El frio llegaba hasta lo más profundo de mis huesos, ni siquiera el gran abrigo que cargaba encima cubría un poco. Aunque, el hecho de que Adam no hubiera hecho otra cosa más que insultarme y tratarme como si no valiera absolutamente nada, también contribuyó a la frialdad que me recorría el cuerpo entero. Miré mi café, el vapor había dejado de manar de la taza y perdí el apetito. Las personas a mi alrededor ni siquiera notaron la escena que ocurrió unos momentos atrás, o, si lo hicieron, decidieron no tomarle importancia a algo tan banal como una pelea de dos adultos jóvenes que pudieron ser pareja en algún momento. Era extraño, pero me sentí agradecida de no haber llamado la atención.
La campanilla de la puerta sonó, anunciando la llegada de un nuevo cliente al establecimiento. Lo más probable es que fuese un peatón que se congelaba ahí afuera que miró el sitio y le pareció agradable. Bueno, esa es parte de la historia de cómo conocí éste lugar. Mi curiosidad y una pequeña chispa de esperanza de que Adam se hubiera dado cuenta de su error y volviera a disculparse por su terrible comportamiento, hicieron que volteara hacia la puerta para ver a quien había llegado.
Un chico bastante alto, envuelto en un gran abrigo negro que lucía bastante acogedor, una bufanda de líneas verticales de colores invernales y un bonito beanie color guinda.
No, no era el chico que esperé.
El recién llegado buscaba un lugar donde sentarse. Copié su acto de buscar un sitio vacío en todo el establecimiento. Me sentí mal por él cuando noté que no había ningún sitio además del que estaba frente a mí. Dudé que él se atreviera a sentarse junto a la chica que tenía el semblante más triste de todo el sitio. Volví a poner atención a mi fría orden. Minutos después, el chirrido de la silla justo en frente de mí me sacó de mis pensamientos. Con confusión miré hacia el frente.
El chico que vi anteriormente estaba sentado frente a mí, colocando cuidadosamente su café en la mesa. No pude dejar de mirarlo, algo en él me llamó muchísimo la atención. Tal vez el cabello que lograba escaparse del beanie, el color de sus ojos...
No. No era nada de eso.
Lo supe cuando él se percató de mi mirada persistente y sonrió.
La más adorable, amable y hermosa sonrisa que vi desde que llegué a Nueva York. No pude evitar sonreírle de vuelta. Permanecimos de esa manera por más de cinco minutos.
—Oye, esto es aterrador. —Dijo él, finalmente. Noté que su acento no era americano, ni se trataba del acento inglés. Reí bajito.
—Lo siento, me gusta mirar personas atractivas. —Confesé repentinamente y no supe de donde llegó ese repentino ataque de sinceridad. Una sonrisa radiante se dibujó en su rostro y yo me avergoncé por decir lo anterior. —Vaya, yo. Lo que quería decir es que... —Suspiré, no podría decir algo coherente sí él seguía sonriendo de la misma manera. Lo odio.
Su risa se escuchó por todo el local. Nadie se molestó en mirarnos.
—Tranquila, tus mejillas estallarán. —Señaló después de darle una probadita a su café. —Me agradas. Soy Jacob. —Se presentó, la sonrisa no abandonaba su rostro y por consecuencia, la mía tampoco se esfumó.
—Diane. —Respondí con un poco más de seguridad. —Lamento mi sinceridad repentina. —Dije.
Él me regaló un guiño y continuó sonriendo.
Su sonrisa era tan... diablos, era precioso cuando sonreía y los hoyuelos que se formaban logran que se viera muy adorable.