era ya de madrugada cuando ocurrió la historia que estoy a punto de narrar. Acababa de ojear mi reloj luego de permancecer bastante tiempo, creía yo, sumergido en mis cavilaciones sin conseguir conciliar el suelo. El reloj apuntaba las 02:12. Tras eso me dije: «Otra vez trasnochar, paradójicamente, sería una pesadilla» con lo que acto seguido me senté en mi cama e intenté encontrar la botella de agua que había colocado a la izquierda de mi cama entre ella y mi escritorio. El miedo recorrió cada parte de mi cuerpo al estirar el brazo. La distancia al buscar la botella era inalcanzable, me ahogaba en el vértigo de la noche y la realidad podía confundirse tranquilamente con una pesadilla. Buscara donde buscase, ahí a un costado de mi cama, no había nada para mis manos. Mis pies pronto sintieron cómo lo concreto del suelo se iba desvaneciendo dejándome una sensación sedosa en las plantas de los mismos. Pero esto no podía ser un sueño. Yo estaba despierto, aquélla noche no habia dormido y durante el día había realizado tareas que recuerdo perfectamente, como componer música en piano y alimentar a mis gatos. Hasta minutos atrás, como de costumbre, me estaban rasguñando la puerta para poder entrar y dormir a mis pies, aunque había cesado al levantarme y sentarme como estoy ahora mismo; o creía que eran ellos.
Un extraño pensamiento me hizo permanecer en la quietud más angustiante, en la penumbra de mi cuarto: Hoy los había alimentado afuera de la casa.