-¡Vamos cariño!
-¡Ya voy!-Gritó.
Me encontraba echado en su cama, respirando el envolvente aroma que desprendía. No era colonia, ningún gel ni tampoco champú. O quizás sea la mezcla de todo, pero no lo creo, pues así huele ella cuando no se echa nada encima. Me encanta su aroma, su belleza, su personalidad, su determinación... No me encantaba todo de ella, sino que ella me encantaba. Pero había un problema, no me sentía capaz de compartirla mi vida, no me llenaba, en resumen, simplemente, no me enamoraba.
Ana era la chica perfecta para cualquier chico, pero había un problema: yo no era cómo cualquier tío.
Oí sus pasos al entrar en la habitación y levanté la vista.
-Amor... ¿Viste mi toalla? - Una mirada pícara delataba a la falsa inocencia que reflejaba su cara.
Se abalanzó sobre mí y comenzó a besarme, cada vez más rápido, cada vez más profundo.
Al intentar quitarme la camiseta, mi mente reaccionó.
Por una parte, tenía a la chica mas deseada del instituto desnuda ante mí. ¿Quién no habría soñado con besar esa boca? ¿Qué no habría dado un chico por estar en su lugar? Y es que si yo ya era envidiado por mi físico ( mi pelo es color chocolate, mis ojos azules, mis labios carnosos y soy alto) lo fui mucho más cuando Ana Martínez se fijó en mí.
Pero por otra parte, no estoy enamorado y quiero esperar a la chica adecuada.
Sé que no sueno cómo los chicos de hoy en día, pero es lo que siento y no quiero renunciar a mí mismo, por lo que la paro y se lo digo.
[...]
-Pero es que no lo entiendo. -Está enfadada.
Llevo media hora diciendo que ahora mismo no es un buen momento pero no está conforme.
Se supone que no soy virgen... O al menos, eso es lo que creen todos, puesto que sí lo soy. Me inventé una historia para ser aceptado: que la perdí con catorce años y con una amiga de mi hermano, una universitaria de dieciocho. Un rollo de una noche.
-Simplemente no quiero, Ann...
-¡Joder! ¡Es que no lo entiendo! ¡La única explicación que tengo es que tú también seas un puto maricón de mierda! - Comenzó a reir. - Claro, que ilusa yo. ¿Cómo no ibas a serlo con la familia que tienes? ¡Vete! ¡Vete de aquí y no vuelvas nunca! ¿Me oyes? ¡Nunca!
Sus palabras me sentaron cómo un bofetón.
-Me gustan las tías, pero prefiero a las que tienen cerebro. Cuando le recuperes, me avisas. - Respondí.
Recuperé mi camiseta y salí lentamente de su casa, intentando no perder el orgullo, pero lo que más me apetecía era echar a correr y ponerme a llorar. No lo haría, no frente a ella.
Faltaban unos metros para llegar a casa aceleré el paso y dejé de refrenar las lágrimas.
Mis madre estaba en casa, podría oírme desde mi habitación y no me apetecía eso, por lo que tuve una idea: el tejado.
Desde mi cuarto se podía acceder a él por una puerta que dejaron mal tapada, así me escondía cuando era pequeño.
Subí y al llegar me tiré al suelo. Ya era de noche.
Y en ese momento la ví. Nuestro tejado y el de la casa de al lado estaban juntos, pero nadie vivía en esa casa. Hasta ahora, al parecer.
Ella también estaba echada, su cabello pelirrojo se esparcía alrededor y sus ojos tenían un color extraño, una mezcla de verde y azul.
Enseguida su mirada se posó sobre mí y, levantándose con cuidado, se acercó.
-¿Por qué lloras? ¿Te pasa algo malo? - Su voz era suave y sentí cómo si me calmase.
Tiene la voz y el rostro de una diosa - Pensé.
-Puede.
Esa fue mi respuesta. Corta, simple, sin amabilidad, sin encanto. Sin embargo, algo tan escueto la hizo sonreír.
-¿No me lo quieres decir, ángel? ¿O es que no confías en mí? - La miré, con una mueca de extrañeza en la cara.
-¿Ángel? - Repetí.
-Eso fue lo primero que pensé de ti. ¿Y tú? ¿Que has pensado de mi?
Un tenue rubor cubrió mis mejillas y agradecí la oscuridad de la noche.
No quise responderla así que me limité a observarla todo lo que la luz me permitía.
Su cara delataba inocencia y el tono de voz que usó se maquillaba de inmadurez, pero apostaría mi vida y no la perdería a que era más madura que muchas otras personas que conozco.
Me di cuenta de que también me observaba, un silencio inundó todo, pero no era incómodo, sino que se sentía bien. Pero ella lo rompió tras unos minutos, o quizás tras una eternidad, pues en ese instante el tiempo no existía.
-Ángel, ¿me vas a responder? - Algo en su dulce voz, o quizás el brillo curioso de su mirada hizo que mi boca hablara sin pedir permiso a mi cerebro.
-Diosa. - Fue apenas un murmullo imperceptible, pero bastó para que lo oyera, gracias a la cercanía.
Ahora que lo pienso... ¿Antes estábamos tan cerca?
Su mirada brillaba y sus labios estaban entreabiertos. Me acerqué más y sus párpados se cerraron.
Creo que, si el beso hubiera ocurrido en ese instante, ahora mismo no estaría pensando en ella. O quizás nada hubiera cambiado, pero el caso es que Amanda, mi otra madre, me llamó.
Ella sonrió y se escabulló dentro de la casa, tan ágil cómo un gato, tan rápido que me dejó dudando si fue real o solo un sueño.
[...]
-Se ha mudado una familia a la casa de al lado. - Dijo mamá. - Una mujer con su esposo y su única hija.
Se me escapó una sonrisa, sin quererlo ni poder controlarlo.
Al terminar la cena, subí a la habitación, dónde Ana se había evaporado de mi cabeza, siendo sustituida por esa chica. Por "mi diosa".
Esta noche, soñaría con ella, y solo sería una de tantas noches que inundaría mi mente, tanto consciente cómo inconscientemente.
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La chica del tejado
Short StoryY si ella no sabía hacer magia, explícame por qué su sonrisa me hacía temblar. A veces el destino te pone a una persona especial en tu vida para darte una lección, pero puedes terminar enamorándote. Y es justamente ese momento el único en el que des...