capítulo uno

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Es extremadamente tarde y acabamos de llegar a Dover, a pesar de eso, hay gente en la estación recibiéndonos con comida y algo de beber. Me despierto con el leve zarandeo del tren estacionando sobre las vías y cuando abro los ojos veo al gran gentío que nos ha estado esperando, seguramente durante horas.

–Ya estamos en Dover, supongo. –digo aturdido por el cansancio.

William suelta una carcajada y asiente. Se levanta de su asiento para evacuar el tren y me da una palmada en el hombro.

–Ya estamos en casa, hermano. –anuncia contento y continúa hacia la salida.

Me quedo sentado, mirando por la ventana del tren durante un par de minutos más. Estoy contento de haber llegado a Inglaterra pero, en parte, siento que hemos defraudado a todo el mundo con la derrota. También sé que no podíamos haber hecho nada más, pero y si...

–¡Harry, vamos! –grita William sacándome de mis pensamiento.

—Voy, ya voy.

Me levanto torpemente por el poco espacio que hay entre los asientos y lo extremadamente largas que son mis piernas. Me hago paso entre la gente con los codos y cuando llego a la salida, mi amigo me espera con algo de comer.

–Tenemos que irnos ya, el señor Roberts nos estará esperando. –le apuro después de coger la comida.

Mi padre siempre me ha dicho que en Dover tenía a un amigo que estaría a nuestra disposición si necesitábamos dormir en su casa. No sé de qué se conocen, pero son de dos clases sociales totalmente distintas. Mi padre es panadero en Bibury; donde vivimos, y el señor Roberts es de una familia de clase alta.

Después de andar horas buscando la casa del señor Roberts, encontramos una verja en medio de un camino en el bosque y cuando miro el mapa, en efecto, es la casa que buscábamos. Empujo con fuerza la puerta de metal y esta se abre dejándonos ver un camino que acaba en una mansión enorme.

–¿Nos vamos a hospedar aquí? –pregunta William tan perplejo como yo.

–Parece ser... –asiento lentamente procesando lo que tenemos delante.

Caminamos por el largo camino de piedras, mirando alrededor nuestro. El jardín estaba lleno de fuentes, estatuas y glorietas. En mis 24 años de vida no había visto una casa tan extraordinaria. Cuando llegamos a la enorme puerta de madera, doy dos golpes con el pomo y esperamos a que alguien nos abra. A los segundos se oye cómo se abre la puerta desde dentro y sale una chica joven, con pinta de ser la sirvienta de la casa.

–Hola, supongo que usted será Harry Edward. –dice leyendo una libreta.

–Sí, soy yo. –digo rápido.

La chica asiente con una sonrisa y se hace a un lado para dejarnos pasar.

–Le estábamos esperando desde que supimos que ibais a estacionar aquí, en Dover. –me explica mientras pasamos y, seguidamente, cierra la puerta.

Caminamos cruzando un amplio hall, donde al final se encuentran unas escaleras enormes de mármol.

–¿May? –pregunta una voz grave detrás nuestro.

Me giro rápido y veo a un hombre robusto y con poco pelo, vestido de traje, acompañado de una mujer bellísima mucho más joven que él. Me atrevería a decir que es su pareja, pero, por edad, parece su hija.

–Señor Roberts. –digo sonriente acercándome a él.

–Llámame Charles, por favor.

Tiendo mi mano para estrecharlas, pero él tiene una idea diferente y estira de esta para darme un abrazo. Me da unas duras palmadas en la espalda, para ser honestos, y al separarse revuelve mi pelo.

–Hace unos veinte años que no te veo, Edward. –me explica nostálgicamente.

La situación es un poco incómoda, porque no le recuerdo absolutamente nada y es como un desconocido para mí. Después de presentarle a Will, señala a la señorita que tiene al lado.

–Esta es Anna. –la presenta con una mirada orgullosa.– La futura mujer de mi hijo.

Pues al final estaba en lo cierto..., pienso mientras admiro la belleza de esta joven. Tiene el pelo negro y los ojos azules que crean un contraste hipnótico, tiene la piel pálida y, al parecer, delicada.

–Encantada, Harry. –dice con voz dulce.

Tiendo la mano y cojo la suya para besar su mano en modo de saludo.

–Igualmente, Anna. –le sonrío al soltar la mano lentamente.

Me devuelve la sonrisa y me quedo totalmente parado. Por un momento veo en sus ojos a mi preciosa Elisabeth. Es como si hubiese vuelto a la vida por un momento.

William debe notar que mi presencia se había desvanecido por unos segundos porque me da un estirón de la chaqueta.

–Debéis ir a arreglaros. Os dejarán unas prendas nuevas y os llevarán a vuestras habitaciones donde os podéis alistar para bajar a cenar. –dice Charles haciendo unas señal a sus sirvientas para que se acerquen.

Nos acompañan a nuestras respectivas habitaciones y nos dejan toallas y prendas nuevas. La habitación es como una planta entera de mi casa, con una cama enorme y un cabezal blanco con detalles en oro.

Me quito el abrigo y la camiseta y de repente el pomo de la puerta se gira y un chico entra en la habitación sin darse cuenta de que había alguien. Espero a que levante la mirada y me vea, con los brazos cruzados.

–¡Jesús! –exclama al levantar la vista.– Lo siento, lo siento.

Baja la vista avergonzado y hace que me entre la risa.

Es un chico con el pelo corto y castaño. Y, por lo que me ha dejado ver, tiene los ojos claros y levemente rasgados. Lleva una barba de dos o tres días, la cual resalta sus marcados pómulos. Le veo un muy leve parecido al señor Roberts, por la edad cercana a Anna supongo que será su hijo.

–¿Me permites...? –pregunta con un ligero tono de vergüenza.

–Claro, como en tu casa. –bromeo pero no parece hacerle ni una pizca de gracia.

Pasa hacia al baño y miro su mano buscando el anillo de promesa, y, efectivamente, se encuentra en el dedo anular de su mano izquierda.

Oigo que rebusca entre los cajones del baño y me siento sobre el colchón.

–¿Tardarás mucho? –pregunto haciendo un ritmo con mis dedos sobre mi pierna.

Sale por la puerta del baño con una caja en las manos y se queda parado delante de mí.

–Tú eres Harry, ¿cierto?

Asiento mirándole serio, fijándome en cada una de sus definidas facciones. Alargo mi brazo para darle la mano mientras me levanto.

–Tú debes de ser el hijo del señor Roberts.

–Hijastro. –me corrige inmediatamente.– Bueno, te dejo prepararte para la cena.

Seguidamente, se marcha rápido de la habitación como si quisiera evitar la conversación que acababa de surgir. De veras creía que era su hijo, como ya he dicho antes, tienen un aire, pero los ojos ven lo que quieren ver.

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⏰ Última actualización: Aug 28, 2019 ⏰

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