•Capitulo 5. La señorita Kent.

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JAMES STANTON.

Lunes por la noche.

Después de regresarle las llaves a Sara se había tirado en la cama del apartamento que compartía con Sam, había dormido por horas hasta que lo despertó el timbre de su teléfono que le indicaba que alguien le había escrito un mensaje de texto, se desperezo y estiro los brazos sobre su cabeza, estiro su brazo sobre la cama y alcanzo su celular, el cual creía haber puesto en silencio sobre la mesa cuando se acostó, pero al parecer se había equivocado. El mensaje era de su primo.

Vamos a estar a las nueve en Vesubio ¿Vienes?

―Imagino que se "reconciliaron". ―le respondió.

Hmmm, nos vemos más tarde.

―Ok.

Marco el número telefónico de Sara.

Hola. ―dijo ella.

―Hola ¿Quieres ir a Vesubio en una hora?

Trato. ―y colgó.

Esa, seguramente era la conversación más corta en la historia de la humanidad. Eran las 5:38 según el reloj de su muñeca. Había dormido como unas cuatro horas. Tomo una toalla y se ducho, el siempre se bañaba en unos veinte minutos pero ya que no tenía prisa se demoró en el baño el doble de tiempo que lo usual, después de secarse y colocarse un conjunto relativamente decente, es decir nada decente, se enrumbo camino a Vesubio, quedaba a unos 15 minutos de la universidad, a la misma distancia que la casa de sus padres, el club era un edificio grande y de una sola planta, estaba hecho de una piedra gris que cubría la estructura de cemento, en la entrada había una enorme "V" de neón que brillaba con luz purpura. El interior era espacioso y bien distribuido, el área de las mesas tenia ventilación, se encontraba en el lado izquierdo del edificio y frente a esta estaba uno de los segmentos de la larga barra en forma de "L", la otra parte de la barra era usada por los que estaban en la pista de baile, este espacio era un poco más grande que el de las mesas, pero no demasiado; a su derecha y junto a la pared estaba una enorme cabina en una plataforma en donde se encontraba el DJ, la música sonaba de manera tenue, y el lugar estaba tranquilo, las personas aun no bailaban, pero las mesas se estaban llenando, busco con la vista a Sara y le encontró a unas 5 mesas de su posición haciéndole ojitos al camarero.

El se acercó, puso su cara de asesino serial y el tipo se esfumó.

―¿Ves lo que haces J? Espantas a los chicos de mi. ―le reprocho con una mueca.

―Yo no hice nada. ―le respondió mientras se sentaba frente a ella y levantaba los brazos en gesto de no culpable.

―Mentiroso.

―Seguro no era el indicado si se espanto.

―Al diablo el indicado, yo quiero s-e-x-o.

El sonrió y no pudo evitar reírse, Sara era única; pero si se lo decía ella solo le preguntaría ¿Y la novedad?, en estos seis meses había llegado a conocerla muy bien, aunque los inicios de su amistad no fueran muy convencionales.

―Tú también espantas a las chicas que se me acercan. ―le recordó.

―Eso es porque tengo un sensor de rameras que tiene un alcance de 1 km, además deberías agradecérmelo, todas las chicas con las que te acuestas son busconas, yo solo te aparto de las peores.

―Es un buen alegato.

―Gracias, su señoría.

Después de eso ninguno pudo aguantar la risa.

Cicatrices en el Alma [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora