Era una noche fría y desolada, silenciosa y expectante. La negrura contrarrestaba con la luz de la luna que acompañada de cientos de estrellas alumbraba el cielo nocturno.
El silencio era interrumpido por el ruido de algún que otro animal, el susurro incipiente del viento, que se deslizaba entre el maizal, arrullaba la noche.
El campo sembrado de maíz se bamboleaba paulatinamente en medio de la pradera, mientras la luna dotaba a algunas hojas de un brillo platino, que desaparecía y reaparecía conforme al sutil movimiento. El ruido de las hojas rozándose unas con otras, podía compararse con el sonido de un pequeño arroyo, suave y constante.
Unos minutos pasaron hasta que algo nuevo reverbero en el ambiente, un suspiro perezoso corto el canto de un grillo. Dos rostros se asomaron desde las sombras de un viejo árbol a unos cuantos metros de la cosecha. La luna alumbró tenuemente sus facciones, revelando a un hombre adulto de mirada oscura, cabello azabache y rasgos angulosos, acompañado de un muchacho de cabello castaño, mirada cansada y cuerpo flacucho. El aire que escapaba de sus labios se condensaba a causa del frío. Sus cuerpos, cubiertos por una tela oscura y extensa, se hallaban encogidos sobre sí en un vano intento de mantener el calor.
Otro suspiro audible abandonó la boca del más joven, llamando la atención del mayor. Solo bastó una leve mirada para que el aludido se encogiera en su lugar y cerrará la boca, atendiendo al pedido tácito del moreno. Este volvió a dirigir su mirada hacia el frente deteniéndose en algún punto del maizal y fijándola allí. Pudieron pasar horas o unos cuantos minutos, hasta que el castaño decidió interrumpir nuevamente el sonido de la noche:
— ¿Crees que vendrá?—pregunto con una voz trémula que se perdió en el silencio de la oscuridad.
El mayor de aspecto rudo, lo observó con fijeza.
—Vendrá, Marcos — soltó con exasperación.
Otro suspiro abandonó los labios del recién nombrado, que listo para decir algo tuvo que cerrar la boca ante la mirada furibunda que le dedicó por segunda vez su acompañante.
Nuevamente el tiempo se consumió en la madrugada. La noche se hizo paulatinamente más tranquila, los grillos dejaron de cantar, las ranas se silenciaron en la oscuridad y un tenue rocío comenzó a brillar sobre las hojas del maizal. Un silencio absoluto se abrió paso en el ambiente y las respiraciones de los dos hombres se hicieron más audibles: una más tranquila, otra más ansiosa.
La escena se mantuvo así por unos instantes, sus posturas rígidas y miradas pétreas imperaban desde las sombras y sus ropas oscuras les permitían camuflarse con facilidad sobre el pastizal. Pero de pronto un nuevo sonido, casi imperceptible, se oyó a lo lejos.
El crujir de las hojas, resonó en el fondo de la cosecha. Los ojos de Marcos se abrieron un poco más de lo normal y se deslizaron por el paraje hasta llegar al perfil de su compañero.
—Pablo— susurró con una voz temblorosa que dejaba entrever una nota de miedo.
Él precionó el dedo índice sobre sus labios llamándolo al silencio, mientras que lentamente introducía una mano entre las ropas que cubrían su cuerpo.
Una punta de metal se abrió paso entre las prendas, hasta que el mango de madera terminó por descubrir al objeto. Pablo acomodó el rifle entre sus manos, agazapándose en la maleza y situando la mirada en la mirilla del arma.
Más allá, las pisadas resonaron más fuertes, con más nitidez, más cerca. Los pasos ahora eran más bruscos, como si el emisor de estos estuviera en busca de algo.
Marcos enfocó la vista con esfuerzo, tratando de encontrar algún movimiento diferente al del viento sobre la maleza. Sus manos temblaron y quiso atribuir ese efecto al frío pero en el fondo lo sabia, estaba asustado, paralizado hasta la médula. A su lado, Pablo contuvo la respiración aguardando con aplomo justo cuando entonces algo salía corriendo con velocidad desde las sombras.
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Terrores Nocturnos
HorrorRelatos de terror para aquellos que disfrutan de un susto antes de irse a dormir