12. Por cinco mil dólares

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Una vez que los padres de Elliot desaparecieron, Portia corrió hacia Cece y, con mucha discreción, la alejó de todo el mundo. La sostuvo por el codo con fuerza hasta que estuvieron muy cerca del balcón. Elliot ya se estaba reuniendo con sus demás amigos.

—¿A qué estás jugando? —Le preguntó la rubia. Cece frunció el ceño.

—¿Yo? Mejor hazte esa pregunta a ti misma. ¿Elliot sabe que te metes en los pantalones de su padre? —Bufó—. Y en su testamento también, al parecer.

—Cece, no entiendo qué es lo que pasa contigo. Nunca te hice nada para que te comportes... así. Como una maldita perra.

Cecelia desvió la mirada y se cruzó de brazos sobre el pecho. Portia hizo lo mismo, apoyando la mitad de su peso sobre la pierna izquierda.

—¿Estás segura de eso? —Le preguntó con sorna.

—Bueno, no, así que será mejor que empieces a hablar.

—Cuando empezaste con tu cuento de Lolita nos dejaste a todos a un lado. A mí, a Miles, a Mason... A toda tu familia.

—¿Y esa es razón suficiente para que seas así?

—Siempre lo fui, sólo que no contigo.

Portia puso los ojos en blanco.

—Qué considerada.

—Ahora mismo no quiero hablar contigo, Portia. ¿Hay algo más que pueda hacer por ti?

La rubia buscó con la mirada a Elliot. Aún estaba entretenido con sus conocidos, pero él también la encaró y le regaló una sonrisa hasta que se percató de la presencia de Cece. Frunció el ceño en su dirección, como preguntando si todo estaba bien. Portia sólo movió la mano, restándole importancia.

—No, por ahora no.

Cece se limitó a hacer un gesto de hastío y giró sobre sus tacones para marcharse. Portia sentía que su pecho estaba oprimido. Apenas podía respirar. Necesitaba aire fresco y al mismo tiempo sentía que debía salir corriendo de ahí. Ella no podría mantener más las apariencias. Eran muchas emociones para una sola noche, como por ejemplo, descubrir que su interés romántico era el hijo de su interés anterior. ¿Qué tan pequeño era Chicago, exactamente?

La verdad, no quería descubrirlo.

Evitando ser vista por Elliot, Portia se desplazó hacia donde estaban sus pertenencias para tomarlas y dirigirse a la puerta principal. Pocas ganas tenía de estar ahí. Apenas conocía al festejado y, por supuesto, no tenía más amigos. La única persona a la que conocía de pies a cabeza, con todo y defectos, se había puesto en su contra. Cece no tenía ninguna intención de continuar con la amistad que había quedado en el pasado.

—Hey, ¿qué estás haciendo? ¿Adónde vas?  —Elliot la alcanzó antes de que Portia pudiera presionar el botón del ascensor. Le agarró la muñeca, tomándola desprevenida y haciendo que trastabillara—. Perdón, no quería asustarte.

—No, no es nada... —Se acomodó un mechón rubio detrás de la oreja y se apoyó en la pared del pasillo—. Es que, bueno, me siento algo cansada. Aún no me acostumbro al ir y venir de esta ciudad. —Esperó que su mentira sonaba creíble.

—¿Es por Cece? Mira, si es por ella yo puedo...

—No es por ella —le interrumpió. Aunque claro que era por ella. No podía arriesgar su vida en ese lugar ni su amistad con Elliot. Si Cece abría la boca, la metería en muchos problemas—. Tengo mucha tarea, ¿sabes? —Se rio—. Debo preparar un proyecto y también pensaba en ir al gimnasio por la mañana. —Aquello era verdad, pero sabía que cuando su alarma sonara la apagaría y volvería a dormir hasta tarde. 

CHICAGO ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora