emma. Eso es imposible.

- Yo digo que te has equivocado.

- Eso no es posible, no pongas en duda mi trabajo.

- No pongas en duda tú el mío...

-¡BASTA! -Saltó Angy. - Sandy, ella nunca falla. Nunca, ni una vez en su vida.

Sandy se volvió hacia ella, y Emma aprovechó para subir la escalera de caracol y pasar desapercibida. Llegó a su cuarto, y salió al balcón, temblando. No podía tener miedo, y sin embargo allí estaba ese molesto sentimiento, y las lágrimas comenzaron a salir de sus ojos y resbalar por su cara. Ella se apresuró a secarlas.

Empezó a pensar en toda clase de preguntas. ¿Era posible que su hermana se hubiera equivocado? ¿Era el chico un híbrido normal? Y esos ojos morados... Esos que no podía dejar de ver en su mente. Y en esa milésima de segundo en la que decidió bajar la mirada hacia el jardín, al banco de piedra de cientos de años, vio un destello morado, y un cuerpo ágil que se escondía en la sombra, retándola a bajar.

Salió precipitada de su cuarto, y bajó la escalera de dos en dos. Atravesó la cocina rápidamente y ni siquiera se detuvo cuando oyó a su hermana llamarla "¡Emma! " con tono enfadado. Salió al jardín, con el corazón latiéndole a mil por hora. No le gustaba sentir que sus emociones le superaban, y se sentía muy vulnerable. Pero ahora eso no importaba. Giró a la izquierda, rodeando el seto bien cuidado del jardín, y contuvo el aliento. Lo soltó, sin embargo, de forma brusca dos segundos después, lo mismo que tardó en hacerse a la oscuridad y distinguir la figura elegante del chico. Distinguió el rastro de sus ojos morados, que parecían brillar con luz propia, y de repente, un rayo de luna salió por entre una nube, y le permitió ver a su intruso.

Se quedó sin respiración. Miró al chico. La perfección personificada le devolvió la mirada. Sus ojos la estudiaban, desde el banco. El chico estiró una mano, la derecha, como invitándole a acercarse. Ella no necesitó más. Se acercó con el corazón desbocado, y se sentó a su lado.

- Volvemos a vernos. -Susurró él.

Su voz era sugerente, apasionada.

Emma asintió.

- ¿Tu nombre?

Él sonrió.

-Jake- dijo él.- Soy Jake.

Jake. Un nombre demasiado normal para él...demasiado mundano. De pronto, Jake se puso en pie. Ella lo observó. Era alto, bastante alto, y esbelto. También ágil, y fuerte, muy fuerte. Iba vestido con una camiseta negra, ajustada, y a pesar de que era octubre y el tiempo era más bien frío, era de manga corta. Sus pantalones eran negros, ajustados. Estaba de espaldas a ella, y Emma deseó que se diera la vuelta para poder verle los ojos. Como si le hubiese leído la mente, Jake se volvió. Su cara era perfecta: la frente enmarcada por el pelo negro y rizado, los pómulos marcados, y las pestañas negras y largas que hacían que sus ojos fueran aún más fascinantes. Sus labios eran carnosos, provocadores, y a Emma se le escapó un suspiro queda. Los labios que estaba mirando sonrieron, y se acercaron a su oreja, donde susurraron:

- Cada vez que suspiras se me acelera el corazón, Emma.

Ella rió, suavemente. Volvió a suspirar.

-¿Quién eres? - Preguntó.

- Tal vez no quieras saberlo.

De repente se separó de ella, y comenzó a andar.

-Espera. -Dijo Emma.

Pero ya estaba muy lejos de ella.

-¡No te vayas!

No había ninguna sombra que delatara su presencia, pero aún pudo oír una risa burlona, que después de esa noche, siguió resonando en su cabeza, hasta la noche siguiente.

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⏰ Última actualización: Nov 10, 2014 ⏰

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La Muerte tiene Alas Negras (primera parte)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora