Hoy es una tarde lluviosa, desde mi ventana percibo el olor a tierra mojada, estoy escribiendo recostada en una almohada, donde puedo ver las gotas que se deslizan por las hojas de las plantas sollozadas, un globo asciende a lo lejos, alguien debe estar llorando, 10 minutos más tarde una pareja, al observarlos me pregunto lo grande del intrigante sentimiento que les impide separar sus bocas, un grupo de jóvenes corre para atajarse del diluvio. Todos lucen muy diferentes, pero inequívocamente tienen algo en común.
Hoy es una tarde lluviosa, quiero caminar debajo de ella y lavar mis heridas, caminar tranquila bañada por esta dulce briza, sin miedos, sin ira, tranquila y sin prisa. Ese sentir de tristeza y melancolía, se ha ido con el rayo y el trueno junto a un grito de rabia y melancolía.
Seis niños juegan. Dicen cosas que no entiendo, un fuerte viento los embiste, enseguida una explosión de risas retumba en mis oídos. Algo bueno debió pasar allá atrás. Giro la mirada a mi derecha, un par de ancianas platican en un café cerca del parque. Creo que escapan de su soledad, una muchacha me pasa a gran velocidad. Definitivamente, hay algo que no puede esperar...