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—¿Qué clase de té es?

De repente, oí una voz a mis espaldas que me sobresaltó. Me asusté bastante y se me cayó el termo al río. Sólo me quedó el té humeante de la tapa que sostenía en la mano.

Cuando me volví, preguntándome quién podría ser, vi a un hombre que sonreía. Comprendí que era mayor que yo, pero me fue imposible adivinar su edad, no sé por qué. Si tuviera que decir una, diría unos veinticinco... Sus ojos eran pequeños y transparentes, casi gatunos, y su pelo corto. Llevaba una gabardina blanca sobre una camisa ligera y un pantalón de vestir, no parecía sentir frío en absoluto, y estaba allí sin que yo lo hubiese advertido.

Y, alegremente, con una voz grave, un poco nasal, dijo sonriendo:

—Lo que te acaba de pasar, ¿es de Grimm o de Esopo? Se parece mucho a la fábula del perro.

—En aquel caso —dije con desgana—, soltó el hueso al verse reflejado en el agua. No había ningún culpable.

—Bueno, te compraré un termo —dijo él con una sonrisa.

—Gracias —y me esforcé por sonreír yo también.

Él hablaba con tanta naturalidad que no pude enfadarme; además, incluso yo mismo acabé pensando que no tenía importancia. No parecía un loco, ni tenía el aspecto de ser un borracho que volviera a casa al amanecer. Sus ojos eran lúcidos e inteligentes, y tenía una expresión profunda, profunda, de estar embebido de toda la tristeza y alegría de este mundo. Así pues, estaba en perfecta armonía con aquel ambiente silencioso e intenso.

Yo, tras apagar la sed bebiendo sólo un sorbo del té que me quedaba, le dije:

—Toma. Te doy lo que queda. Es té de pera.

Y se lo ofrecí.

—Ah, éste me gusta mucho. —Y cogió la tapa con su mano delgada—. Ahora mismo acabo de llegar. Vengo de muy lejos.

Habló con unos ojos que exaltaban resplandecientes las características del viajero, y miró la superficie del río.

—¿Turista? —dije, preguntándome qué habría venido a hacer a un lugar como aquél en el que no había nada.

—Sí. ¿Sabes?, dentro de poco hay un espectáculo que tiene lugar una vez cada cien años —dijo él.

—¿Un espectáculo?

—Sí, si se dan todas las condiciones.

—¿Qué tipo de espectáculo?

—Es un secreto todavía. Pero, ya que me has dado té, te lo enseñaré.

Después de decir esto, sonrió, y no me atreví a seguir preguntando, no sé por qué. Los signos de que se acercaba la mañana llenaban el mundo entero. La luz se diluye en el azul del cielo y un débil fulgor ilumina de blanco la capa del aire. Pensé que ya era hora de volver, y dije:

—Bueno...

Entonces, él me miró de frente con sus pupilas claras.

—Me llamo Yoongi, ¿y tú? —dijo.

—Namjoon —me presenté yo también.

—Nos veremos pronto.

Yoongi... Dijo esto, y me hizo adiós con la mano. Yo también le dije adiós y abandoné el puente. Era extraño. Yo no comprendía en absoluto lo que me había dicho, y tampoco parecía una persona que llevara una vida normal. A cada paso que daba, las dudas se hacían más y más profundas, y, cuando me volví con una cierta inquietud, Yoongi aún seguía en el puente. Estaba de perfil, mirando el río. Me sorprendió. Porque, cuando lo tuve ante mí, me había parecido otra persona. Nunca había visto a un ser humano con una expresión tan severa.

Al darse cuenta de que yo me había detenido, sonrió de nuevo y agitó la mano. Me uní a su saludo, y eché a correr. 

«Pero ¿qué tipo de persona será?», pensé por un momento. Y aquella mañana, sólo la impresión que había dejado aquel extraño hombre llamado Yoongi en mi cabeza, más y más soñolienta, permanecía grabado y enmarcado por la luz del sol de una manera deslumbrante.

Moonlight Shadow » NamJinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora