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Yoongi, mientras tomábamos un café caliente en un Mister Donut, a primera hora de la mañana, dijo con los ojos soñolientos:

—He venido a esta ciudad pensando que quizá podría despedirme por última vez de mi novio, que murió de una forma extraña.

—¿Has podido verlo? —le pregunté.

—Sí —dijo Yoongi sonriendo ligeramente—. De verdad, es posible que ocurra esto cuando coinciden varias circunstancias, una vez cada cien años. No están fijados ni el lugar ni la hora. Las personas que lo conocen lo llaman «el fenómeno de Tanabata*», porque sólo sucede donde hay un río grande.

Algunas personas no pueden verlo. Cuando reaccionan favorablemente los sentimientos del muerto y la tristeza de quien lo ha perdido, aparece en forma de ilusión, como lo que hemos visto. Para mí también ha sido la primera vez... Creo que has tenido suerte.

—...Cien años.

Yo pensé en esa baja probabilidad impredecible.

—Cuando llegué a la ciudad y fui a inspeccionar el lugar, tú estabas allí. Supe, con la intuición de un animal, que habías perdido a alguien. Por eso te invité.

La luz de la mañana se filtraba a través del cabello de Yoongi, que reía mientras hablaba, firme e inmóvil como una estatua.

«¿Qué clase de persona será? ¿De dónde habrá venido y adónde irá? Y ¿cómo sería la persona a quien miraba al otro lado del río?» No me atreví a preguntarle nada.

—Son dolorosas tanto la despedida como la muerte. Pero un amor del que no se piense que será el último no llega a ser ni un simple pasatiempo para un hombre —dijo Yoongi comiendo donuts sin darle importancia, como si hablara de trivialidades—. Por eso pienso que ha estado bien haber podido despedirse.

Y sus ojos estaban muy tristes.

—Sí, yo también lo creo —dije.

Entonces Yoongi entornó ligeramente los ojos ante la luz del sol.

Jin agitando la mano. Era una escena tan dolorosa como si un rayo de luz atravesara mi corazón. Todavía no sabía si había sido realmente bueno o malo. De momento, sólo me dolía el corazón. Sentía tanta angustia que casi no podía respirar.

Pero, sin embargo, al mirar a Yoongi, que en aquel momento estaba sonriendo ante mí, y entre el suave aroma del café, sentí vivamente que estaba cerca de «algo». La ventana se estremecía por el viento. Con certeza este sentimiento pasaría por más que fijara la mirada y abriese el corazón, como cuando había visto a Jin. Ese «algo» brillaba con fuerza en la oscuridad, como el sol, y yo atravesaba las tinieblas a una velocidad de vértigo. La bendición caía sobre mí como un salmo, y yo rogaba: «Quiero ser más fuerte».

—Y ahora, ¿te irás de nuevo? —le pregunté a la salida del Mister Donut. 

—Sí. —Él sonrió y me cogió la mano—. Volveremos a vernos algún día. No olvidaré tu número de teléfono.

Y se alejó mezclándose con la multitud. Mientras lo seguía con la mirada, pensé: «Yo tampoco te olvidaré. Me has dado mucho».

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La leyenda de Tanabata

Cuenta la leyenda que Orihime, hija de Tentei, el Rey Celestial, tejía telas espléndidas a orillas del río Amanogawa (la Vía Láctea). A su padre le encantaban sus telas, y ella trabajaba duramente día tras día para tenerlas listas, pero a causa de su trabajo la princesa no podía conocer a alguien de quien enamorarse, lo cual entristecía enormemente a la princesa. Preocupado por su hija, su padre concertó un encuentro entre ella y Hikoboshi, un pastor que vivía al otro lado del río Amanogawa.
Cuando los dos se conocieron se enamoraron al instante y, poco después, se casaron. Sin embargo, una vez casados, Orihime comenzó a descuidar sus tareas y dejó de tejer para su padre, al tiempo que Hikoboshi prestaba cada vez menos atención a su ganado, que terminó desperdigándose por el Cielo. Furioso, el Rey Celestial separó a los amantes, uno a cada lado del Amanogawa, prohibiendo que se vieran.

Orihime, desesperada por la pérdida de su marido, pidió a su padre poder verse una vez más.
Su padre, conmovido por sus lágrimas, accedió a que los amantes se vieran el séptimo día del séptimo mes, a condición de que Orihime hubiera terminado su trabajo. Sin embargo, la primera vez que intentaron verse se dieron cuenta de que no podían cruzar el río, dado que no había puente alguno. Orihime lloró tanto que una bandada de urracas vino en su ayuda y le prometieron que harían un puente con sus alas para que pudieran cruzar el río. Ambos amantes se reunieron finalmente y las urracas prometieron venir todos los años siempre y cuando no lloviera. Cuando se da esa circunstancia, los amantes tienen que esperar para reunirse hasta el año siguiente.  

Moonlight Shadow » NamJinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora