Busco una historia

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Sébastien andaba a la búsqueda de una historia, pues hacía ya algún tiempo que había perdido la inspiración. ¿Dónde has dejado a tu musa, Sébastien?, le preguntaban con crueldad sus amigos, algunos de ellos también escritores. No lo sé, respondía él con gesto ausente, un día me di la vuelta y ya no estaba. Se había esfumado sin más.

Qué tuvo que hacerle Sébastien a su musa para que ésta lo abandonara de forma tan precipitada. Sin una nota, sin una explicación. Quizá su carácter un poco temperamental hubiera tenido algo que ver al respecto. Y es que, no mucho después del abandono, nuestro protagonista comenzó a presumir de ser capaz de escribir un buen relato sin la ayuda de nadie, y menos aún la de una musa tan desleal. Ya otros lo habían conseguido en el pasado con gran éxito de público.

De modo que aquí tenemos al bueno de Sébastien, libreta en mano, buscando su historia por toda la ciudad. Tras cada esquina, en torno a cada rincón, en el interior de las papeleras, en las cajas de zapatos, o en el armario de su habitación. Preguntando a todo bicho viviente, conocido o no, si disponían de alguna historia de sobra, por triste que fuera, que él pudiera aprovechar. Las pagaba a buen precio, decía, prometiendo además un porcentaje de los derechos que pudieran derivarse.

Pudimos verle interrogando tanto a trastos como a animales, a los cuadros de los museos y a los anuncios de neón. Buscó, literalmente, hasta debajo de las piedras, incluso dicen que a algún árbol se le vio preguntar. Ante las explicaciones exigidas acerca de tan extraño comportamiento argumentaba incómodo que los árboles constituían una muy digna fuente de información, pues dados su estatismo y longevidad debían sin duda atesorar un sin fin de conocimientos. Han visto mucho más que cualquiera de nosotros, sostenía, sólo hay que saberlos escuchar.

Entre unas cosas y otras, todos comenzábamos a temer por la salud mental de Sébastien. En cierta ocasión, llegó a producirse a este respecto un episodio de lo más desagradable. Durante el transcurso de su trémulo deambular por la ciudad, creyó ver a su musa en compañía de otro escritor, amigo suyo por cierto; de nada sirvió que le sujetásemos, que le previniésemos acerca de su turbio razonar. Se abalanzó como un poseso sobre la desprevenida pareja profiriendo toda clase de desagradables insultos, impropios de un escritor respetable, y dirigidos muy especialmente contra ella, hecho que también podría interpretarse como una falta de caballerosidad. De esta guisa continuó hasta que la proximidad de los dos paseantes permitió a Sébastien darse cuenta de que, aunque extraordinariamente parecida, no era su musa la que paseaba del brazo de otro.

Demasiado tarde, sin embargo. El puñetazo que recibió Sébastien en el ojo proveniente de su amigo ofendido llegó sin avisar. Sobra decir que ambos escritores dieron por terminada su amistad desde ese instante.

A continuación, aunque yo dudaría si a raíz de aquello, Sébastien se sumergió en una profunda depresión. Por su aspecto podía intuirse que apenas dormía. Caminaba siempre despacio, como sonámbulo, con un aire melancólico en la mirada y un lánguido arrastrar de los pies. Su indumentaria distaba mucho de parecer aseada. Ya ni siquiera cambiaba de camisa ni se peinaba hacia atrás, como solía hacer antes de que su musa se marchara nadie sabía dónde ni porqué. ¿Has escrito ya algo, Sébastien?, le preguntábamos los que todavía en algo le apreciábamos. Y él contestaba, con los ojos y el ánimo ausentes, que no.

Sin embargo, no hay mal que cien años dure y llegó el día en que Sébastien pudo asomarse al balcón de su estudio, situado en una bohardilla del barrio de los escritores malditos, y gritarle a la calle: “¡Eureka, por fin la encontré! ¡Por fin!” Los ojos empañados en lágrimas, los brazos tremendamente abiertos al cielo, como si quisiera albergar al mundo entero dentro de su corazón.

Tal era su entusiasmo que hasta yo mismo me sorprendí y quise recibir la buena noticia como mía. Subí de dos en dos los vetustos escalones de madera que conducían a su apartamento y, sin necesidad de llamar a su puerta, ya me la estaba abriendo el bueno de Sébastien para ofrecerme entrar en su casa y compartir con él, junto a una taza de té, las circunstancias relativas a su nueva situación.

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⏰ Última actualización: Feb 19, 2015 ⏰

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