Siente el contorno de su existencia diluirse entre las vacías caricias de la oscuridad, su cuerpo se dilata embriagado por el Tiempo en compañía de la soledad y en el rostro se le dibuja una sonrisa invisible. No hay nadie para verla.
Soñó
Las sábanas recaen sobre su piel y ropas bajo el peso de un aire veraniego. Sobre su frente un corroído techo le da los buenos días. Él trata de responder. Su lengua es demasiado celosa, las palabras no salen.
Despertó
Por donde camine el sol impera sobre el asfalto y sus alrededores. La corbata empieza a molestar, pero no lo suficiente. La garganta le estrangula para que le de agua, pero no lo suficiente. Su mente está en otro lado, se le está escapando.
Deambuló
Un nudo de personas inmóviles está sobre los brotes del pasto. Él forma parte. Todos con vestiduras fúnebres y miradas húmedas. No les entiende, él sabe que es triste, por eso no lo entiende. Sólo siente, igual que ellos.
Lamentó
Espeta la llave en la metálica cerradura. Encaja a la perfección, pero esto a él no le sorprende. Se limita a girar la muñeca para deslizar las trabes. Desaparece detrás de la puerta, misma que acto continuo se cierra con un ánimo lento.
Regresó
Despoja a su cuerpo de las ropas que le llevan pesando todo el día y las remplaza por otras más livianas. El cuarto está en penumbra, pero para lo que hace no necesita mucha luz. Parpadea. Sigue en la misma habitación. Parpadea con fuerza. Que decepción.
Se desvistió
Las sábanas le dieron la usual bienvenida, le arroparon con suave toque. El descolorido techo se ocultaba, como el resto de la habitación, tras un velo de oscuridad. Los párpados le pesaban, el cuerpo se le desplomaba. Una tierna brisa le acarició los cachetes y le movió el pequeño fleco que bailaba en su frente.
Duerme
Lorenzo Silva Moore