Si bebiste Red Bull en los últimos noventa días, sinceramente espero que te estés sintiendo bien. Pero temo por ti.
No escribiré mi nombre, pues desconozco lo que me harán si descubren que estoy escribiendo esto. Me referiré a mí mismo como Zed. Trabajé en una de las compañías de producción de Red Bull en Austria por siete años. Era un buen trabajo. Me ayudó a proveer para mi esposa e hijos. La mayoría de quienes trabajaban ahí eran nativos de Austria, pero yo era de un país occidental. Visité Austria desde que era un joven, conocí a mi esposa y nunca me fui.
No era lo que mis padres habían querido para mí, lo cual es probablemente la razón por la que hablamos tan poco. Había abandonado mis estudios secundarios, tratando de encontrar mi camino en la vida. Vagué alrededor de Europa por dos años, solo quedándome a dormir en sofás o pasando la noche ocasional en un parque. Me acostumbré a trabajos erráticos para gastarme todo el dinero en cerveza. Pero cuando conocí mi esposa, sentí que algo cambió dentro de mí. Le prometí que ya no sería el bastardo inútil que era antes. Que sostendría un empleo consistente y me convertiría en un hombre. Un buen hombre.
Ese es el motivo parcial por el cual estoy escribiendo esto. Si fueran los días de antes, habría ignorado esta información. No me afectó a mí, ¿así que por qué me tendría que importar? Pero ahora soy una mejor persona. Lo que sé podría tener un impacto duradero en la vida de millones. No tengo más opción que compartir esto.
Nuestra instalación de Red Bull es única en el sentido de que produce el líquido para el producto y lo embotella en el mismo lugar. Seguramente, hicieron esto para ahorrar en costos de transporte. Trabajé en el área de embotellamiento de la fábrica. No es un trabajo emocionante, por no decir más. Me quedaba parado a un lado de la cinta transportadora, las latas se movilizaban hacia adelante, el líquido era vertido y, por último, se colocaban las tapaderas. En sí, mi trabajo era observar todo el proceso día tras día y asegurarme de que nada saliera mal. Y nada salió mal por siete años. Claro, sufríamos acumulaciones y derramamientos, pero eso era ordinario. Lo que pasó en marzo fue mucho peor.
La primera vez que surgió fue en un día típico. Recuerdo haber cocinado panqueques para los niños, y mi esposa somnolienta me besó de despedida cuando me fui al trabajo. Todos estaban cansados, como era usual. Fui a mi lugar en la línea anticipando que todo el proceso comenzara.
Estefan, mi compañero de trabajo, estaba inusualmente parlanchín. En su mayoría, era un hombre callado con una vida muy privada. Pero ese día se inclinó en mi dirección y chismorreó como lo haría un niño.
—Toros no —dijo—. Cerdos esta vez.
Hablaba en alemán, obviamente, así que estoy traduciendo.
—¿Ah?
—Nada de toros para el producto. La orina, digo. Tuvieron que usar cerdos. —Le dio un golpecito al metal de la cinta transportadora.
—No tengo idea de lo que estás diciendo.
Rodó sus ojos.
—Orina. Para el producto.
—Eso es un mito —me mofé.
—No, es verdad. No usan tanto como al principio; muy caro. Pero está ahí. Cada gota amarilla. Pero los toros que usaban no fueron suficientes para el cargamento. Tuvieron que mezclarlo con algo más. Por eso consiguieron cerdos.
La cinta transportadora comenzó a andar y Stefan regresó a su estación. Lo hice a un lado. Me pasé el día haciendo lo mismo de siempre, observando las latas y apretando mis botones. A la hora del almuerzo, todos fuimos a la sala de descanso. Julia, como era usual, tenía una lata de Red Bull con ella. No solo trabajaba aquí, sino que era adicta a esa cosa. La abrió con un suspiro.