CAPITULO l
La universidad Delerage era una de las universidades más prestigiosas a nivel nacional. Eran sus excelentes profesores, sus planes de estudio o quizá su enorme y espléndido campus lo que hacía que cualquier persona soñara con tener la oportunidad de estudiar ahí.
Últimamente la universidad había ganado demandas por un supuesto maltrato psicológico y físico hacía sus estudiantes. Y siempre, por una u otra razón las demandas desaparecían repentinamente y dejaba a Delerage libre de cualquier cargo.
La prensa siempre había intentado entrar al campus y entrevistar a los estudiantes para averiguar algo sobre el caos que se rumoreaba vivían ahí. Sin embargo, las pocas veces que lo lograban, el alumnado aseguraba estar experimentando su “época dorada”.
Todo aquel que quisiera saber más sobre lo que en verdad se veía en la universidad tendría que ser alumno de ella, hacerse pasar por uno o… de alguna forma, tener ciertos privilegios para poder entrar y salir cuando se le diera la gana. Este el caso de David Cadwell, un chico de diecinueve años al que trataban como a un dios y justamente ese día había decidido visitarlos.
Los guardias le trataban de una forma especial, siempre le había parecido una tontería, y aun más cuando mostraban esa sonrisa temblorosa y por más obligada al verlo llegar. Siempre era acompañado a su lugar exclusivo del estacionamiento como para asegurarse de que su consentido Mini-Cooper rojo no sufriera algún rasguño, o que algún valiente chico que desconociera su gran influencia en ese lugar le arrojara algún objeto extraño y apestoso.
Los estudiantes y profesores mostraban un excesivo respeto y miedo al verlo entrar, algo que lo ponía nervioso en muchas ocasiones. No era estudiante, ni su padre el rector de la universidad como para merecerse tal trato. Lo hacían sentir como uno de esos violadores obesos y feos que solían salir en los noticieros de la ciudad.
Los ruidosos gritos de los salvajes estudiantes se veían callados al notar su presencia y el trabajo que se suponía debía hacer el rector, él lo hacía en cuestión de segundos. Sin característica especial alguna, sin ningún súper poder o un arma.
Después de haber tenido que recorrer aquellos repugnantes pasillos con olores extraños y raramente adictivos, podría entrar a la oficina de aquel rector irresponsable. Recorriendo la habitación con la mirada, observando detenidamente cada escultura barata que se encontraba ahí. Todo aquel que entrara a la habitación sabría que el rector era un amante de las máscaras y de la joyería antigua.
—En un momento lo atenderá, señor —Escuchó decir de la coqueta asistente del rector, que se llevó merecidamente la mirada del chico por sonreír y modelar su salida. Bastó menos de un minuto para que su victima llegara a su inesperada reunión.
— ¡David! —Anunció su llegada seguido de un intento fallido por sonreír y sin atreverse a mirarle a los ojos—. No me habían dicho que vendrías, te habría preparado algo especial, quizá aquel postre que tanto te gusta o… podría… ¡haber mandado traer un televisor más grande! —Agregó, esperando que el chico sonriera por sus generosas ofertas.
—Tranquilo Michael… —Le respondió levantándose de su asiento solo para sentarse incrédulo sobre el escritorio—. Lo mejor que podrías ofrecerme sería a tu hermosa asistente —Rio un poco al terminar su frase, mirándolo satisfecho por el miedo causado hacía el pobre, arrugado y ahora húmedo rector.
El chico se tronó los dedos de las manos en un movimiento ágil, se levantó de su cómodo asiento y a través de la ventana contempló el enorme campus con las manos detrás de su espalda.
—Desgraciadamente tenemos otros asuntos a tratar… —Suspiró—. Como bien sabes, el número de revisiones del gobierno a la universidad han incrementado este año, comienzan a sospechar y no sabemos porque. Creo que te pagamos muy bien como para que esto ocurra. Obviamente no nos gusta y deberías saber que antes de que un problema se haga publico, nos encargamos de eliminarlo —Se volvió al hombre que se encontraba asustado y aferrado a su asiento. Acarició su blanquizco cabello y siguió con su discurso.