17.

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—¡Fua! ¡Es que sigo sin creérmelo!

—¡Ni yo!

—¿Pero tu eres consciente de todo?

—¿Qué voy a ser yo consciente? ¡Ha sido...!

—¡Una pasada!

—¡Una puta pasada Amaia!

Los dos jóvenes acababan de entrar en la habitación llenos de euforia y alegría. Brincaban por la habitación, saltaban encima de la cama,  y gritaban a pleno pulmón, tenían que expresar lo que sentían, dejar salir toda esa energía y disfrutar. Amaia no paraba de abrir la boca y Alfred le devolvía el gesto. Eran dos niños pequeños jugando sin preocuparse de nada. Sólo eran ellos y su felicidad.

—Alfred... ¡Que he cantado con Zahara! —se emocionaba sólo al recordarlo.

—¡Lo sé! —le respondió acercándose a ella.

—¡Que has cantado con Manel Navarro! —le volvió a informar aplaudiendo de esa manera tan particular que tenía.

—Si Amaia...

—¡Que hemos cantado con Judit Neddermann! —reía y se volvía a reír.

—Que sí Amaia, que lo he visto, que yo estaba presente —Alfred se reía con ella.

—Love of Lesbian, Alfred... —Amaia se paró y abrió mucho los ojos asombrada—. ¡Love! ¡Of! ¡Lesbian!

A veces te pasas...—le cantó él sin poderse quitar la imagen la cabeza. Ellos dos, Love of Lesbian, Alfred sin poder parar de admirar a Amaia. Estaba guapísima, preciosa, ella siempre lo estaba pero, hoy, en ese momento, tenía un brillo especial, una sonrisa única. Estaba feliz y se le notaba.

—Ay calla —se dejó caer exhausta encima de la cama y suspiró—. Increíble.

—Asombroso —la imitó él.

—Fua Alfred... —giró la cabeza para mirarle y sonreírle—. Te juro que lo voy a recordar toda la vida.

—¿Sólo esto? —la picó.

—Ya me entiendes —suspiró cerrando los ojos—. Todo lo voy a recordar.

Él también cerró los ojos y respiró profundo. Sentía paz. Realmente la sentía. Una paz que había deseado durante demasiado tiempo, al fin, había llegado para quedarse. Las cosas ahora si que no les podían ir mejor. La tregua había funcionado y juntos habían sido imbatibles. Habían aprendido, cambiado y en cierto aspecto, madurado. El libro de mierda les hizo abrir los ojos y reflexionar.

Los dos habían estado sufriendo solos, pasando por calvarios sin ayuda y ahogándose con sus penas. Y aun así, con todo eso encima, entre ellos, se destrozaban más y más creándose más preocupaciones sin sentido alguno. Eran tontos. O mejor dicho, habían sido muy tontos.

Ahora las cosas habían cambiado, des de la tregua, la tensión había desaparecido y la calma había vuelto. Volvían a ser ellos, los dos chicos que un día se habían conocido en la consulta de el medico. Eran ellos, los mismos e iguales pero con la única diferencia es que ahora solamente eran amigos. O algo así...

Se habían echado demasiado de menos, echaban de menos sus conversaciones, sus risas, sus momentos musicales, sus torpezas, sus miradas transparentes... y su presencia. Lo sabían pero ninguno de los dos lo había reconocido, seguían igual de testarudos y en eso, nadie les ganaba.

—Amaia... —musitó Alfred después de un buen rato. Ninguno de los dos fue consciente del tiempo que paso hasta que Alfred abrió la boca. Se habían quedado los dos tumbados boca arriba, uno al lado del otro, exhaustos apreciando el silencio.

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