Capítulo 8
☾
Entre algunos cuadernos a mi alrededor, sentada en la cama, un ligero dolor de en la parte baja de la cabeza comenzó a abrumarme.
Después de que el archivo tardara una eternidad en cargarse le dí al botón de enviar para que mi trabajo apenas terminado fuera finalmente al correo de la universidad, y tras un hondo e involuntario suspiro de cansancio por fin estiré las piernas para colocar el ordenador sobre mis muslos.
Nunca había sido muy dependiente de las redes sociales incluso cuando la conexión era espléndidamente rápida en casa, por eso me había ausentado de ellas desde la última vez que había conversado con Elisa, pues aparte de ella sabía que no habría mucho que atender. Solo tres mensajes se anunciaron al ingresar a mi cuenta de Facebook, el más reciente era de ella misma diciendo que me echaba de menos y preguntándome cómo me iba o si ya me había ligado a un chico, el segundo era de una compañera de clase con la que hacía grupo en Lengua y el tercero era un viejo mensaje de Tony al que había olvidado responder desde casi un mes. Opté por contestarle a Elisa, explicándole que también la hechaba de menos.
Por una fracción de segundo me fue tentativo contarle aquel asunto con Bill y con mi menuda metida de pata, pero la idea se desvaneció tal como llegó al no tener el valor de explicarle mis estúpidas teorías y lo incómodo que me resultaba sólo recordarlo. Aunque irónicamente no había dejado de pensar en ello desde que huí despavorida de esa casa la tarde anterior.
Mis ojos miraron con cierto temor el cajoncillo de mi escritorio donde había dejado el collar que inconscientemente había traído conmigo.
Había dejado las cortinas cerradas y pensé seriamente en mantener la ventana clausurada sólo para no volver a cruzarme con su rostro. Pero los veintiocho grados, entonces veintiséis por ser las cuatro de la tarde no me permitieron hacerlo sin terminar sofocándome dentro de mi propia habitación. Sin embargo, sabía que no tenía ni una pizca de valentía para si quiera verlo.
Honestamente no tenía idea de qué hacer para devolver lo que había traído conmigo, pero el pánico se apoderaba de mí cada vez que recordaba que en algún momento se daría cuenta, si es que no lo había hecho ya. Las últimas veinticuatro horas mi habitación me había parecido el lugar más seguro que nunca antes, como una fortaleza en la que él no podría verme y muchos menos acercarse, pero de todos modos sabía que no podría ocultarme por siempre.
Mi mente permanecía en blanco, no estaba segura de haber ayudado a afianzar mi suposición o si haber entrado a la guarida del lobo solo había terminado confundiéndome más. Sabía que no indicaba nada no haber encontrado algo fuera de lo común en su dormitorio, pero tampoco es que alguien fuese tan estúpido para dejar algún rastro que lograra culparlo automáticamente justo donde cualquier persona buscaría.
No, el no parecía tener ni un pelo de tonto.
Posicioné la flecha en el buscador de perfiles. Mis manos se arrastraron hasta el teclado antes de repiquetear los dedos suavemente un par de segundos para luego teclear su nombre, del que ahora tenía conocimiento. Un promedio del perfil de diez varones aparecieron en mi pantalla, pero después de un ansioso repaso a cada uno de ellos confirmé que ninguno de ellos era Bill. Él no tenía un perfil de Facebook, a menos que tuviera alguno con un nombre diferente.
Levanté la vista hacia la ventana donde las cortinas se movían ligeramente por el poco viento que lograba entrar. Dejé el ordenador a un lado y como si una voz extraña me atrajera caminé hasta allí. Mis dedos empujaron suavemente el borde dejando un pequeño espacio sólo para observar su habitación, él se encontraba dentro.
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Cuando caiga la luna. (Editando)
RomansaOlvídate de su nombre, olvida que lo conociste. Olvida que lo viste cerca de ese cadáver. Olvida que estaba nervioso. Olvida que te dijo una mentira. Olvida que te quiere. Pero sobre todo, olvida que estás perdidamente enamorada de él. ____________...